viernes, noviembre 28

El juego de las cartitas

En el taller, hay una sesión especial que me permite ver el grado de «madurez» que existe entre mis alumnos y eso, a su vez, denota muchas de las reacciones de los chavales ante la vida y su implicación en las clases. Es algo que lo he comprobado con los profesores y no falla. Normalmente utilizo como cobayas a los de cuarto de primaria (alrededor de nueve años), no muy pequeños para que demuestren algo de desinhibición, ni demasiados grandes para que la sesión se convierta en la fiesta nacional de Moncofa. Es una clase muy divertida. Se trata de escribir una carta anónima dirigida a un compañero de clase. Obviamente, cada alumno tiene que recibir su carta, por lo que todos los nombres tienen que estar metidos en una bolsita y el escritor anónimo debe coger un nombre al azar.
Cuesta mucho llevar a cabo esta actividad manteniendo la sorpresa. ¿Por qué? La primera reacción del chaval es mirar al que le ha tocado y reírse. En ese caso tienes que estar encima de él o ella diciéndole que en cuanto saque la bolita se ponga a escribir. Normalmente, los más mamoncetes suelen lanzar andanadas al aire, para poner a prueba a la clase: a Menganito le ha tocado Fulanito. Animador, no temas. Son disparos de fogueo de los alumnos que quieren hacerse destacar por encima del grupo, el secreto suele estar bien protegido y, excepto en casos muy puntuales, suelen ir bastante desorientados.
Normalmente, antes de empezar a dar los nombres a los anónimos escritores, les dejo bien claro dos cosas: RESPETO AL COMPAÑERO (incidir muchísimo en esta cuestión e incluso amenazar con dejar sin recreo, porque los niños suelen ser muy crueles) y buena letra para que el lector de la carta la entienda (luego sale lo que sale… imaginaros si no les advirtiese desde el principio). También les hablo del cada vez más obsoleto uso del correo postal (una práctica que, sorpresivamente, no solo sirve para mandar facturas y propaganda), les hablo de la elaboración de una carta e incluso les digo que escriban en vertical por un lado del folio (por lo que todo el mundo se lleva las manos a la cabeza. ¡¡Dios mío, rellenar toda una cara de un folio... eso es INHUMANO!!) y luego lo pongan en horizontal y ahí hagan un dibujo para que el papel se convierta en una bonita postal. Normalmente, hacen lo que les da la gana, escriben en horizontal y dibujan en vertical, mezclan dibujos y letras para rellenar antes la página o, directamente, pasan de todo y se quejan de que no saben qué decirle a la persona que les ha tocado.
Esta actividad es un poco injusta, ya que algunos se esfuerzan mogollón y al receptor le llega una misiva muy chula. Y esos mismos escritores reciben un castañón de carta porque el escritor que les ha tocado es un pasota. En fín, gajes del oficio que difícilmente puedes controlar. Yo procuro pasarme mucho por las mesas y alentarlos, pero cuando un niño se pone cabezón y no quiere escribir, ya puedes llamar a Cristo que no lograrás ponerle las pilas.
El caso es que la actividad es mogollón de divertida, ya que todos/as sueñan que les toque el niño/a que les gusta y poder escribirle los veros de Juan Tenorio. Pocas veces eso sucede, el azar es así de cruel. Aunque hay veces que más de uno, cuando «enviamos» la carta a su destinatario y éste sale y la lee en la pizarra, se derrite en sus propios jugos y no puede separar los ojos del pupitre. Ayer una de las niñas era más roja que blanca mientras el chico guapo de la clase leía en voz alta su carta. Normalmente, los chavales no suelen desbarrar demasiado, pero como se de el caso de que les toque la persona que les gusta, sí que dejan entrever alguna insinuación romántica en el carta… entonces todo el mundo se pone a gritar y a silbar y es cuando más divertida se vuelve la clase.
El caso es que esta actividad, como he dicho al principio, es indicativa del grado de madurez de la clase. En uno de los cuartos, chavales despiertos, que son más revoltosos pero más participativos en las explicaciones, todo el mundo estaba pensando en amoríos, cartas románticas y posibles relaciones. En esta clase había mucho inmigrante, mucha problemática social, pero también mucha sagacidad. En el otro cuarto, en cambio, me sorprendió que si no les alentaba yo con insinuaciones inocentonas o gastaba alguna broma, los niños eran bastante apocados y pensaban más en felicitarse la Navidad que en tener la suerte de recibir la carta del chico o la chica de sus sueños. La maestra constató mis temores: este grupo es más manso, más retraído, incluso, sacan peores notas en clase. Son niños que no saben lo que es la vida porque viven bajo el abrazo protector de sus padres, no tienen cultura de calle, por lo tanto les falta madurez psicológica e intelectual.
Fue un experimento supersorprendente que queda ahí, como anécdota. Lo mejor fue el desarrollo de la clase en ambos grupos, lo bien que nos lo pasábamos mientras repartía los nombres por las mesas y las caras de algunos chavales mientras salían al encerado y leían en alto sus cartas. Es cierto que en algunos momentos, la clase se desbandaba mucho y yo me decía: Dios mío, esta actividad es terrible. Pero luego reflexionaba y me unía al jolgorio. ¡Qué le vamos a hacer, soy un tipo de altos riesgos, un poco masoca y a prueba de bomba!









¡¡¡Os recordamos que hoy toca actualización de Tajundra!!!

By David Mateo with 3 comments

3 comentarios:

Uf. Qué envidia me das. La educación es una pasión (y una obsesión) en mi vida.
Te felicito por la labor que realizas con esos chavales. Espero que los enanos algún día se den cuenta de la suerte que han tenido...

Piensa que yo aún recuerdo al único profe que me animaba de la forma en que tú lo haces con ellos. Estudiar en un colegio franquista por vocación tiene estas cosas. Lo echaron al segundo año, pero varios de sus alumnos lo visitamos durante algunos más en su nuevo colegio, solamente por como nos animaba... lo recordarán.

Yo ya llevo dos años, con éste tres, espero que no me echen :-s

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