Ayer me senté delante del televisor, a ver las noticias, ya saben, toros sí, toros no, politización de la fiesta nacional sí, politización de la fiesta nacional no. Me quedé absorto mientras taurinos y antitaurinos se echaban los trastos a la cabeza y los políticos hacían apología sobre la fiesta nacional.
Debo admitir que llevo un verano bastante cruzado, negro podría decirse. No solo porque haga calor, que lo hace y mucho, sino por una serie de circunstancias que no vale la pena ni mencionar ahora. Estar mal —o no ser positivo— te hace contemplar la vida de una manera distinta. No sé si me entienden. No es lo mismo asomarse a la venta y contemplar un día soleado con un velo oscuro frente a los ojos, que verlo desde la misma perspectiva con un velo amarillo, rojo o dorado; pongan ustedes el color. El caso es que tras la consabida retahíla de noticias de la nueva ley aprobada por el parlamento de Cataluña, salió una presentadora y dijo que de aquí a sesenta años, Sevilla se quedaría seca y se convertiría en algo parecido al Desierto de Arizona. Madrid pasaría a ser Sevilla y Bilbao se transformaría en la nueva capital de España, climatológicamente hablando, por supuesto. Y lo más intrigante es que tras esta noticia no hubo reacción popular, y si la hubo fueron los tristes comentarios de ‘me parece muy mal’, ‘así no vamos a ningún sitio’ o incluso un ‘pues a ver si es verdad y empieza a hacer algo de calorcito’. El caso es que no hubo mayor polémica. Nos asamos lentamente. España se ha convertido en una sartén ignífuga en la que nuestros pensamientos se achicharran como la grasilla que rezuma un bistec de ternera cuando está demasiado hecho.
Y voy más allá, mientras el resto de Europa levanta cabeza después de haberlas pasado canutas con esto de la crisis económica, aquí las empresas siguen en regresión, las familias cada vez son más pobres y el paro se dispara hasta cifras inconcebibles. Pero los catalanes y sus reformas taurinas han venido a salvar la plana a nuestros políticos –los catalanes y el modestito viajecito de Obama a un conocido Parador de Castellón—; el debate está en la calle y unos hablan de toros, otros hablan de la reforma del estatut y otros dicen que Barcelona cada vez está más lejos de España.
¿Recuerdan el velo que comenté antes? ¿El velo negro, amarillo o rojo? Creo que los sagaces políticos que gobiernan nuestro país se han vuelto a salir con la suya y han corrido un velo taurino frente a nuestros ojos. Solo vemos toros. El resto de las vergüenzas se esconden a varias calles de distancia.
Pero tampoco me hagan demasiado caso… llevo el verano cruzado y, probablemente, no tendré razón en nada de lo que aquí diga.
Debo admitir que llevo un verano bastante cruzado, negro podría decirse. No solo porque haga calor, que lo hace y mucho, sino por una serie de circunstancias que no vale la pena ni mencionar ahora. Estar mal —o no ser positivo— te hace contemplar la vida de una manera distinta. No sé si me entienden. No es lo mismo asomarse a la venta y contemplar un día soleado con un velo oscuro frente a los ojos, que verlo desde la misma perspectiva con un velo amarillo, rojo o dorado; pongan ustedes el color. El caso es que tras la consabida retahíla de noticias de la nueva ley aprobada por el parlamento de Cataluña, salió una presentadora y dijo que de aquí a sesenta años, Sevilla se quedaría seca y se convertiría en algo parecido al Desierto de Arizona. Madrid pasaría a ser Sevilla y Bilbao se transformaría en la nueva capital de España, climatológicamente hablando, por supuesto. Y lo más intrigante es que tras esta noticia no hubo reacción popular, y si la hubo fueron los tristes comentarios de ‘me parece muy mal’, ‘así no vamos a ningún sitio’ o incluso un ‘pues a ver si es verdad y empieza a hacer algo de calorcito’. El caso es que no hubo mayor polémica. Nos asamos lentamente. España se ha convertido en una sartén ignífuga en la que nuestros pensamientos se achicharran como la grasilla que rezuma un bistec de ternera cuando está demasiado hecho.
Y voy más allá, mientras el resto de Europa levanta cabeza después de haberlas pasado canutas con esto de la crisis económica, aquí las empresas siguen en regresión, las familias cada vez son más pobres y el paro se dispara hasta cifras inconcebibles. Pero los catalanes y sus reformas taurinas han venido a salvar la plana a nuestros políticos –los catalanes y el modestito viajecito de Obama a un conocido Parador de Castellón—; el debate está en la calle y unos hablan de toros, otros hablan de la reforma del estatut y otros dicen que Barcelona cada vez está más lejos de España.
¿Recuerdan el velo que comenté antes? ¿El velo negro, amarillo o rojo? Creo que los sagaces políticos que gobiernan nuestro país se han vuelto a salir con la suya y han corrido un velo taurino frente a nuestros ojos. Solo vemos toros. El resto de las vergüenzas se esconden a varias calles de distancia.
Pero tampoco me hagan demasiado caso… llevo el verano cruzado y, probablemente, no tendré razón en nada de lo que aquí diga.