¿Qué se puede decir de Roma que no se haya dicho ya? La verdad es que muy poco. Vivencias personales, opiniones muy subjetivas y alguna que otra aventurilla acontecida en las entrañas de una ciudad caótica que continúa inmersa en un ciclo atemporal que perdura desde los orígenes de nuestra civilización y que crea a su alrededor una atmósfera incomparable; una imagen que, por supuesto, confronta con el resto de las grandes metrópolis europeas.
La sensación final que me llevo de Roma es que es una ciudad escaparate, y léase esto en el buen sentido de la palabra. Es una ciudad muy viva, hacinada de turistas y visitantes que buscan desesperadamente cada monumento surgido del pasado neblinoso de una época imperial o de las raíces del cristianismo. Y ese escaparate, esa colección de grandes imágenes y monumentos está ahí, al alcance de cualquiera, hermoso y apabullante a la vez, capaz de cortarnos la respiración y dejarnos con la boca abierta —desdichado aquel que no sea capaz de sentir algo ante la Fontana di Trevi o el Panteón—, pero a su vez es una ciudad cuyos límites más alejados de ese núcleo apoteósico se encuentran sumidos en el caos y en la suciedad —basta darse un paseito por las inmediaciones de la estación de Términi para encontrar muestras de ello—. Supongo que será algo inherente a la propia naturaleza romana, pero eso no menoscaba la grandeza de una urbe cuyas entrañas hablan de belleza inigualable.
Lo primero que nos llamó la atención de Roma es la desenvoltura de sus habitantes. No sé como serán las calles y avenidas de la periferia, pero muchas de las vías que cruzan el centro neurálgico de la ciudad son muy largas y carecen de semáforos, y si tienen pasos de peatones apenas se aprecian en el asfalto, así que uno pasa rápidamente de la inseguridad a la confianza absoluta al ver cómo los peatones atraviesan con resolución esas mismas calles sin preocuparse demasiado del tráfico. Y los coches, al contrario que en España, se detienen y sus conductores se muestran pacientes y no echan mano del pito a las primeras de cambio —lo cierto es que en todo el tiempo que estuvimos en Roma, sólo escuchamos una vez estruendos de cláxones y provenían de un coche nupcial y del cortejo de automóviles que lo precedían—. Así que si vais a Roma y estáis en esas calles interminables sin semáforos, no os lo penséis, cruzad si tenéis la menor oportunidad.
Roma es caótica y un poco sucia. Motos quemadas que llevaban en la calle desde que los centuriones montaban guardia en el palacio de Nerón.
Si vais tres o cuatro días a Roma, como fui yo, echad mano de la Roma Pass —se trata de un pack de tarjetas que se puede comprar en cualquier quiosco—. La Roma Pass se compone de dos tarjetas, la primera sirve para entrar por el morro en dos museos —ojo, el del Vaticano no cuenta— sin hacer colas, así que si tienes intención de visitar el Coliseo y el Palatino enseguida la amortizaréis. Además, la Roma Pass permite acceder a todos los transportes públicos sin coste durante tres días. Nosotros la amortizamos de sobra con viajecitos en el metro y en el autobús. Por cierto, Roma cuenta con excelentes vías de comunicación, así que olvidaos de taxis o de transporte privado. Si os hospedáis en las inmediaciones de Términi —como hacen la mayoría de los turistas— tenéis acceso a dos líneas de metro que te llevan a cualquier parte de la ciudad y a una amplia red de autobuses que unen los puntos más alejados. Lo único es que el metro siempre está atestado de turistas y los romanos —por decirlo de manera fina— son poco corteses a la hora de reivindicar los puestos más cómodos en el metro, así que u os conformáis con estar de pie o preparáis los codos para abriros camino entre la multitud.
Otro de los temas que tenéis que tener muy en cuenta es el de la venta ambulante. Hay muchos mercachifles por las plazas más importantes de la ciudad que en cuanto os vean con el mapa en la mano u os vean cara de turistas, os agobiarán de manera insolente con fotos y rosas —os puedo asegurar que son más pesados que en cualquier ciudad de España—. Nosotros caímos la primera vez, pero al ver la actitud que tomaban los romanos, decidimos imitarlos; es decir, sed radicales con esta gente. Poned cara de mala hostia y responded a cualquier invitación con un NO muy rotundo, porque sino no habrá forma humana de que os los quitéis de encima. Los vendedores ambulantes en Roma son como moscas cojoneras. Y si os interesa algo de lo que venden, regatead porque podréis sacarle dinero a vuestro favor.
