En el taller del Cole Avelí Corma suelo dedicar una clase a explicar el proceso de creación de un libro, desde el momento en que nace la idea en la mente del escritor hasta que las pilas de libros salen del almacén y llegan a las tiendas y librerías. Normalmente, la clase suele prestar un interés relativo, así que suelo salpicar mis comentarios con anécdotas personales y vivencias propias. De ese modo, logro que los alumnos claven en mí todos sus sentidos, me bombardeen con preguntas cotillas y aprendan un poquito del proceso creativo.
¿Sabéis cual fue una de las preguntas estrellas de ayer? No, no fue cómo se produce el volcado de un texto de Word a la maqueta, ni cuál es la estrategia a la hora de posicionar un libro en la estantería. Nada de eso. La gran pregunta de ayer fue: «¿Metes palabrotas en tus libros?» Mi primera reacción a la pregunta de la chica fue escurrir el bulto. Al ver que me salía por peteneras, algo que aprendes a hacer a base de bregar con niños, toda la clase se fundió en un clamor y la pregunta, de ser formulada de manera individual, pasó a ser colectiva. Llegados a ese punto, tuve que ser franco… ejem… y decirles que lo más importante de un libro es mostrar la realidad de una sociedad; que el lector, cuando se pone a leer, tiene que cuadrarle el contexto de la historia, no tienen que chirriarle las frases que salen de los personajes… En ese punto, otra chavala me dijo: «¡Que no te vayas por los cerros de Úbeda!» Entonces no me quedó más remedio que decir que sí. Que la literatura es un reflejo de la sociedad y que el taco, contextualizado, otorga realidad a un diálogo.
¡Delirio colectivo! ¡Regocijo general! Grito unánime de la clase: «¡¡David escribe tacos en sus libros!!». Momento sonrojo en el cuál pensaba: menos mal que no me han preguntado si en mis libros aparecen escenas de sexo. Luego llegó la consabida retahíla de preguntas nacidas a consecuencia de la primera: «¿Qué tacos utilizas? ¿En qué libros? ¿En qué página exacta salen las palabrotas?» A lo cual tuve que responder: «Pero a ver qué os creéis. Me apuesto lo que queráis a que en el noventa y cinco por cien de los libros que tenéis en vuestras casas, aparece algún taco.» Entonces los muy mamones adquieren aires de solemnidad y uno pone voz al sentimiento general de la clase: «No. No. Que bah. En los libros que tenemos en casa no aparecen palabrotas.»
Normalmente, este tipo de sesiones en las que cuento mi vida, suelen convertirse en una cacería alumnos-maestro en la que acabo poniéndome la corbata de políticamente correcto y trato de capear las ráfagas para salir lo menos “tocado” posible y que ellos aprendan lo máximo posible. Les fascina la vida privada del escritor. Percibes el interés por un oficio misterioso y desconocido para la gran mayoría. Por supuesto, tarde o temprano salta la liebre y sale a relucir la pregunta inevitable: «¿Cuánto cobras por hacer un libro? ¿Eres millonario?» Entonces, recurro al ejemplo Zafón (sí, Zafón me salva mucho el cuello y me ayuda a dejarlos boquiabiertos): «Imaginaos —les digo— el escritor cobra el diez por cien del precio neto de un libro. Lo único que tenéis que hacer es sacar ese tanto por cien sobre un precio de unos dieciocho o diecinueve euros, luego se multiplica por la tirada —normalmente se lo enreveso mucho para que les cueste hacer el cálculo… ¡¡que son sólo niños, joé, y no tendrían que preocuparse por estas cosas!!—. En el caso de la segunda parte de La sombra del viento, la prensa dijo que tiraron un millón de ejemplares. Haced la cuenta y obtendréis lo que cobra un escritor.»
A la mayoría les cuesta horrores hacer el cálculo, pero siempre hay algún cerebrito que obtiene la cantidad exacta, entonces exclama: «¿¿¿¿¿¿Cobras un millón de euros por un libro?????». Llegados a ese punto, servidor pone cara de pócker, me recreo un poco en la cara de alucinados, y añado: «Recordad siempre que el buen profesional escribe por gusto, jamás por dinero.»
