lunes, marzo 28

Paseando por Noches de sal (I)

Si algo tiene 'Noches de sal' es que alberga muchísimos rincones de Valencia que descubrir e, incluso, en el libro hay una ruta tenebrosa y oscura que une los puntos importantes de la novela. Hoy me gustaría mostraros cuatro lugares a través de párrafos extraidos del texto. A ver qué os parecen. Por supuesto, os pongo la dirección en la ciudad por si os apetece visitarlos.


LOUNGE BAR : 39º 27N
Puerto de Valencia , Parking 6. Marina Norte.


Desde el Treinta y nueve Grados se tenía una perspectiva magnífica de la playa de las Arenas, de la Malvarrosa y, recortados en el horizonte, de los enormes apartamentos de Portsaplaya. Pero lo que en realidad fascinaba a Abel era el Mediterráneo. Un remanso de ira contenida que solo despertaba en invierno. Alma oscura y profunda, como escribió una vez Machado y recordaron tantos otros, que se eclipsaba bajo un atardecer rojo; y aun así jamás podría compararse al Atlántico, ladrón de navegantes y anfitrión de viudas desconsoladas. Aquella víspera de finales de octubre la costa estaba desierta y la mar picada. La verde superficie se rizaba entre guirnaldas de espuma y lanzas de coral rojo, dejando tras de sí un cerco brillante, como de aceite, que daba vida a las aguas que chocaban contra los bloques de piedra que custodiaban el Dique Norte. Un surfista, pese a las horas postreras del día, se dejaba llevar por la resaca, recuperando el aliento, subiendo cada vez que el mar se plegaba y descendiendo entre sortijas de efervescencia blanca. El traje de neopreno brillaba como una boya perdida en la inmensidad, solitaria, minúscula, el reclamo perfecto para que todos los clientes de la terraza clavaran la mirada en él y sus sueños rotaran alrededor de aquella figura exiliada en el sombrío universo de agua.

Seamos claros, para la gente común el 39 grados es un pelín caro. No es el lugar donde un servidor iría a hacerse una mariscada, pero es el sitio perfecto para tenderse en una tumbona, perder la vista en el Mediterráneo y olvidarte del mundo mientras bebes una cervecita. La anécdota del surfista es verdad como la vida misma. Recuerdo una tarde que deambulaba por el espigón con mi novia y el buen hombre se paseaba con su tabla de surf, ola arriba ola abajo, mientras los turistas lo observaban estupefactos. En ese momento el Mediterráneo se convirtió en un 'universo de agua', tal como cito al final. Un universo donde los pensamientos quedaban enclaustrados en esa figurita que remontaba la playa una y otra vez para goce de los curiosos.

Okupas en Doctor Lluch


Al menos la medicina le dio algo sólido donde agarrarse, una seguridad que le permitía dar la espalda al Abel Barros indeciso que casi había salido huyendo de La Coruña para respirar con cierto grado de alivio en Valencia. Pero Abel no quería renunciar a esa parte de sí mismo, por tanto, de vez en cuando se dejaba caer por el viejo caserón situado entre el puerto y el Cabañal, decorado con grafitis tan ilustrativos como la manera de degustar un clítoris, cristos endemoniados con penes colgando del pecho, dragones escupiendo fuego y maniquís ensangrentados que se balanceaban del techo mientras sonaba con estrépito la música de Grey Daturas.
Aquel sábado por la noche pinchaba un tío raro con la cara pintarrajeada de rojo y el cráneo afeitado al cero, escuálido como un zombi. Abel no sabía exactamente quién era, pero debía ser alguien importante dentro de los suburbios. Prácticamente todos los ocupas de los poblados marítimos se habían reunido en el caserón que en otra hora perteneció al maestro Padilla, formando colas interminables que llegaban al puerto. Era tal la masificación, que incluso los policías giraban la cabeza al pasar con los coches patrulla por la calle Doctor Lluch.

Odio las avenidas, lo admito. Siempre que puedo escapo de las grandes vías interurbanas como Serrería o Blasco Ibáñez para coger alguna de las callecitas que cruzan los poblados marítimos para llegar a la Malvarrosa. Doctor Lluch es una de esas travesías, paralela a la playa. Es una calle marinera por excelencia. Antaño, los okupas montaban sus fiestorros al principio de Doctor Lluch, en las antiguas mansiones burguesas y la música machacona sonaba hasta altas horas de la madrugada. En ocasiones, regresaba a casa de fiesta y contemplaba como decenas y decenas de okupas se amontonaban a las puertas de estas enormes casonas y bebían cerveza hasta reventar. Debo admitir que no me desagradaba contemplar aquel ambiente, aunque tampoco era lo más saludable para la ciudad. Algo así debió pensar Rita, porque con el transcurso del tiempo chapó los garitos y puso una comisaría juste en frente de la casona donde montaban las fiestas rave.