En Roma todo es inconmensurablemente grande. E incluso un tío tope tocho como yo se queda empequeñecido ante los vestigios de la Roma Imperial.
El mejor consejo que nos dieron a nosotros antes de ir a Roma y que mejor nos vino en nuestro periplo por la ciudad fue que no nos lleváramos agua. Roma tiene un clima mediterráneo muy semejante al de Valencia o al de cualquier ciudad oriental de la península ibérica, lo cual quiere decir que el calor es asfixiante y cuando aprieta, aprieta de verdad. No es tan húmedo y sofocante como el de Valencia, puede que sea una mezcla entre el clima de Madrid y el de Levante. Mi consejo: que cada viandante lleve en el bolsillo una botella de plástico vacía y la llene en cada fuente que encuentre en su camino. Lo mejor de Roma no son las pizzas, ni los helados, ni la pasta… ¡¡lo mejor de Roma es el agua!! La podéis beber de cualquier grifo o de cualquier fuente, e incluso a las dos del mediodía, cuando el calor se vuelve insoportable, el agua brota fresquita de las bocas de las fuentes. Así que ni se os ocurra gastaros un céntimo en agua. El agua de la ciudad es potable y apacigua la sed en los momentos más desesperados.
¡Fuentes, fuentes y fuentes! Un seguro de vida cuando el sol aprieta con fuerza y la garganta se resiente.
Ahora que tenemos claro todos estos consejos: ¿qué hacer en Roma durante tres días? Pensad que el Vaticano, la Plaza de San Pedro y la Basílica os va a llevar como muy poco mediodía —si eres un apasionado del arte y eres capaz de sacarle el jugo a las obras de Bernini, Rafael o Miguel Ángel, multiplica ese mediodía por un día entero—, el Coliseo, el Palatino y los foros romanos os van a llevar otro mediodía largo, así que simplemente con estas dos visitas ya tenéis consumido un día completo —y quizás haya pecado de optimista—. Además, pensad que para entrar al Vaticano hay que madrugar pues las colas pueden ser interminables, sobre todo si vais en temporada alta de turismo, así que planificad muy bien el viaje y las visitas para sacar el máximo jugo a la ciudad eterna.
Nosotros, que pasamos viernes, sábado, domingo y lunes, dedicamos la tarde del viernes a la Plaza del Pueblo, Vía del Corso, Vía Condoti —si vais con un apasionado de la moda, esta calle puede ser su perdición—, Plaza España, Fontana di Trevi y Pantheon. Por supuesto, vas de maravilla en maravilla. Cuando crees que has visto algo espectacular, doblas una esquina y te encuentras con otro palacio, otra iglesia u otro monumento aún mayor. Roma es como un parque de atracciones, siempre hay algo más sorprendente que lo anterior, siempre hay un nuevo monumento que te deja sin respiración y que parece surgido de una grieta en el tiempo. Además, las calles que se enraízan alrededor del Pantheon son muy románticas, con montones de restaurantes donde comer pizza y beber buen vino. Eso sí, estad muy al loro de la carta y del ‘servizio’, no vaya a ser que os den una sorpresa desagradable.
La fontana di Trevi, si quieres regresar a Roma, arroja una moneda por encima del hombro a la fuente.
Roma es de patear mucho y, si vais por esta época, hay que lidiar con el sol, así que llevaros vuestras cremitas cicatrizantes, vuestras aspirinas por si os da una insolación —lo digo muy en serio, caminar por los foros a las dos de la tarde bajo un sol de justicia puede ser una experiencia bastante desagradable si no vais preparados— e id bien provistos de agua, toda precaución es poca. Muchos visitantes programan sus visitas para hacer un receso al mediodía y buscar refugio en el hotel dos o tres horitas para refrescarse o coger fuerzas; no es mala idea, nosotros lo hicimos, eso sí, tened en cuenta que la visita al Vaticano o a los foros os puede llevar más de media mañana, así que es inevitable pasar ciertos agobios por el calor.
