Ver un buen western resulta bastante complicado en los últimos tiempos, desde «Appalosa» o «El tren de las 3:10», pocas películas del oeste se habían dejado caer por la gran pantalla. Por lo tanto, en cuanto supe que los hemanos Coen estaban metidos en una peli de vaqueros, me entró el gusanillo y la aguardé impacientemente mientras mataba los nervios a base de cabalgadas en el «Red dead redemption». A estas alturas, el «Valor de ley» de los hermanos Coen ya es un éxito de taquilla y todo el mundo dice que Hailee Steinfeld, la niña, va a estar entre las privilegiadas que se van a llevar una estatuilla a casa. Incluso los Coen osan encumbrar a Jeff Bridges como el nuevo vaquero crepuscular y autodestructivo que le arrebatará el título a John Wayne. Francamente, los Coen pueden decir misa, pero Rooster Cogburn seguirá siendo John Wayne por los siglos de los siglos.
La película en sí no es mala, si tengo que puntuarla, no le daría más que un seis o un seis y medio. Los personajes están bien caracterizados, los diálogos son interesantes y la ambientación resulta apabullante; pero mucho me temo que todo eso no basta en el cine actual.
«Valor de ley» funciona mejor durante la primera media hora que el resto de la película. Son más divertidas las andanzas de la pequeña Mattie Ross por el pueblo en busca del alguacil Cogburn que el resto de la cinta. En cuanto el trío de protagonistas se interna en los territorios indios, todo empieza a precipitarse y la aventura no alcanza los tintes de epopeya necesarios para emocionar al espectador. Todo ello no es culpa de los Coen, por supuesto, sino de su endiablada necesidad de ser fiel a una novela que en su tiempo no fue más que un pastiche por entregas publicado en un periódico. La novela de Charles Portis no es una obra magna. La búsqueda de Tom Chaney y de la banda de Lucky Pepper no aprovecha el escaparate de los westerns. Todo se resuelve demasiado rápido y las situaciones en las que se ven envueltos los personajes no alcanzan el nivel de dramatismo necesario para que los vínculos entre los protagonistas se vuelvan más emocionales. Todo ello provoca que, a la hora de la verdad, tras el último duelo, a uno le embargue la sensación de ¿ya está? ¿eso es todo?
Henry Hattaway, perro viejo a la hora de plantear un western, sabe aprovechar mejor el legado de Charles Portis y disemina los diálogos de tal forma que la relación entre John Wayne y Glen Campbell (LaBoeuf) resulte más abigarrada y más tosca sin necesidad de que los protas se separen y se encuentren en tan poco metraje. Kim Darby, la Mattie Ross de 1969, es un personaje más vivo y más peleón que Hailee Steinfeld —a la que parece que le han metido un palo por el culo—, por lo tanto su lucha descarnada en un mundo machista se vuelve más dinámica y su paradójica relación con Cogburn más real.
Supongo que la fidelidad a la novela de Charles McColl Portis se verá en los últimos compases de la película y en la suerte que corren los protagonistas, porque hasta ese momento los diálogos son calcados y nadie puede decir que la versión de Hathaway sea desleal al legado de Portis. Lo peor, que el libro «Valor de ley» no es «Meridiano de sangre», sino un pastiche bastante ligerito, con tintes juveniles muy marcados, que no acaba de reflejar la dureza del oeste. Los villanos son figuras que se difuminan durante la búsqueda y cuando irrumpen en escena, no acaban de suponer una verdadera amenaza. El asesino Tom Chaney resulta patético y la banda de forajidos se convierte en un peón al alcance del alguacil Cogburn.
Definitivamente, los Coen no han sabido explotar las virtudes de una historia. Se han limitado a calcar unos personajes, desarrollarlos muy bien, pero no han sabido explotarlos en toda su dimensión… una dimensión que debería haber ido más allá del argumento de un viejo pastiche de los años sesenta. A veces, la riqueza argumental no se encuentra en la fidelidad, sino en la infidelidad de la historia, y eso es algo que los Coen, a estas alturas, deberían haber aprendido ya. Una pena que los de Minnesota hayan errado el tiro con una historia que daba muchísimo de sí y podría haberse convertido en una obra maestra a la altura de «Sin perdón». Base argumental y chicha no le faltaban.
La película en sí no es mala, si tengo que puntuarla, no le daría más que un seis o un seis y medio. Los personajes están bien caracterizados, los diálogos son interesantes y la ambientación resulta apabullante; pero mucho me temo que todo eso no basta en el cine actual.
