El cine español está en crisis y sigue cayendo en picado, sin frenos y cada vez más rápido. No existe variedad de argumentos, siempre tocamos los mismos palos y experimentamos sobre el mismo argumento melodramático una y otra vez. Quitando el REC 2 de Balagueró y Plaza o el Ágora de Amenábar, este año no ha habido absolutamente nada que haya llevado al público en masa a las salas de cine. Eso sí, el Estado sigue subvencionando con nuestro dinero un tipo de cine que a mí, personalmente, no me despierta el más mínimo interés (a mí y, por lo que se ve, a la gran mayoría de espectadores) y obliga a las multisalas a mantener una cuota fija de películas exhibidas. Una pena.
Sin embargo, de vez en cuando, aparecen por pantalla agradables excepciones que compensan el haberte gastado los seis euracos del precio de la entrada. Y una de esas excepciones es este Pagafantas, el primer largometraje del director Borja Cobeaga. En realidad, no estamos ante una película grandilocuente (ejem… los españoles somos expertos en cagarla cuando nos metemos en proyectos ambiciosos, ¿alguien recuerda Alatriste?), más bien todo lo contrario. Es una película ambientada en Bilbao, protagonizada por Chema, un chaval normalillo que acaba de dejar una relación rutinaria con su novia para experimentar nuevas emociones. Lo que sucede es que el chaval no se come una rosca y junto a su amiguete Rubén (el de Muchachadanui) se dedica a recorrer garitos día sí, día también en busca de un amor que se le resiste. Las cosas parece que empiezan a cambiar con la súbita aparición en su vida de Claudia (Sabrina Garciarena) un terremoto argentino que se dedicará a hacer experimentos con los pelos del pobre Chema y que le ayudará a comprender por las malas que es ser un genuino pagafantas.
He leído por ahí que esta peli es una comedieta romántica. Yo la definiría como una desventura suburbana con toques de humor autodestructivos. Ni el director, ni los guionistas necesitan echar mano del disparate para llevar a buen puerto la película. Simplemente las situaciones y la capacidad expresiva de los actores son suficientes para destapar la carcajada. La verdad es que cuando salen los getales de los Muchachadanui es inevitable poner la sonrisilla, aunque lejos de convertirse en una historia sin pies ni cabeza, Borja Cobeaga crea una historia de humor sin estridencias que contagia rápidamente la risa por las situaciones normales y perfectamente identificables que ves en la pantalla.
Por cierto, mención especial merece Oscar Ladoire, que andaba medio desaparecido de la escena cinematográfica, y que con esta película reaparece con un papel estelar muy próximo al protagonista. Aquí, el tío Jaime es un fotógrafo a la vieja usanza, anclado en una pequeña tiendecita en vías de extinción que se niega a aceptar la llegada de la fotografía digital y que contrata a Chema sólo para estar cerca de su madre, de la que está profundamente enamorado. En resumen, otro pagafantas de la vida, más carca y con el pelo más cano que a lo largo de la película emprenderá su búsqueda del amor al lado de su sobrino ‘postizo’.
Repito, ni es un dramón, ni es una comedieta estúpida, ni es un episodio más de ‘Al salir de clase’. Es un trozo de vida sacado de contexto y con todos los ingredientes para divertir al exportador. Una película para disfrutar y para compadecerse de los sentimientos más obtusos del hombre. Una película perfecta para un domingo por la tarde en el cine, cuando no se quieren demasiadas complicaciones. No sus la perdáis.
Sin embargo, de vez en cuando, aparecen por pantalla agradables excepciones que compensan el haberte gastado los seis euracos del precio de la entrada. Y una de esas excepciones es este Pagafantas, el primer largometraje del director Borja Cobeaga. En realidad, no estamos ante una película grandilocuente (ejem… los españoles somos expertos en cagarla cuando nos metemos en proyectos ambiciosos, ¿alguien recuerda Alatriste?), más bien todo lo contrario. Es una película ambientada en Bilbao, protagonizada por Chema, un chaval normalillo que acaba de dejar una relación rutinaria con su novia para experimentar nuevas emociones. Lo que sucede es que el chaval no se come una rosca y junto a su amiguete Rubén (el de Muchachadanui) se dedica a recorrer garitos día sí, día también en busca de un amor que se le resiste. Las cosas parece que empiezan a cambiar con la súbita aparición en su vida de Claudia (Sabrina Garciarena) un terremoto argentino que se dedicará a hacer experimentos con los pelos del pobre Chema y que le ayudará a comprender por las malas que es ser un genuino pagafantas.
He leído por ahí que esta peli es una comedieta romántica. Yo la definiría como una desventura suburbana con toques de humor autodestructivos. Ni el director, ni los guionistas necesitan echar mano del disparate para llevar a buen puerto la película. Simplemente las situaciones y la capacidad expresiva de los actores son suficientes para destapar la carcajada. La verdad es que cuando salen los getales de los Muchachadanui es inevitable poner la sonrisilla, aunque lejos de convertirse en una historia sin pies ni cabeza, Borja Cobeaga crea una historia de humor sin estridencias que contagia rápidamente la risa por las situaciones normales y perfectamente identificables que ves en la pantalla.
Por cierto, mención especial merece Oscar Ladoire, que andaba medio desaparecido de la escena cinematográfica, y que con esta película reaparece con un papel estelar muy próximo al protagonista. Aquí, el tío Jaime es un fotógrafo a la vieja usanza, anclado en una pequeña tiendecita en vías de extinción que se niega a aceptar la llegada de la fotografía digital y que contrata a Chema sólo para estar cerca de su madre, de la que está profundamente enamorado. En resumen, otro pagafantas de la vida, más carca y con el pelo más cano que a lo largo de la película emprenderá su búsqueda del amor al lado de su sobrino ‘postizo’.
Repito, ni es un dramón, ni es una comedieta estúpida, ni es un episodio más de ‘Al salir de clase’. Es un trozo de vida sacado de contexto y con todos los ingredientes para divertir al exportador. Una película para disfrutar y para compadecerse de los sentimientos más obtusos del hombre. Una película perfecta para un domingo por la tarde en el cine, cuando no se quieren demasiadas complicaciones. No sus la perdáis.
6 comentarios:
Suscribo la recomendación. Pasas un buen rato, te ríes, te relajas... ¡qué más se puede pedir!
Totalmente de acuerdo. Una comedia tremendamente divertida.
Y yo también tenía ganas de ver a Óscar Ladoire en un papel a su medida... Qué gran actor, por favor.
Lo mejor es que todos los personajes son creíbles y sí, aunque hay alguna que otra rallada, es una película que te la crees precisamente por los personajes. Ladoire es un crack.
Gracias por la recomendación. Ahora a ver si tengo tiempo de ir yo al cine. Es verdad que se echa de menos el buen cine Español de hace años.
Y yo que la tenía clasificada -sin verla- como basurilla...
Ladoire siempre ha sido un crack
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