Como os dije antes, para ir al Vaticano hay que madrugar. Nunca se sabe la cola que uno puede encontrar. Nosotros, llegando a los ocho y media de la mañana, tuvimos suerte y no encontramos demasiada cola. Pero en la agencia nos advirtieron que no es lo normal y a veces las colas de turistas son interminables. Dedicamos toda la mañana del sábado a la visita del Vaticano, deteniéndonos en las salas que más nos llamaban la atención, y no soy capaz de asegurar que lo viéramos todo, así que planificad muy bien qué es lo que queréis admirar con mayor detenimiento. A mí me interesaban mucho las salas egipcias, el Museo Chiaramonti y el Brazo Nuevo, es decir, todo lo relativo a la Roma Imperial. Pero también resulta inexcusable la visita a las galerías de Miguel Ángel, Rafael, el Museo Etrusco, las salas de los mapas y los tapices, las estancias de los Borgia… y, por supuesto, la Capilla Sixtina. Es precisamente en ese lugar donde se concentra la mayor solemnidad de los museos vaticanos. Tan oscura, tan suntuosa, decorada con los frescos de Miguel Angel que hacen referencia a la génesis de la humanidad, uno no puede evitar un escalofrío y pensar que verdaderamente ha llegado a la cuna de la religión.
Son tantas las sensaciones que uno experimenta en Roma que debería existir una ley universal que nos diera el derecho a visitar esta ciudad al menos una vez a lo largo de nuestra vida.
Os presento a mi amiguete Anubis. Nos hicimos buenos amigos en el museo del Vaticano. Lo peor llegó cuando nos tuvimos que separar, pero prometimos escribirnos regularmente. Aunque ambos sabemos que la relación no perdurará en el tiempo. Las amistades que haces en este tipo de viajes son perecederas y creo que ambos lo supimos justo en el instante en que nos dimos la mano y nos despedimos por última vez en Termini. Adiós, Anubis, que la suerte te sonría.
Pero si la Capilla Sixtina y el museo del Vaticano nos roban el aliento… ¿qué decir de la Plaza de San Pedro? Como he mencionado antes, Roma es un continuo salto mortal en pos de la divinidad, y adentrarte en la Plaza de San Pedro es como entrar en el Olimpo del Cristianismo. Lo primero que te asalta cuando pones los pies en la plaza es la sensación de amplitud y de espacio abierto. Los brazos de la Basílica, formados por decenas y decenas de columnas, y las dos estatuas gigantes de San Pedro y San Pablo dando la bienvenida a los peregrinos que atraviesan sus límites, te obligan a preguntarte si aquel lugar ha sido creado por un mortal como Bernini o en realidad hay un Dios omnipotente que simplemente con un gesto ha levantado muros y ha arrancado el mármol de las entrañas de nuestro mundo. La sensación de grandiosidad de la plaza y de la Basílica de San Pedro te golpea, te zarandea y te arrastra, y eso que la vimos vacía —ejem… todo lo vacía que puede estar en el mes de julio—; sin embargo, aún me pregunto qué sensaciones pueden asaltarle a un simple mortal cuando esa plaza esté repleta y el Sumo Pontífice de su bendición desde el balcón de la Basílica.
Las sensaciones que transmite la plaza de San Pedro son indescriptibles. Todo empequeñece ante ella.
No obstante, para ser fiel a la realidad, al día siguiente, cuando visitamos los foros romanos y vimos las grandes columnas despojadas de mármol, sentí un poco de rabia al ver aquellos monumentos desnudos y comprender que los laicos se habían llevado el mármol para vestir sus monumentos —¿hace falta decir a estar alturas que me apasiona la Roma Imperial?—; sea como sea, el pasado es pasado y lo que queda hoy en día es la huella que el hombre ha dejado en Roma. Los paganos pagaron el precio de la derrota y los cristianos ocuparon la cumbre, y monumentos como la Basílica o la Plaza de San Pedro son patrimonios de la humanidad que brillan con un poder casi divino.
Este es el famoso chiringuito donde dos seguratas encorbatados deciden si entras o no entras en la basílica. Recuerda: si quieres ver la basílica de San Pedro, hombros cubiertos y pantalones por debajo de las rodillas.
Tengo otra objeción que hacer —y que me perdonen los más devotos—, pero me parece hipócrita la presión que ejercen las autoridades vaticanas impidiendo sacar fotos en los sepulcros de los papas o imponiendo un orden severo en la Capilla Sixtina y que permitan la profanación de todos estos lugares permitiendo el rodaje de una película como ‘Ángeles y demonios’, supongo que aún hoy el dinero lo puede todo, incluso el estricto orden moral del Vaticano.
El coliseo desde la Vía Imperiali, con muchos maromos vestidos de romanos y puestos ambulantes de fruta y bebidas refrescantes.