¿Sabéis cual fue una de las preguntas estrellas de ayer? No, no fue cómo se produce el volcado de un texto de Word a la maqueta, ni cuál es la estrategia a la hora de posicionar un libro en la estantería. Nada de eso. La gran pregunta de ayer fue: «¿Metes palabrotas en tus libros?» Mi primera reacción a la pregunta de la chica fue escurrir el bulto. Al ver que me salía por peteneras, algo que aprendes a hacer a base de bregar con niños, toda la clase se fundió en un clamor y la pregunta, de ser formulada de manera individual, pasó a ser colectiva. Llegados a ese punto, tuve que ser franco… ejem… y decirles que lo más importante de un libro es mostrar la realidad de una sociedad; que el lector, cuando se pone a leer, tiene que cuadrarle el contexto de la historia, no tienen que chirriarle las frases que salen de los personajes… En ese punto, otra chavala me dijo: «¡Que no te vayas por los cerros de Úbeda!» Entonces no me quedó más remedio que decir que sí. Que la literatura es un reflejo de la sociedad y que el taco, contextualizado, otorga realidad a un diálogo.
¡Delirio colectivo! ¡Regocijo general! Grito unánime de la clase: «¡¡David escribe tacos en sus libros!!». Momento sonrojo en el cuál pensaba: menos mal que no me han preguntado si en mis libros aparecen escenas de sexo. Luego llegó la consabida retahíla de preguntas nacidas a consecuencia de la primera: «¿Qué tacos utilizas? ¿En qué libros? ¿En qué página exacta salen las palabrotas?» A lo cual tuve que responder: «Pero a ver qué os creéis. Me apuesto lo que queráis a que en el noventa y cinco por cien de los libros que tenéis en vuestras casas, aparece algún taco.» Entonces los muy mamones adquieren aires de solemnidad y uno pone voz al sentimiento general de la clase: «No. No. Que bah. En los libros que tenemos en casa no aparecen palabrotas.»
Normalmente, este tipo de sesiones en las que cuento mi vida, suelen convertirse en una cacería alumnos-maestro en la que acabo poniéndome la corbata de políticamente correcto y trato de capear las ráfagas para salir lo menos “tocado” posible y que ellos aprendan lo máximo posible. Les fascina la vida privada del escritor. Percibes el interés por un oficio misterioso y desconocido para la gran mayoría. Por supuesto, tarde o temprano salta la liebre y sale a relucir la pregunta inevitable: «¿Cuánto cobras por hacer un libro? ¿Eres millonario?» Entonces, recurro al ejemplo Zafón (sí, Zafón me salva mucho el cuello y me ayuda a dejarlos boquiabiertos): «Imaginaos —les digo— el escritor cobra el diez por cien del precio neto de un libro. Lo único que tenéis que hacer es sacar ese tanto por cien sobre un precio de unos dieciocho o diecinueve euros, luego se multiplica por la tirada —normalmente se lo enreveso mucho para que les cueste hacer el cálculo… ¡¡que son sólo niños, joé, y no tendrían que preocuparse por estas cosas!!—. En el caso de la segunda parte de La sombra del viento, la prensa dijo que tiraron un millón de ejemplares. Haced la cuenta y obtendréis lo que cobra un escritor.»
A la mayoría les cuesta horrores hacer el cálculo, pero siempre hay algún cerebrito que obtiene la cantidad exacta, entonces exclama: «¿¿¿¿¿¿Cobras un millón de euros por un libro?????». Llegados a ese punto, servidor pone cara de pócker, me recreo un poco en la cara de alucinados, y añado: «Recordad siempre que el buen profesional escribe por gusto, jamás por dinero.»
14 comentarios:
:-) simpáticos los peques
Qué cabrón eres... llenándoles las cabecitas de pájaros. Aunque, bueno, mejor escritor que concursante de Gran Hermano, ¿no?
