lunes, mayo 24

El final de Perdidos


Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. ¡¡Y vaya cómo ha acabado!!


Terminó Perdidos, los más acérrimos ya hemos visto el último capítulo y la sensación con la que me quedo es la de haberme convertido en uno de esos osos polares con los que experimentaba la iniciativa Dharma. El último capítulo es una extensión más de lo que ha sido toda la serie: momentos trepidantes, momentos superemotivos, enigmas que jamás se cerrarán y, sobre todo, experimentación. Todos los espectadores hemos sido un poco Truman en un show televisivo en donde los guionistas han llevado la batuta de una orquesta en donde se han tocado piezas incongruentes y piezas magistrales.
Hay que ser francos, desde el principio todos sabíamos que Perdidos era un truco, que los enigmas se acumulaban en una lista interminable y que difícilmente podrían casar unos con otros. Y aún así, hemos seguido adelante, aceptando el juego que nos proponían y buscando respuestas que jamás iban a llegar.
¿El final? Entre lo genial y lo absurdo, entre lo incongruente y lo predecible, entre lo precipitado y lo inaudito. Uno se queda con la sensación de que los señores Carlton y Damon tienen la cara más dura que el cemento armado y, sin embargo, son unos genios por lo que han logrado hacer: disfrazar la mentira de un gran evento televisivo que incluso al final, mientras arrancabas el papel de regalo de la caja y lo desenvolvías para constatar que estaba vacía, ha logrado emocionarte.
Si os parece vamos a desgranar el último capítulo. Huelga decir que a partir de ahora van a caer un montón de spoilers que no deberíais leer si no has visto la finale.
Primero lo peor: el final en sí, que todo se resuma en Jack, en su visión y en su perspectiva de la vida y la muerte. Que Jack se convierta en el personaje capital que preside el panteón de almas que aguardan su llegada en esa dimensión paralela que surge de la detonación de una bomba y que no es más que la representación onírica del tránsito entre la vida y la muerte de los pasajeros del 815. Que Ben se quede fuera de la iglesia resulta significativo, porque indica claramente que él no está en el grupo y que son los supervivientes, sólo los protagonistas de la primera temporada, los que han montado todo el meollo y que son ellos los que están muertos. Al final, Carlton y Damon demuestran su cobardía acudiendo a la teoría más sencilla que desde el principio ha pululado por foros y blogs, la isla no es más que un espejismo de un grupo de almas que desde el principio estaban muertas.
¿Es Jack el que en sus últimos segundos de vida, justo después de que se estrelle el Oceanic 815, monta toda la pirula de la isla? ¿Surge de su mente los nombres de los otros pasajeros del 815, la iniciativa Dharma, la lucha entre esas dos criaturas primigenias como Jacob y el humo negro, las disputas entre Ben y Widmore, el romance maravilloso entre Desmond y Penny o la trágica epopeya de Richard Alpert? Se me antoja casi casi imposible. ¿Entonces es la mente colectiva de todos los pasajeros, individuos anónimos en el primer capítulo, la que recrea la isla o es la isla la que reclama sus conciencias? Si es así, ¿entonces por qué esa última imagen de Jack tendido en la selva y Vincent sentándose a su lado, tal como arrancó la serie? ¿Por qué esa última conversación entre Jack y su padre cuando el resto de los protagonistas también merecían su minuto de gloria?
Se me antoja, tal como he dicho un poco más arriba, que llegados a este punto, Carlton y Damon tenían demasiadas incógnitas encima de la mesa y, en vez de complicarse demasiado la existencia recreando una mitología interesante o unos cimientos tangibles para la isla, han decidido tirar por el camino más sencillo y dejarnos con un enigma más en la cabeza: ¿Están todos muertos? ¿Hemos asistido a un espejismo?
