En los últimos tiempos, si hay un director de cine que no decepciona en ninguna de sus películas ese es Clint Eastwood. Desde Mictic River a El intercambio o Gran Torino, o buceando en su trabajo con obras como Sin Perdón, Space cowboys, Medianoche en el jardín del bien y del mal, Los puentes de Madison, Un mundo perfecto o El jinete pálido, el señor Eastwood nos ha dado muestras del mejor cine de autor, navegando a la deriva por suburbios decadentes o a través de campos de batalla donde la gloria de los caídos queda eclipsada por intenciones menos onerosas. En Invictus, Clint Eastwood sigue la estela de anteriores trabajos y a través de un impecable actor como Morgan Freeman, retrata la vida de Nelson Mandela desde su salida de Robben Island hasta la proclamación de Sudáfrica como equipo campeón de la Copa Mundial de Rugby de 1995.
Una vez más, hay que quitarse el sombrero ante la capacidad del señor Eastwood a la hora de retratar la humanidad de los personajes. El Nelson Mandela de Morgan Freeman es contenido, compasivo, sabio, ecuánime, entrañable, pero a su vez denota esa imagen frágil y voluble que deriva de sus problemas familiares. A través de los ojos de Francois Peinar (Matt Damon) asistimos al alzamiento de un líder que, gracias al deporte, logra levantar los ánimos de una nación que andaba en horas bajas tras el apartheid. Sin embargo, Clint nos demuestra de nuevo, que se mueve mejor entre personajes perdedores y humanos que entre héroes victoriosos; lo hemos visto en ese anciano ultraconservador de Gran Torino, en las desgracias de Angelina Jolie en El intercambio, en la miseria de los luchadores de boxeo de Million Dollar Baby, en las penumbras de Mysctic River o en ese pistolero venido a menos de Sin perdón. En Invictus, Francois Peinar se convierte en un transmisor de la voz de Mandela. Sigue su rastro hasta Robben Island y digiere su alzamiento desde la miseria de una celda hasta convertirse en el madiba del pueblo.
Como he dicho antes, Clint Eastwood trabaja mejor con los perdedores que con los héroes destinados a la gloria, y Matt Damon queda desdibujado tras la sombra de Mandela. Aunque es el gran capitán de Sudáfrica, en ningún momento llega a demostrarlo. Apenas hay escenas de vestuario; Clint Eastwood prefiere perderse en el terreno de juego que en los banquillos donde los hombres lanzan sus discursos. No nos resarce del instante en que Damon conmina a sus compañeros a cantar el himno de Sudáfrica y estos responden dándole la espalda. Eastwood nos enseña por las bravas que las acciones son más importantes que los discursos, pero eso, inevitablemente, juega en contra del héroe que queda desdibujado tras la historia.
A estas alturas queda claro que las películas con trasfondo deportivo no acaban de funcionar en España (incluso la distribuidora de Sony está teniendo problemas para colocar «The blind side», la última de Sandra Bullock, en el mercado español), pero Eastwood ya ha demostrado muchísima solvencia en sus anteriores films y creo que Invictus merece el favor del público, aunque no sea la mejor película de Eastwood de los últimos tiempos. Cualquier producto firmado por el actor de San Francisco tiene un sello de calidad altísimo, superior a cualquier película que esté en cartelera, así que vale la pena acercarse a una sala de cine y disfrutar de la epopeya de un país salvado por la mano de una figura inmortal.
Una vez más, hay que quitarse el sombrero ante la capacidad del señor Eastwood a la hora de retratar la humanidad de los personajes. El Nelson Mandela de Morgan Freeman es contenido, compasivo, sabio, ecuánime, entrañable, pero a su vez denota esa imagen frágil y voluble que deriva de sus problemas familiares. A través de los ojos de Francois Peinar (Matt Damon) asistimos al alzamiento de un líder que, gracias al deporte, logra levantar los ánimos de una nación que andaba en horas bajas tras el apartheid. Sin embargo, Clint nos demuestra de nuevo, que se mueve mejor entre personajes perdedores y humanos que entre héroes victoriosos; lo hemos visto en ese anciano ultraconservador de Gran Torino, en las desgracias de Angelina Jolie en El intercambio, en la miseria de los luchadores de boxeo de Million Dollar Baby, en las penumbras de Mysctic River o en ese pistolero venido a menos de Sin perdón. En Invictus, Francois Peinar se convierte en un transmisor de la voz de Mandela. Sigue su rastro hasta Robben Island y digiere su alzamiento desde la miseria de una celda hasta convertirse en el madiba del pueblo.
Como he dicho antes, Clint Eastwood trabaja mejor con los perdedores que con los héroes destinados a la gloria, y Matt Damon queda desdibujado tras la sombra de Mandela. Aunque es el gran capitán de Sudáfrica, en ningún momento llega a demostrarlo. Apenas hay escenas de vestuario; Clint Eastwood prefiere perderse en el terreno de juego que en los banquillos donde los hombres lanzan sus discursos. No nos resarce del instante en que Damon conmina a sus compañeros a cantar el himno de Sudáfrica y estos responden dándole la espalda. Eastwood nos enseña por las bravas que las acciones son más importantes que los discursos, pero eso, inevitablemente, juega en contra del héroe que queda desdibujado tras la historia.
A estas alturas queda claro que las películas con trasfondo deportivo no acaban de funcionar en España (incluso la distribuidora de Sony está teniendo problemas para colocar «The blind side», la última de Sandra Bullock, en el mercado español), pero Eastwood ya ha demostrado muchísima solvencia en sus anteriores films y creo que Invictus merece el favor del público, aunque no sea la mejor película de Eastwood de los últimos tiempos. Cualquier producto firmado por el actor de San Francisco tiene un sello de calidad altísimo, superior a cualquier película que esté en cartelera, así que vale la pena acercarse a una sala de cine y disfrutar de la epopeya de un país salvado por la mano de una figura inmortal.
2 comentarios:
Coincido contigo plenamente. Eastwood es el último gran clásico, y como tal, hasta sus obras más flojas alcanzan un nivel más que decente de corrección estética y conceptual. Aunque en mi opinión le falta algo de corazón a esta cinta, tal vez porque trata un conflicto que, siendo importante, no es tan relevante como una vida en juego, la película emociona y convence.
Y Morgan Freeman, haciendo de Morgan Freeman, demuestra que ha alcanzado igualmente el olimpo de los grandes, los que con tan sólo aparecer en pantalla ya hacen que nos creamos lo que nos quieran contar.
Tienes toda la razón, Javi. Clint FOREVER!! (Incluso en Poder absoluto)
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