«Valor de ley» funciona mejor durante la primera media hora que el resto de la película. Son más divertidas las andanzas de la pequeña Mattie Ross por el pueblo en busca del alguacil Cogburn que el resto de la cinta. En cuanto el trío de protagonistas se interna en los territorios indios, todo empieza a precipitarse y la aventura no alcanza los tintes de epopeya necesarios para emocionar al espectador. Todo ello no es culpa de los Coen, por supuesto, sino de su endiablada necesidad de ser fiel a una novela que en su tiempo no fue más que un pastiche por entregas publicado en un periódico. La novela de Charles Portis no es una obra magna. La búsqueda de Tom Chaney y de la banda de Lucky Pepper no aprovecha el escaparate de los westerns. Todo se resuelve demasiado rápido y las situaciones en las que se ven envueltos los personajes no alcanzan el nivel de dramatismo necesario para que los vínculos entre los protagonistas se vuelvan más emocionales. Todo ello provoca que, a la hora de la verdad, tras el último duelo, a uno le embargue la sensación de ¿ya está? ¿eso es todo?
Henry Hattaway, perro viejo a la hora de plantear un western, sabe aprovechar mejor el legado de Charles Portis y disemina los diálogos de tal forma que la relación entre John Wayne y Glen Campbell (LaBoeuf) resulte más abigarrada y más tosca sin necesidad de que los protas se separen y se encuentren en tan poco metraje. Kim Darby, la Mattie Ross de 1969, es un personaje más vivo y más peleón que Hailee Steinfeld —a la que parece que le han metido un palo por el culo—, por lo tanto su lucha descarnada en un mundo machista se vuelve más dinámica y su paradójica relación con Cogburn más real.
Supongo que la fidelidad a la novela de Charles McColl Portis se verá en los últimos compases de la película y en la suerte que corren los protagonistas, porque hasta ese momento los diálogos son calcados y nadie puede decir que la versión de Hathaway sea desleal al legado de Portis. Lo peor, que el libro «Valor de ley» no es «Meridiano de sangre», sino un pastiche bastante ligerito, con tintes juveniles muy marcados, que no acaba de reflejar la dureza del oeste. Los villanos son figuras que se difuminan durante la búsqueda y cuando irrumpen en escena, no acaban de suponer una verdadera amenaza. El asesino Tom Chaney resulta patético y la banda de forajidos se convierte en un peón al alcance del alguacil Cogburn.
Definitivamente, los Coen no han sabido explotar las virtudes de una historia. Se han limitado a calcar unos personajes, desarrollarlos muy bien, pero no han sabido explotarlos en toda su dimensión… una dimensión que debería haber ido más allá del argumento de un viejo pastiche de los años sesenta. A veces, la riqueza argumental no se encuentra en la fidelidad, sino en la infidelidad de la historia, y eso es algo que los Coen, a estas alturas, deberían haber aprendido ya. Una pena que los de Minnesota hayan errado el tiro con una historia que daba muchísimo de sí y podría haberse convertido en una obra maestra a la altura de «Sin perdón». Base argumental y chicha no le faltaban.
9 comentarios:
Como te dije el Domingo iba a decirte que era un peliculón, solamente por aquello de polemizar (que me gusta bastante). Pero la verdad es que tiene bastante razón. Me entretuve bastante durante la primera hora pero después...Vamos a dejarlo en que uno de los asientos de la sala 12 del Kinepolis tiene manchurrones de babas.
Es que la verdad es inapelable. La película mola durante los primeros veinte minutos, después... ZZZZZZZZZZZ ZZZZZZZZZZZZZZZ.
Por cierto, dile al insensato de Rafa Alonso que no vaya diciendo barbaridades por facebook.
La verdad es que al final...
ESPOILER
...la mala suerte y una serpiente que pasaba por ahí, pesan más que todo lo demás que os han contado.
Ya, la película es un tostón importante. A mi pese a como es el final es lo que más me entretuvo, por lo menos pasan cosas..
Una cosa sí que es coherente: la niña parece que tenga un palo en el culo atravesado y cuando se hace mayor y va vestida de cuervo puritano te das cuenta de que es la misma amargada.
Esa niña no tiene carisma ni nada.
Ya está claro. Parece ser actorazo y tener una buena crítica en Hollywood hay que ser inexpresivo o repelente. A los hechos me remito, y sin desmerecer a la Anna Paquin, pero ¿no os entraron ganas de pegarle un guantazo en El Piano? Y mírala, se llevó un Oscar. Vete tu a saber con la cría esta, me parece que la vamos a ver hasta en la sopa
Ana Paquita últimamente solo vale para enseñarle las tetitas al vampiro cachondón, que por cierto, también tiene un palo atravesado en el culo.
Lo que no es coherente es la niña en si, si fueran vaqueros de verdad le pegarían un tiro la primera vez que abre la boca..
Aparte de que con 14 años nadie la consideraría una niña en aquella época.
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