Cobarde decisión por parte de los guionistas. Eso sí, ellos ya han dejado bien claro que después de seis años proponiendo más y más enigmas que jamás tendrán resolución, no piensan volver al escenario de Lost. Mayor cobardía si cabe porque son conscientes de que ni ellos mismos tienen las respuestas a nuestras preguntas y lo más fácil es abandonar el barco por la puerta de atrás.
Más detalles escabrosos: la muerte del humo negro. ¿Cómo es posible que Kate mate a Locke con un tiro por la espalda? ¿Se había vuelto el humo negro vulnerable después de que retirasen el tapón de la isla o la herida que Jack le infringe le había devuelto cierta humanidad? ¿Y dónde quedan los personajes de Jacob y el antijacob tras este final, esos seres primigenios que jugaban con la voluntad de los protagonistas y que en realidad son unos pringaillos que pasaban por ahí? ¿Y de qué sirve ser candidato o elegido si todo acaba con un tiro a quemarropa o incinerado en una hoguera? Al final, toda la grandeza del humo negro y ese halo sobrenatural de Jacob se esfuma con la misma precipitación que su aparición en la serie. Y lo que más me fastidia: ¿tanta falta hacían capítulos tan maravillosos como «Ab Aeterno» —por cierto, puestos a elegir me quedo con los superpoderes de Richard Alpert antes que con los de Jacob— o «Across the Sea» cuando se deja entrever que todo forma parte de los delirios de un grupo de supervivientes? ¿Y para qué nos han contado una parte fugaz de la mitología de la isla en la que los protagonistas no son los supervivientes si al final todo recae en ellos? Más preguntas inconexas a las que los guionistas jamás responderán.
Seamos claros, de este final no me molesta que no se explique la existencia de osos polares en una isla tropical, ni la aparición casi inexplicable de un tiburón con la marca de Dharma en una de las aletas, ni que se hayan saltado a la torera la explicación de por qué los Otros tenían tanto interés en Walt y en el resto de los niños… si uno le echa un poco de imaginación comprende que la iniciativa Dharma era una comuna de hippies que llegó a la isla por casualidad y comenzaron a explotar sus extrañas energías o que la explosión de la bomba de hidrógeno Jughead provocó la infertilidad de las mujeres y fue necesaria la intervención de Juliet para salvar la situación —otro por cierto, ¿por qué Juliet, que no es una superviviente del Oceanic 815, está en la iglesia y Ben no entra? Lo mismo podría decirse de Desmond y Penny—. Lo que más me molesta es que los guionistas se hayan atrevido a insinuar siquiera que todo esto sea falso o forme parte de la imaginería de un Jack agonizante.
Una pena que al pobre Walt y a su papá les hayan negado la posibilidad de despedirse de sus compis en el panteón sacrosanto de los losties. Se ve que como se largaron al final de la segunda temporada, no tenían derecho a atravesar los pórticos.
Y como ya hemos despotricado bastante, vamos con lo bueno del capítulo, que también hay mucho. La aparición de Christian Shepard y las palabras que le dirige a su hijo, en cierta forma, nos traen algo de paz. Lo que ocurrió, ocurrió y no forma parte de un delirio. Es decir, que por mucho que nos cueste encajar las piezas, han existido dos dimensiones paralelas y la real es la de la isla y la irreal la de los losties reuniéndose y despidiéndose unos de otros. ¡¡Biennnn!! Al menos, los cinco años de Lost no han sido una paja mental de un moribundo que soñaba con dioses imposibles y almas que buscaban la redención. Teniendo eso en cuenta, el reencuentro de los losties ha sido bastante emotivo y los flashes que nos traían imágenes de las primeras temporadas nos han puesto la piel de gallifante en bastantes momentos. «The end» ha sido más un capítulo de despedidas que un capítulo de respuestas, así que los guionistas han puesto en marcha la maquinaria lacrimógena y nos han dejado con la boca abierta.
