Y es que año sí, año no, Manolo García le dice hola al verano en la plaza de toros de Valencia y ayer volvió a reventar. Desde «Nunca el tiempo es perdido» tenemos una cita inexcusable con el de Poblenou, y creo que ya son tres conciertos. El de ayer, paradójicamente, fue el más vibrante de todos. No es que sienta una predilección especial por este cantante, pero en estos casos ya saben ustedes quién lleva los pantalones puestos y lo cierto es que Manolo no defrauda en sus directos. Decía yo aquello de paradójicamente porque «Saldremos a la lluvia» no es precisamente un dechado de ritmos vibrantes, por lo que cuando entré en la plaza de toros no las tenía todas conmigo. Yolanda dice que en estos dos años, desde «Para que no se duerman mis sentidos», Manolo se ha enamorado; yo, en cambio, digo que le ha salido el disco más moñas de todos. Por eso andaba con la mosca detrás de la oreja.
Lo más interesante de un concierto de Manolo García es ver el tipo de público que se reúne. Desde hipporros ataviados al más puro estilo barricada, a cuarentonas de buen ver que aparecen en la platea con mucho escote y con ganas de guerra. También hay una buena parte de público que los cincuenta ya no los cumple, ni los sesenta y si me apuran los setenta tampoco. Y lo más alucinante es que también hay gente muy jovencita, no mucha, pero sí la suficiente para pensar que no todo está perdido, y todavía en el mundo hay chavalería que no ha sido abducida por triunfitos y triunfitas prefabricados.
Mis sospechas se hicieron realidad con las cinco o seis primeras canciones. No sentí ese síndrome de estupicidad que a uno le embarga cuando se integra en la masa y ve que todo Cristo canta menos tú. Y es que, a base de machacarlas, uno tararea igual «Prendí la flor» que «Zapatero», pero como la gira suele comenzar al poco de salir el disco a la calle, mi cerebro llega a la plaza de toros sin memorizar las letras y se da cuenta de que el resto de los mortales saben hasta la última coma. Pues bien, ayer no sucedió eso. Decía mi cuñada que «Saldremos a la lluvia» da más para un acústico en una sala cerrada y no para una plaza de toros en la que todo el mundo está deseando dar botes y bailar (sí, aunque os parezca mentira en los conciertos de Manolo acabas dejándote llevar por las influencias exóticas y las guitarras eléctricas), y lo cierto es que ninguno de los dos andábamos mal desencaminados, porque a las seis canciones, Manolito tuvo que echar mano de repertorio y meter en el concierto «Pájaros de barro», «Rosa de Alejandría», «Somos levedad», «A San Fernando, un ratito a pie y otro caminando», «Sobre el oscuro abismo en que te meces» y, por supuesto, algo de El último de la fila. Y es que la catarsis suele llegar con «Insurrección», y uno que se la sabe de pe a pa, no puede dejar de sentir que todos los pelos se le ponen como escarpias cuando en los albores de la madrugada, más de seis mil gargantas entonan aquello de pequeñas tretas para continuar en la brecha.
Por otro lado, y es lo que más dignifica al poeta, es que sigue entregándose a su público como en el primer concierto que le vi. A este hombre no le pesan los años; todo lo contrario, le dan alas. Carreras por el escenario, poses, bailoteos al más puro estilo cañí y paseillo por la grada para mezclarse con su público y zambullirse, literalmente, con los miles de brazos que se elevan hacia las estrellas. Y todo ello sin dejar de cantar, con esa voz que parece que sube y baja y se va a romper en cualquier momento pero que sobrevive a todo lo que le echen, retorciendo versos a la manera García, abriendo senderos que no van a ningún sitio y a todos a la vez, con mucha guitarra española y poderosas mixturas árabes que sacan a la luz la mejor fusión que se puede escuchar en el pop español, con una diosa al violín que desborda de sentimiento la noche, con mensajes ecologistas y de solidaridad a bocajarro, con una performance que desafía las leyes del movimiento y, por supuesto, rematando la velada con una ranchera, marca de la casa y con chuleta incluida.
Manolo, pese a mis temores iniciales, volvió a dejar el pabellón muy alto y salí encantado del concierto. Como artista no defrauda, y en estos tiempos en los que grupos de la vieja guardia deben echar mano de revivals para reivindicarse entre la bazofia musical de la radio fórmula, Manolo demuestra que él no necesita de un retorno porque desde Los Rápidos no se ha ido.
3 comentarios:
Don Manolo es un gran profesional, que duda cabe, y un gran artista. Ahora, creativamente, cero desde hace ya varias décadas... Ésto de encender el auditorio con el Insurrección parece calcado al concierto en tarragona, utima vez que le vi, sería el 93.
Me da que Don Manolo está más para pintar cuadros.
Este revivalismo que nos inunda es la peste, la peste porque ves que las viejas figuras de la movida tiran de repertorio viejo, como si se les hubieran agotado las pilas creativas. Y las nuevas?
¿Es el fin del mainstream? Con la vanguardia atomizada en mil submundos pululando por Myspace.
Bueno... sin ser un manolero de pro, creo que ha habido un cambio en sus canciones, que se deja notar en «Saldremos a la lluvia». ¿A peor? No lo sé, eso tendría que decirlo alguien que sea acérrimo.
Yo creo que Manolo mantiene ese estilo poético y abstracto que definen sus letras desde Arena en los bolsillos. Y sobre todo, se entrega en el escenario.
Cuando cantó Levedad fue brutal, pero es que Insurrección siempre será Insurrección (y el propio Miguel Ríos se encargó de revitalizarla). Además, Manolo en todos sus conciertos echa mano de alguna canción del último o de los burros. Recuerdo que en algún concierto llegó a cantar Huesos.
Manolo García es el artista MÁS GENIAL del panorama musical español. Entiendo que su evolución no sea del agrado de todo el público, pero nadie puede poner en duda su quehacer como músico y poeta. Es un maestro de la lírica que no necesita demostrar su valía, ya que sus más de veinte años de experiencia lo dicen todo.
No bastó con ser el último para ser el primero alguna vez
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