La tarde del segundo día la dedicamos a la Plaza Navona —que a nadie se le ocurra pedir un capuchino en esta plaza porque la broma puede subir a más de cinco euros— y al Puente de Sant’Angelo. Por cierto, Roma es una ciudad de contrastes, y si en Navona los restaurantes se disparan, dos calles más abajo, por la vía de Santa María, hay cuatro o cinco pizzerías cuyos precios son asequibles y permiten degustar la mejor gastronomía de Roma sin arruinar nuestros bolsillos. Además, el ambiente es idílico con multitud de terracitas, farolillos y mesas en la calle. Después, bajando por Vía Coronaria, antes de llegar al puente de Sant’Angello, se abre un pequeño callejón que llega a un patio empedrado y forrado de porcelana diminuta, con parras cayendo desde los balcones y con farolillos alumbrando la noche, que da a una heladería muy pequeñita y en la que se pueden degustar los mejores sabores de Roma. No sé si todavía he dicho que el ‘galato’ italiano es un pecado capital que nadie debería dejar de probar.
Al día siguiente, vuelta a madrugar y a visitar el Coliseo y los foros romanos. A estas alturas todavía soy incapaz de decidir qué me gustó más: si la Plaza de San Pedro o el Coliseo. El Coliseo y las ruinas que lo rodean representan la Roma Imperial que me apasiona y que todos hemos visto en películas como ‘Gladiator’ o series como ‘Roma’ y ‘Yo, Claudio’, pero el arte de Bernini en el Vaticano te deja con tan buenos recuerdos que uno es incapaz de decidirse. Lo mejor es que Roma dispone de ambos escenarios para nuestro deleite. El Coliseo te abruma desde el mismo momento en que sales de la boca del metro. Su grandeza, plomiza y roma, te trae a la memoria todas esas imágenes que tantas veces hemos visto y leído. Tras sus muros se vivieron gestas, batallas y corrieron ríos de sangre, y esos muros los tienes justo delante, ahí, ante tus ojos. Si tienes la Roma Pass, aprovecha y sáltate la cola y ve directo a la entrada. Y en cuanto atraviesas los arcos que rodean la antigua pista de tierra —de la que ya no queda nada—, te golpea la grandiosidad de los lienzos en donde antaño había gradas en las que se reunían muchedumbres que serían la envidia de cualquier campo de fútbol de primera división. Creo que en esos muros todavía perdura el sabor de la muerte, por eso nos sentimos atraídos por ellos. Si el Vaticano representa la exaltación de los valores humanos, el Coliseo representa la pasión de la muerte y del sufrimiento. Todos los que hemos estado allí nos embarga una morbosa curiosidad hacia los actos que pusieron fin a las vidas de tantos cristianos e incluso, si cerramos los ojos, podemos escuchar el estruendo de las armas de los gladiadores al chocar o el rugido de los leones.
¡A los leones, a los leones! -dijo la Yoli-. Que no sobreviva ninguno. (Las cosas no cambian a través del tiempo).
Reitero: si vas a visitar el Coliseo y los foros imperiales por esta época, mucho cuidado con las insolaciones y la botella de agua bien a mano. Si se te ha olvidado cogerla, no te preocupes, deja atrás el Arco de Constantino y sube por el caminito empinado que atraviesa el Palatino y el Arco de Tito y ahí encontrarás a mucha gente que vende botellas de agua helada. Eso sí, son vendedores ambulantes sin licencia y se darán a la fuga en cuanto sospechen que vienen los carabinieri.
¡¡El circo máximo!! Justo al ladito del palacio de Augusto. Así, cuando se acababan las carreras, el emperador se iba a casita y disfrutaba del picoslabis que le preparaba la parienta. Los romanos sí que sabían montárselo.
Si tienes la Roma Pass, el Palatino y los foros romanos son el lugar ideal para gastar la segunda entrada libre a la que tienes acceso. Del Circo Máximo apenas queda una explanada, lo mismo puede decirse de los Jardines Farnesianos o del Templo de Apolo y la Casa de Augusto, pero aún sin quedar mucho del Palatino, ese poco es demasiado. Los muros, los antiguos templos, los despojos de las casas y de los palacios dan fe de una Roma que irrumpe de las raíces de nuestra Historia y nos hacen componer el retrato de la que fue la Ciudad más importante de un Imperio que no tuvo fronteras.