CAFÉ DE LAS LETRAS
Plaza Honduras, 3


El fin de semana tampoco fue mucho mejor. Luís Cámara se empeñó en que se dejara caer por el caserón de ocupas y, aunque ahora iba bastante bien de pasta, Abel no tuvo más remedio que aceptar el trabajo. El futuro heredero de Aluminios Cámara solía ser bastante insistente cuando se lo proponía. La velada del sábado acabó con una redada policial que a punto estuvo de dar con sus huesos en la cárcel. Los miembros del movimiento ocupa tuvieron que desalojar el caserón a las bravas, amenazados por la carga de los antidisturbios. El joven tatuador no tuvo más remedio que dejar a medias una hoja de maría en el omóplato de un marroquí con trazas de legionario y salir zumbando por la puerta de atrás. Tras tomarse un par de cervezas en el Café de las Letras —el bar de la Plaza Honduras donde solía reunirse toda la camarilla de la Facultad de Medicina— logró superar los primeros efectos del shock sufrido en el antro de Cámara.
Para terminar de redondear la velada, Patri acabó borracha como una cuba y Abel tuvo que componérselas para cargar con ella y abandonar el garito una vez más por la puerta de atrás.

El Café de las Letras está situado en la Plaza de Honduras. Es un establecimiento pequeñito, lleno de penumbras y de espacios limitados. Es complicado coger mesa ya que siempre está a reventar, aunque durante el veranito abundan las terracitas y es agradable tomarse una cervecita mientras observas a los grupos de estudiantes deambular a tu alrededor. No creo que sea el lugar donde 'se reuna la camarilla de la Facultad de Medicina', pero por su lugar estratégico cerca de la zona universitaria podría serlo. Lo importante es que es un lugar tan íntimo y acogedor que la imaginación vuela por los aires mientras degustas una buena bebida.

CASITAS ROSAS DE LA MALVARROSA


La muchacha tuvo que taparse la nariz con la manga de la cazadora de cuero para soportar el olor, aun así le entraron ganas de vomitar. Desde que irrumpió en el piso, aquella peste la había perseguido. Un hedor aceitoso a residuos y tuberías atascadas que se apoderaba de los ochenta metros cuadrados del apartamento.
Le costó un mundo apartar la vista del mensaje y volver a echar una ojeada al comedor. Todo estaba tan silencioso que parecía imposible que hubiera alguien. Las baldosas del suelo levantadas, el papel de la pared abombado por la humedad, grandes manchas negras aquí y allá, probablemente vestigios de viejas tuberías reventadas. Y, en el ambiente, ese calor rancio que atacaba a cualquiera que entrara en las Casitas Rosas, el bloque de edificios más degradado de la Malvarrosa.

Antes de nada, no os llevéis a engaño: la Malvarrosa no es la misma Malvarrosa que se describe en Noches de sal. La Malva es un lugar tranquilo, habitada por vecinos trabajadores y gente muy honrada. Incluso las Casitas Rosas apenas se parecen en nada a la barriada que yo conocí cuando era un chaval. Aun así, siguen habiendo rincones y pasajes que son complicados de ver a altas horas de la madrugada. La basura sigue acumulándose en las calles, y en verano, cuando el bochorno aprieta y las temperaturas convierten el ambiente en un horno incandescente, buena parte de las callejuelas exudan aceite nauseabundo que se te pega a la piel. Sería el lugar apropiado para que un asesino en serie realizara uno de sus atroces crímenes.

By David Mateo with 5 comments

5 comentarios:

Genial, porque estoy esperando en mi casita "Noches de sal" para hincarle el diente.

Conozco muy poco Valencia (sólo el Oceanografic) y estas indicaciones nos vienen genial.

Un abrazo y te deseo lo mejor para esta novela

Miguel Ángel

Hay ganas de hundirse en las noches de sal y recorrer todos esos lugares.

Conozco 3 de 4, aunque no con tanto detalle... ¡Qué ganas de tener el "tesoro de sal" en mis manos!

Queda nada para ponerlo de largo!!

Como la comida friki literaria de estas navidades se fue al traste, propongo un recorrido "didáctico" por tu Valencia con motivo de Noches de Sal.

Un saludo!

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