«Heredero de la alquimia», más que ningún otro libro que he escrito, narra el viaje de dos personajes en pos de su verdadera identidad. La búsqueda del alquimista, que comienza en Sodoma y acaba en Jericó, conlleva la participación, casi accidental, de los dos protagonistas de la historia: Neferet y Akbeth. Pero conforme esa búsqueda avanza, ambos comprenden que no sólo van a desgastar las plantas de sus pies tras un rastro que parece difuminarse en la marea del tiempo, sino que sus propias vidas, sus creencias, su fe y su destino están directamente relacionadas con una epopeya que los llevará al límite de su resistencia.
Todo viaje debe tener un sentido. Al inicio de ese viaje, los personajes se perfilan como elementos arquetípicos de la historia, aunque basta una segunda mirada para comprender que ambos están dotados de detalles que prometen mayor interés. Cada cual, a su manera, lleva a cuestas una mochila de secretos inconfesables que atañen al compañero de viaje. En un principio, ambos pretenden mantener esos secretos bien guardados en el morral, pero todo viaje físico conlleva grandes dosis de sufrimiento, empatía y peligro, por lo que la vinculación de maestra y alumno se va estrechando a cada paso recorrido e, inevitablemente, todos los secretos acaban aflorando, llevando la relación entre Neferet y Akbeth hasta una dimensión muy diferente a la propuesta en un primer momento.
El añadido de un trasfondo religioso, con enfoques casi mesiánicos, y la intervención de entidades sobrenaturales que van forjando el destino de ambos viajeros, convierte el éxodo de los protagonistas en una escapada inevitable hacia un fin de proporciones cósmicas.
Como ya he dicho en anteriores entradas, el escenario donde se desarrolla la novela es muy diferente al escenario que registra nuestra Historia. Los hombres conviven con razas de mestizos que derivan de los primeros días, seres primordiales que compartieron nuestros pasos y que evolucionaron hasta el momento en que arranca la novela. Pero entre todas esas criaturas, habitan entidades superiores que han sabido domeñar el tiempo y que guardan celosamente los secretos que atañen al génesis de la existencia. Un ejemplo bastante curioso es el de Maqueda, Reina de Saba y maestra cultista de Neferet, una criatura semiinmortal que deposita en las manos de su pupila/amante —no voy a negar que las mujeres de «Heredero de la alquimia» tienen un apetito bastante promiscuo— una de las muchas tareas que irán aflorando a lo largo de la aventura y que de alguna manera determina la propia esencia de Neferet.
Todo viaje debe tener un sentido. Al inicio de ese viaje, los personajes se perfilan como elementos arquetípicos de la historia, aunque basta una segunda mirada para comprender que ambos están dotados de detalles que prometen mayor interés. Cada cual, a su manera, lleva a cuestas una mochila de secretos inconfesables que atañen al compañero de viaje. En un principio, ambos pretenden mantener esos secretos bien guardados en el morral, pero todo viaje físico conlleva grandes dosis de sufrimiento, empatía y peligro, por lo que la vinculación de maestra y alumno se va estrechando a cada paso recorrido e, inevitablemente, todos los secretos acaban aflorando, llevando la relación entre Neferet y Akbeth hasta una dimensión muy diferente a la propuesta en un primer momento.
El añadido de un trasfondo religioso, con enfoques casi mesiánicos, y la intervención de entidades sobrenaturales que van forjando el destino de ambos viajeros, convierte el éxodo de los protagonistas en una escapada inevitable hacia un fin de proporciones cósmicas.
Como ya he dicho en anteriores entradas, el escenario donde se desarrolla la novela es muy diferente al escenario que registra nuestra Historia. Los hombres conviven con razas de mestizos que derivan de los primeros días, seres primordiales que compartieron nuestros pasos y que evolucionaron hasta el momento en que arranca la novela. Pero entre todas esas criaturas, habitan entidades superiores que han sabido domeñar el tiempo y que guardan celosamente los secretos que atañen al génesis de la existencia. Un ejemplo bastante curioso es el de Maqueda, Reina de Saba y maestra cultista de Neferet, una criatura semiinmortal que deposita en las manos de su pupila/amante —no voy a negar que las mujeres de «Heredero de la alquimia» tienen un apetito bastante promiscuo— una de las muchas tareas que irán aflorando a lo largo de la aventura y que de alguna manera determina la propia esencia de Neferet.
Por supuesto, en muchas ocasiones, esas misiones ponen a prueba la voluntad de los personajes. ¿Qué sería de la literatura sin unos cuántos castigos psicológicos? Los personajes no sólo se arriesgan en la vertiente física de su viaje, sino que se desgastan, sufren para sus adentros y, en ocasiones, como humanos que son, se equivocan y pagan las consecuencias. Nunca he creído en el héroe perfecto. Me repelen los arquetipos pulcros y prefiero dejarlos fuera de mis novelas. Al contrario, adoro la imperfección, la duda y la fatiga intelectual. Hasta el ser más sabio se puede equivocar y deparar un paso en falso que provoque la tragedia. Si contempláramos con claridad el camino que el héroe debe seguir, sin ingerencias psicológicas u otras meteduras de patas, las novelas se convertirían en persecuciones insustanciales en las que el malo siempre persigue al bueno. Más allá de este estereotipo, creo que el escritor moderno debe dotar a sus hijos de matices cada vez más complejos que estén al servicio de la historia y surjan en el momento más apropiado —o inapropiado para los personajes si queremos elevar la tensión de la trama—; todos estos escollos provocan que los lectores que lean la obra sientan mayor afinidad por los protagonistas y no los vean como héroes inalcanzables que rozan la perfección absoluta.
La grandeza de «Heredero de la alquimia», más allá de las aventuras y desventuras que entraña la historia, radica en la humanidad de dos personajes que están supeditados al caprichoso azar de la duda y de la autoconservación.
La grandeza de «Heredero de la alquimia», más allá de las aventuras y desventuras que entraña la historia, radica en la humanidad de dos personajes que están supeditados al caprichoso azar de la duda y de la autoconservación.
9 comentarios:
Bueno David, como te dije en la anterior entrada, has conseguido ponerme los dientes largos con Herederos de la Alquimia.
Quizá lo más que me atrae es esa fantasía fuera de lo habitual, en un escenario poco tratado, pero atractivo.
Ganas le tengo ya....
Saludos!!
Ya queda menos. Mientras tanto seguiré subiendo pequeñas píldoras al blog.
Por cierto, el viernes daré otra noticia literaria muy importante.
Ey, tiene una pinta buenisima,ya queda menos para leerla en junio.
El viaje y la búsqueda son los elementos más importante de la narración de fantasía.
Pinta pero que muy bien...
joé. A mí, desde luego, me las has vendido totalmente. Muy, pero muy buenas palabras.
Ya queda menos.
Me encanta la disección que estás haciendo del libro, desvelando claves pero sin destripar nada.
Muy pedagógico y con un efecto:
¡ QUIERO LEERLO YA !
Ánimo, de todo corazón.
Miguel Ángel
odos los secretos de la ALQUIMIA
de Hermes y de los Faraones
según las revelaciones del gran Adepto VITRIOL
Por primera vez en más de 40 siglos
Reciben la Invitación para visitar
La Alquimia del Adepto VITRIOL
http://www.adeptovitriol.esforos.com/
Saludos cordiales y feliz Navidad
Rosemunde y Fragarí
Publicar un comentario