Las estructuras más enteras las encontramos en la Vía Sacra, justo en el lado oeste y sur, donde se levantan el Arco de Septimio Severo, el Templo de Saturno, las columnas del Templo de Cástor y Pólux o el templo circular de Vesta. Ahí, justo en ese lugar, se puede establecer un nexo más íntimo con la roma pagana de los césares y donde la huella del imperio profundiza más en la tierra. No obstante, los cristianos tomaron merecida venganza y muchos de esos templos han sido despojados del valioso mármol para revestir los aledaños de la Plaza de San Pedro. Una pena.
Mi novia se compró una sombrillita para soportar los 38 grados de calor que hacía en la sombra. Yo no. ¿A que está mona?
Una vez repuestas las fuerzas —os aseguro que gastaréis mucha energía en el recorrido de los foros, sobre todo si los veis al mediodía o a última hora de la mañana—, podéis subir por la Vía Imperial y disfrutar de más vestigios de la Roma Antigua visitando el Foro de Augusto y el Foro y la Columna Traiana. Pero si desviáis la vista a la izquierda, tendréis una panorámica impresionante de otro de esos monumentos que se te quedan grabados en la retina: el Palacio de Víctor Manuel II, último Rey de Cerdeña y primer Rey de Italia. Las columnas, las escaleras, los pórticos y la estructura en general brillan bajo el sol como si hubiesen sido labradas con plata en vez de mármol. Lo peor es que, de nuevo, para su construcción se echó mano de los vestigios de la roma antigua situada en la Colina Capitolina.
Si continuamos con el paseo nos topamos con la Plaza Venecia y, desde allí, podemos bajar hasta el Campidoglio y disfrutar del Palacio Senatorio, hoy el ayuntamiento, y de los museos capitolinos. Por cierto, justo al lado del ayuntamiento hay una pequeña estatua de la Loba con Rómulo y Remo que recuerda al Torico de Teruel por sus dimensiones. Un poco más abajo encontramos la Plaza Bocca della Verità y podemos meter la mano en la escultura e imitar a Gregory Peck en la peli de ‘Vacaciones en Roma’. Yo no pude hacerlo porque la iglesia donde se encuentra la Boca estaba cerrada. Mala suerte.
No pudimos meter la mano porque había una reja, pero sí que pudimos retratarla. Aquí está, con todos ustedes, doña Boca de la Verdad.
Para el último día nos dejamos la Catedral de San Giovanni y la Iglesia donde está la Escala Santa, un templo que impresiona al ver cómo los devotos se desplazan por los escalones de rodillas hasta llegar a la capilla del Santa Santorum.
Inevitablemente, nos dejamos lugares por visitar, como el Barrio del Trastévere, el Campo di Fiori o la Isola en los puentes de Fabricio y Cestio, pero tres días dan para lo que dan y aún así fueron jornadas muy intensas. Lo bueno es que la moneda entró en la Fontana di Trevi y la leyenda dice que regresaremos algún día a la Ciudad Eterna.
Para acabar una nueva advertencia, desde Fiumicino, el aeropuerto de Roma, hasta Termini, la estación ferroviaria, hay varias formas de desplazarse. Nosotros elegimos el tren, pero os aseguro que las condiciones del viaje son infrahumanas y en el desplazamiento de regreso al aeropuerto lo pasamos francamente mal. Lo mejor es contratar un servicio privado de transporte que nos lleve de un lugar a otro y ahorrarnos el sofocón del desplazamiento. Tampoco debemos tener demasiado miedo a las limitaciones de la lengua. En Roma, los comerciantes se expresan muy bien en castellano y en inglés, y el italiano también se entiende bastante, así que no sufráis por ese aspecto. Además, en ciertos lugares de Roma se oye hablar miles de lenguas diferentes antes que el italiano.
Y poco más me queda que contaros de mis vacaciones en Roma. La sensación de satisfacción con que volvimos a Valencia supera en mucho a las expectativas iniciales. Una vez que visitas Roma, inevitablemente, vuelves con un trocito de historia en tu corazón. Si eres un sibarita del buen gusto, de la buena arquitectura y de los grandes monumentos, te relamerás una y otra vez al pensar en la Plaza de San Pedro o en el Coliseo. Yo todavía cierro los ojos y me veo allí, justo en mitad de la plaza, junto al obelisco y las estatuas talladas en mármol, bajo el caliente sol romano y zarandeado por la brisa que trae consigo el murmullo de otros tiempos, tiempos que no se repetirán pero que han dejado un impronta imborrable en los anaqueles de nuestra Historia. Roma es eterna y ahora también lo es en mi corazón.
