Agricultores de toda España exigen una política de márgenes comerciales más transparente regalando 15.000 kilos de fruta en la cuesta de Moyano.
Con este titular, El país ponía de manifiesto la movilización que el pasado 29 de julio montaron los agricultores de toda España en pleno centro de nuestra capital. Si leen con atención la noticia, existe un desajuste brutal entre lo que cobra el agricultor por un kilo de acelgas y lo que se llevan los diferentes intermediarios que tratan la fruta. A veces, ese porcentaje llega a datarse en más de un mil por ciento.
Mientras leía esta noticia, no pude evitar que mi cabeza comenzara a dar vueltas y extrapolara esas cifras al negocio de los libros. Os aseguro que los agricultores son unos afortunados si se comparan con los profesionales de la escritura. En nuestro caso, el porcentaje de diferencia entre el precio de venta y el precio del tratamiento de la materia prima no se situaría en el 1000%... probablemente estaría entre el millón y el millón de millones por cien.
El beneficio que obtiene un autor de una novela es paupérrimo, ridículo e, incluso, insultante cuando se compara con el precio del producto que tiene que pagar el consumidor. El proceso sigue siendo parecido al de la fruta (entran los mismos profesionales y los mismos distribuidores), pero al final de la corrida, yo ya me sentiría un afortunado de la vida si pudiera llevarme el margen que se llevan los pobres agricultores.
¿Y qué hacemos los escritores por evitarlo? Nada. El oficio de escritor se puede comparar al de las putas. A la hora de vender un libro, todos queremos pillar el mejor cacho, y a veces en el proceso perdemos hasta las bragas. ¿Alguna vez han visto en una rotonda a un montón de putas peleándose por meterse en un BMW? Pues así de anárquicos somos los escritores.
Hay quien tiene la casa barrida y no le preocupan estos menesteres. La chacha, léase el agente literario, le arregla la esterilla de la puerta de entrada y el escritor no tiene más que sentarse en el salón a la espera de que le lluevan las palmaditas al hombro. Pero la mayoría de los escritores tenemos que esperar al editor en el rellano, con los brazos abiertos y dispuestos a vender incluso la casa si es necesario.
Desde que el mundo es mundo, la puta hace la calle y el escritor se pega de hostias en solitario contra la adversidad con tal de vender su cuerpo… perdón, su trabajo. Somos así de chulos y así de llorones. La unión hace la fuerza, pero en el oficio de escribir, no hay sindicatos que valgan ni asociaciones profesionales que nos protejan. Aquí lo único que vale es vender la novela a cualquier precio y si en el camino nos dejamos unos cuantos euros y el alma, tampoco pasa nada. Este mundillo está montado así y así seguirá durante mucho tiempo.
Aunque, quizás, los agricultores ya nos hayan enseñado el camino. Quizás mañana o pasado unos cuantos tengamos que cargar una fragoneta, acampar en la cuesta de Moyano y regalar nuestros libros a todo el que pase por delante. La gran pregunta es: ¿habrá algún alma caritativa que se acerque a recogerlos para leerlos?
Con este titular, El país ponía de manifiesto la movilización que el pasado 29 de julio montaron los agricultores de toda España en pleno centro de nuestra capital. Si leen con atención la noticia, existe un desajuste brutal entre lo que cobra el agricultor por un kilo de acelgas y lo que se llevan los diferentes intermediarios que tratan la fruta. A veces, ese porcentaje llega a datarse en más de un mil por ciento.
Mientras leía esta noticia, no pude evitar que mi cabeza comenzara a dar vueltas y extrapolara esas cifras al negocio de los libros. Os aseguro que los agricultores son unos afortunados si se comparan con los profesionales de la escritura. En nuestro caso, el porcentaje de diferencia entre el precio de venta y el precio del tratamiento de la materia prima no se situaría en el 1000%... probablemente estaría entre el millón y el millón de millones por cien.
El beneficio que obtiene un autor de una novela es paupérrimo, ridículo e, incluso, insultante cuando se compara con el precio del producto que tiene que pagar el consumidor. El proceso sigue siendo parecido al de la fruta (entran los mismos profesionales y los mismos distribuidores), pero al final de la corrida, yo ya me sentiría un afortunado de la vida si pudiera llevarme el margen que se llevan los pobres agricultores.
¿Y qué hacemos los escritores por evitarlo? Nada. El oficio de escritor se puede comparar al de las putas. A la hora de vender un libro, todos queremos pillar el mejor cacho, y a veces en el proceso perdemos hasta las bragas. ¿Alguna vez han visto en una rotonda a un montón de putas peleándose por meterse en un BMW? Pues así de anárquicos somos los escritores.
Hay quien tiene la casa barrida y no le preocupan estos menesteres. La chacha, léase el agente literario, le arregla la esterilla de la puerta de entrada y el escritor no tiene más que sentarse en el salón a la espera de que le lluevan las palmaditas al hombro. Pero la mayoría de los escritores tenemos que esperar al editor en el rellano, con los brazos abiertos y dispuestos a vender incluso la casa si es necesario.
Desde que el mundo es mundo, la puta hace la calle y el escritor se pega de hostias en solitario contra la adversidad con tal de vender su cuerpo… perdón, su trabajo. Somos así de chulos y así de llorones. La unión hace la fuerza, pero en el oficio de escribir, no hay sindicatos que valgan ni asociaciones profesionales que nos protejan. Aquí lo único que vale es vender la novela a cualquier precio y si en el camino nos dejamos unos cuantos euros y el alma, tampoco pasa nada. Este mundillo está montado así y así seguirá durante mucho tiempo.
Aunque, quizás, los agricultores ya nos hayan enseñado el camino. Quizás mañana o pasado unos cuantos tengamos que cargar una fragoneta, acampar en la cuesta de Moyano y regalar nuestros libros a todo el que pase por delante. La gran pregunta es: ¿habrá algún alma caritativa que se acerque a recogerlos para leerlos?
5 comentarios:
Buenas,
Tras leer el post, solo puedo recomendar el visionado de la inmensa "Como ser John Malkovich".
Dani
La comparación entre los libros y la fruta es muy buena. Jamás se me había pasado por la cabeza que existiera tal descompensación. Supongo que escribir hoy en día es algo muy devaludado.
La gran diferencia entre agricultores y escritores es que los primeros, con sacrificio, sudor y lágrimas pueden dar de comer a sus hijos con los beneficios de sus tierras, mientras que los segundos, con el mismo sacrificio, sudor y lágrimas -y a veces incluso sangre- no les queda más remedio que acudir a sus hijos para que les den de comer.
Muy acertada la comparación, tanto con los payeses como con las putas
(por cierto David, como se te ocurra invadirme la farola te rajo)
¿No tenías reservada la rotonda? Acaparadoraaaaaaa!!!
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