Lo mejor de Lost la isla en sí, un lugar real, un lugar de tránsito, un lugar entre dos mundos o entre un millar de dimensiones, llamémoslo cómo queramos. Si algo tiene de especial la serie es, precisamente, la isla. Ni Jack, ni los guionistas, ni los escépticos más pragmáticos pueden arrebatarnos el sueño de Locke: «He visto el corazón de la isla y es algo maravilloso». Y sí, esa isla en la que los muertos resucitan, en la que conviven salvajes y comunas hippies, en la que dos semidioses juegan al backgamon y en la que hay monstruos y espíritus; esa isla que viaja a través del tiempo y del espacio, esa isla que se mueve entre las leyes de la física y la fe… es y debe seguir siendo real.
Hugo se queda de capo y el gran Ben de su segundo. Y junto a ellos también se queda Desmond, aunque en el último momento a Hugo parece que se le ocurre alguna idea para devolverlo a casa… pero todo queda en aguas de borrajas y nunca sabremos en qué consiste esa idea. Por cierto, que alguna vez leí por ahí que si Lost continuaba, Hugo iba a ser el guía espiritual de la isla, algo que confrontaba con los últimos instantes de «What They Died For» y que, visto lo visto, puede convertirse en una realidad nada descabellada. Pero los guionistas ya han dejado claro que la aventura acaba aquí y que ellos se bajan del carro, así que a esperar que la Disney, de aquí a unos cuantos añitos, decida poner en marcha las franquicias… porque Lost continúa seguro. Demasiada pasta para meterla en el congelador.
La batalla entre Jack y el humo negro brutal. El momento en que nuestro médico favorito se lanza contra Locke desde las alturas, machete en mano y haciendo frente a los elementos, impresionante. Casi casi me recordó al instante en que Ethan y Jack se partían los morros en el fango en la primera temporada. Y los instantes en los que el 316 se elevaba mientras toda la isla se venía abajo, también emocionantísimo. Lástima, una vez más, que la realidad de la isla haya quedado tan solapada tras la realidad alternativa, porque la isla merecía ocupar un rol preponderante por encima de los supervivientes.
En resumidas cuentas, el último capítulo de Lost ha sido más de lo mismo: incógnitas sin respuestas, una provocación en toda regla para que los frikazos como yo sigamos debatiendo durante semanas y semanas los cabos sin resolver y, en definitiva, un espectáculo sin precedentes que lo odias o lo amas. No hay término medio o respuestas definitivas. No hay explicaciones lógicas. Los guionistas han jugado a tapar el vacío con las manos y los huecos que quedan entre los dedos ya los taparán los fans con suposiciones… si es que pueden taparse. Lost es un gran truco de prestidigitación con momentos inolvidables y momentos ridículos.
Si pensáis que tras las duras críticas que he hecho, voy a renunciar a la serie, estáis muy equivocados. Como Jacob y el antijacob, acepté las reglas desde el principio. Sabía que no había una solución lógica para lo ilógico, que Lost iba a ser una mezcolanza de ciencia y de fe, de física y de magia, y no me importó, porque creía que la isla era tan maravillosa que me iba a dejar embargar por ella. Y así lo hice hasta este final que te deja un sabor agridulce en el paladar. Probablemente, ahora volveré a repasar la historia desde el principio, sin preocuparme de los enigmas, sonriendo cada vez que atisbe un camino que jamás llegará a ningún sitio porque los guionistas fueron incapaces de culminarlo, dejándome llevar por los romances, por las peripecias, por las persecuciones y los viajes infinitos, teorizando sobre enigmas que con toda probabilidad no tengan una solución lógica. Pero ese es el juego de Lost, era el juego que te proponía desde el primer momento, y sólo tenías dos posibilidades: aceptarlo o renunciar a él. Puede que me hayan engañado, tomado el pelo o contado un montón de milongas, pero ¡¡¡Dios mío!!! que bien me han engañado los cabrones.
¿Y ahora qué haremos sin Lost?

By David Mateo with 158 comments

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