17 comentarios:
Que envidia me ha dado,tengo que ir algún año por allí. Me alegro que hayas tenido un buen viaje, y estupenda la crónica.
No lo dudes, Juanjo, tienes que ir sí o sí. Roma es un compendio de arte, arquitectura e historia que no deberías dejar pasar. Es más, como he dicho en la entrada, deberíamos tener el derecho impepinable de visitar estas ciudades una vez en la vida. Roma es patrimonio de la humanidad y todos tendríamos que visitarla.
A ver, a ver... espero que le hayas tomado fotos a la capilla sixtina sin flash. Mira que nos tiene que durar!
Jeje, que bien que te las has pasado. Ahora a seguir disfrutando del veranito.
Ufff... tuvimos serios problemas técnicos con las cámaras. No somos grandes fotógrafos, aun así nos trajimos buenos recuerdos fotográficos.
Sí, señor. A eso lo llamo yo una buena crónica de viaje. Estuve en Roma hace ya algunos años, pasé cuatro o cinco días, y me gustó mucho. El problema es que el calor era sofocante y había algunas horas en las que era imposible estar por la calle. Habrá que volver, aprovechando de paso algunas de tus sugerencias.
Que ilusión que te haya molado la crónica y que cojas mis sugerencias. Mola que no caigan en saco roto y sirvan para otras personas.
¡Enhorabuena! Has recibido el Premio Blog de Oro en:
http://cristinaroswell.blogspot.com/
Felicidades :)
Vives mejor que quieres.
¡Qué crónica más completa e interesante! :-D
Me alegro mucho de que os lo hayáis pasado tan bien, las fotos son preciosas. Espero que el año que viene me lo pase al menos igual de genial que vosotros.
Por cierto, a ver si en Septiembre nos hacemos un huequecito, que hace millones de años que no os veo. Besitos para Yolanda :-)
Enhorabuena David, tremendas vacaciones te has dado en la ciudad eterna.Siento envidia de la buena.
Excelente crónica. Si te cansas de la fantasía y del terror, puedes dedicarte a escribir crónicas de viajes e incitar a los viajeros a visitar maravillas como Roma :)
Me alegra que disfrutaras tanto tus vacaciones romanas. Has dejado un sabor de "deber ir" increíble.
Saludos
Hola amigachos, muchas gracias por vuestro comentario. Siempre es agradable abrir el blog de buena mañana y encontrar todos estos comentarios (¡¡incluso un premio, gracias Roswell!!).
La verdad es que Roma da para esta entrada y para mucho más. Caminar por sus calles, entre sus monumentos... es como andar con una musa que te va susurrando al oído. Cada rincón es especial y, aún hoy, una semana después de las vacaciones, sigo cerrando los ojos e, inevitablemente, mi mente recrea los muros de la basílica de San Pedro, el Coliseo o las maravillosas ruinas de los foros romanos.
En realidad, más que mis dedos, creo que esta entrada la ha escrito la propia Roma.
Peroooo...no has metido la mano en la Bocca della Verità? que mal.
Yo de Roma no me fuí hasta no meter la mano allí :)
Y a la próxima tampoco te dejes el Trastévere de último que mola mucho.
Coincido con lo del Trastevere, pro la noche muy recomendable. Cerca de la Isola Tiberina hay un monton de locales y bares.
De todos modos has visto muchas cosas en esos días.
Particularmente me encantó Las termas de Caracalla pro su colosalismo, y claro el Coliseo.
También nos dejamos las catacumbas, pero ya había que hacer una escursión especial. Pero volveremos, porque Roma es única.
Por cierto, Verónica, fuimos a la Boca de la Verdad a última hora de la tarde, por eso estaba cerrada. También nos dijeron que habían cambiado su localización y la iglesia en la que estaba no era la habitual.
Excelente crónica. La ciudad eterna, de hecho Italia en general, siguen en la lista de mis pendientes. Aunque yo siempre he sentido más debilidad por Venecia. Creo que buena culpa la tiene Thomas Mann.
Mi próximo objetivo en Italia es Florencia. Me han asegurado que el rollo de las supersticiones sigue vivo en la ciudad y hay miles de referencias a Dante, al infierno y a la parte más bizarra y oscura del cristianismo.
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