Curioso lo de los tacos. A mí también me lo preguntaron una vez, en una visita a mi antiguo instituto, sólo que no escurrí el bulto: sí, aparecen tacos y antes de que me lo preguntéis, sí, puede aparecer sexo. (A fin de cuentas, qué carajo, eso fue lo que primero me atrajo de Stephen King cuando leí Misery: ¡En sus libros había tacos!).
Total, que aproveché para explicarles que todo aquello que el cine no podía, o no quería mostrar estaba en los libros: sexo explícito, tacos... Allí donde en la gran pantalla ponen un fundido en negro para lograr la calificación "Para todos los públicos", los libros no se cortaban.
¿Y no es verdad? Hay libros más pornográficos que las películas más guarras bajadas de internet; más violentos que la más violenta que hayan podido ver en los cines del Carrefour más cercano, etc...
En fin, también yo les mentí un poquito, jeje, porque cada vez me parece que hay más autocensura editorial, pero me hace gracia que les mintiera en la dirección opuesta a la tuya :)
¡¡ ja, ja, ja!! Me imagino la escenita. Ya sabes: quien con niños se acuesta...
Lo cierto es que es un continuo y lo de los niños es normal pero recuerdo cuando mi hermana leyó mi libro y me dijo: ¿ostras, cuando he leído Mierda, he tirado para atrás porque no me lo creía! El heroe estaba en una situación apurada, perseguido por "los malos" y las flechas silbaban a su alrededor. Creo que el taco, es fino y todo, pero ella se sorprendió.
No creas que son tantos los libros en los que hay tacos pero si que estoy de acuerdo contifo en que le dan mayor realidad a la historia (y la humanizan)
Jejeje... Muy bueno ese final...
Supongo que la forma de exhibir los entresijos de la literatura va condicionado a la forma de ser del escritor.
Yo es que a mis chavales me los conozco y tontos no son. Los veo venir antes de que levanten la mano y por sus rostros sé si sienten curiosidad o ansían morbo. Al final siempre les doy lo que buscan, porque como bien dices, no hay que ocultarles la realidad; pero si lo que buscan es morbo, hago que suden un poco para obtenerlo. No es más que un juego psicológico. Si queréis que pase por aquí, antes tendréis que pasar por donde yo diga.
También a estos los conozco desde hace unos cuantos años. Lo mismo, si me enfrentara a una clase nueva, adoptaría otro tipo de estrategia.
Respecto a lo de llenarle la cabeza de pájaros... jejeje, hay que atraerlos al lado oscuro de la fuerza como sea.
Pues no veas cuando mis sobrinos leyeron el relato que me publicaron en Espiral en Fragmentos del Futuro (Mi Diario). El personaje habla dos idiomas: el normal y con tacos (citando a Bruce Willis en El Quinto Elemento). Se quedaron alucinados, su tío que delante de ellos no suelta una palabra malsonante aunque se pille un dedo en la puerta...
Por cierto, las cuentas de Zafón molan, me pregunto cuánto le ventila hacienda.
En mi caso la pregunta sería en qué página no aparece ningún taco...
Como nos gusta fardar, David...
Si supieran la feliz realidad, irían a clase de Gran Hermano, que sale más rentable y les pule la personalidad para ser más... elegantemente cutres.
Pero mira que son listos, tus nenes.
Cualquier día de estos te meterán en un berenjenal del que no sabrás salir y a ver si lo cuentas entonces, jejeje.
Un saludín
Ojo, no es que "mis" chavales sean listos. Es que los chavales de hoy en día, en general, están el doble de espabilaos que lo estábamos nosotros en otros tiempos.
Pues yo creo que es totalmente desaconsejable utilizar tacos en las novelas. ¿Cómo puedes hacerlo?
Secundo a José Miguel, ¿a quién se le ocurre?
Menos mal que no te preguntaron si en tus novelas salían tías en bolas.
¡Uf! ¡Mujeres des... desnudas! ¡Qué horror!
No sé por qué hay que poner tacos... ¡Corcholis!
¡Jo.. Sim córtate un pelo por que a ti, según me han dicho las lenguas de doble filo, casi te cortan toda la novela por culpa de los tacos.
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