Es una pena. Otra oportunidad desaprovechada. Todos nos frotábamos las manos ante la posibilidad de ver a nuestro cimmerio favorito adaptado al cine, protagonizando una nueva serie de aventuras, y los yanquis se las han apañado para tirarlo todo por tierra. Y la cosa prometía, porque aquellos que hemos visto a Jason Momoa en Stargate Atlantis éramos conscientes de que podría ser un buen Conan, alejado del estereotipo cinematográfico que John Milius creó con el tete Schwarzenegger, y más cercano al Conan de Robert E. Howard. Incluso Marcus Nispel parecía un director apropiado teniendo en cuenta esa divertida cinta de aventuras llamada «El guía del desfiladero».
Pero Conan pide algo más de guión que «Pathfinder» y Marcus Nipel ha demostrado que no da la talla cuando el nudo argumental va más allá de una simple persecución de adolescentes, como se vio en la última «Viernes 13».
Y es que, tras cinco minutos iniciales que dejan un buen regusto, la película se desmorona y se convierte en un simple carrusel de batallitas mal coreografiadas (no hay más que ver la pelea en el barco de Artus contra los piratas… ¿qué pinta en el desarrollo del argumento más allá de añadir minutos de metraje?) y de secundarios muy planos. En ningún momento Nispel sabe extraer el jugo a un personaje tribal y visceral como Conan y, precisamente, ahí radica la diferencia entre la genialidad y la mediocridad. Robert Howard, maestro del pulp y de la Espada y Brujería, sí que supo exprimirlo al máximo y creó un bárbaro alejado del estereotipo brutal y sanguinario tan popularizado por otros escritores de la época, dotándole de una sabiduría particular y de un potencial sentido de la denuncia. En la película, no vemos en ningún momento ese rasgo en el cimmerio, salvo cuando libera a los esclavos, a partir de ese momento, Nispel trata de homenajear lo peor de Milius y se olvida de quién fue el verdadero creador del personaje: Robert E. Howard.
Como he comentado por facebook, crear una película brutal con argumento no es sencillo, y ahí podemos citar un ejemplo como Spartacus, paradigma actual de la barbarie, del erotismo elevado a la máxima potencia y de la inteligencia hábilmente dosificada. Hacer algo así es muy complicado (¡¡Spartacus ya va por la tercera temporada!!), y si la cagas, puede quedarte un truñete a la altura de este Conan descalabrado.
Muchos todavía nos seguimos preguntando por qué la industria norteamericana se empeña en complicarlo todo cuando, teóricamente, lo tenía a huevo; tan simple como adaptar un relato del propio Howard: «La reina de la Costa Negra», «Clavos rojos», «El dios del cuenco», «Sombras en Zumbala»… Es como si a alguien se le antojara adaptar la Tierra Media, pero en vez de echar mano de las fuentes de Tolkien, se las ingeniase para hacer una segunda parte del Señor de los Anillos con la resurrección de Sauron. ¿Alguien le encuentra sentido?
Creo que hemos perdido una gran oportunidad de rescatar a Conan del ostracismo. Nuestro buen cimmerio no parece dotado de muy buena suerte en ese sentido. Alguien olvidó incluir en el guión ese código de conducta que tan famoso lo hiciera en su momento y que lo diferencia de otros personajes parecidos. Si hasta los dobladores españoles se han empeñado en rebautizar la archifamosa espada salvaje de Conan como «la espada bárbara». Paciencia… otra vez será.
Pero Conan pide algo más de guión que «Pathfinder» y Marcus Nipel ha demostrado que no da la talla cuando el nudo argumental va más allá de una simple persecución de adolescentes, como se vio en la última «Viernes 13».
Y es que, tras cinco minutos iniciales que dejan un buen regusto, la película se desmorona y se convierte en un simple carrusel de batallitas mal coreografiadas (no hay más que ver la pelea en el barco de Artus contra los piratas… ¿qué pinta en el desarrollo del argumento más allá de añadir minutos de metraje?) y de secundarios muy planos. En ningún momento Nispel sabe extraer el jugo a un personaje tribal y visceral como Conan y, precisamente, ahí radica la diferencia entre la genialidad y la mediocridad. Robert Howard, maestro del pulp y de la Espada y Brujería, sí que supo exprimirlo al máximo y creó un bárbaro alejado del estereotipo brutal y sanguinario tan popularizado por otros escritores de la época, dotándole de una sabiduría particular y de un potencial sentido de la denuncia. En la película, no vemos en ningún momento ese rasgo en el cimmerio, salvo cuando libera a los esclavos, a partir de ese momento, Nispel trata de homenajear lo peor de Milius y se olvida de quién fue el verdadero creador del personaje: Robert E. Howard.
Como he comentado por facebook, crear una película brutal con argumento no es sencillo, y ahí podemos citar un ejemplo como Spartacus, paradigma actual de la barbarie, del erotismo elevado a la máxima potencia y de la inteligencia hábilmente dosificada. Hacer algo así es muy complicado (¡¡Spartacus ya va por la tercera temporada!!), y si la cagas, puede quedarte un truñete a la altura de este Conan descalabrado.
Muchos todavía nos seguimos preguntando por qué la industria norteamericana se empeña en complicarlo todo cuando, teóricamente, lo tenía a huevo; tan simple como adaptar un relato del propio Howard: «La reina de la Costa Negra», «Clavos rojos», «El dios del cuenco», «Sombras en Zumbala»… Es como si a alguien se le antojara adaptar la Tierra Media, pero en vez de echar mano de las fuentes de Tolkien, se las ingeniase para hacer una segunda parte del Señor de los Anillos con la resurrección de Sauron. ¿Alguien le encuentra sentido?
Creo que hemos perdido una gran oportunidad de rescatar a Conan del ostracismo. Nuestro buen cimmerio no parece dotado de muy buena suerte en ese sentido. Alguien olvidó incluir en el guión ese código de conducta que tan famoso lo hiciera en su momento y que lo diferencia de otros personajes parecidos. Si hasta los dobladores españoles se han empeñado en rebautizar la archifamosa espada salvaje de Conan como «la espada bárbara». Paciencia… otra vez será.