En la vorágine diaria, de vez en cuando, surge un día que es diferente a todos. Un día que con el paso del tiempo se convierte en un momento especial que queda grabado como un oasis en tu memoria. Con el curso escolar en marcha, con la pequecon y con la inminente salida de «Heredero de la alquimia», ya podrán imaginar la cantidad de trabajo que uno lleva encima.
Ayer por la mañana partía a uno de los últimos colegios que tenía pendiente en mi lista de obligaciones semanales. Un colegio situado en un barrio marginal, de esos a los que nunca llevaríamos a nuestros hijos. Un cole donde el profe se pone de verdad el mono de trabajo y donde el conflicto puede desatarse en cualquier momento. Sin embargo, las clases marginales guardan una esencia especial. Si logras conectar con esos chicos y llegar a sus corazoncitos, la jornada puede convertirse en una de esas sesiones bellísimas que calan en el alma. No es la primera vez que me meto en una clase multirracial de gitanillos, negritos, moritos y chinitos. Cuando uno decide trabajar con coles y bibliotecas, va donde le manda el destino y afronta cualquier peculiaridad que se ponga por delante. A fin de cuentas, la verdadera responsabilidad siempre recae en los sufridos maestros que tienen que poner orden en el contexto de esas vidas tan castigadas y yo me limito a realizar la sesión de turno y tratar de que salga lo mejor posible. No obstante, en la naturaleza de esos niños se percibe una necesidad alarmante de cariño que tratan de sepultar bajo capas y capas de rebeldía. Levantar todas esas capas puede ser harto complicado, sobre todo cuando esgrimes la espada de la literatura y de la escritura, pero como más de una vez he dicho: los buenos libros inducidos a través del juego pueden ser un arma efectiva contra cualquier sinrazón.
La actividad que tenía que desarrollar en el cole tiene una parte lúdica y otra parte más trabajosa. Como cualquier aula complicada, nada más entrar, percibes las pullas y la curiosidad de los chavales. Ese frenesí creciente puede convertirse en alguna arremetida un tanto malintencionada, pero al final son solo niños y uno tiene que armarse de mucha paciencia. Lo más importante es arrancar la carcajada de la clase cuanto antes y tratar de llevarte a tu terreno a los que llevan la voz cantante. Es esencial, que el líder de la manada se sienta arropado y, sobre todo, que vea que muestras especial interés por el trabajo que se lleva entre manos. En cuanto el resto de la clase comprueba que el gran capo doblega las garras ante el animador, la mayoría busca llamar tu atención tratando de hacer el trabajo lo mejor posible.
Además, ya sabréis a estas alturas, que los relatos de zombis, de fútbol, de casas encantadas y de asesinos en serie no me impresionan en absoluto. Tras recorres más de doscientos colegios, ya he visto todas las barbaridades habidas y por haber. Así que en el oficio de escribir, lo más importante es que las mentes se abran y ciertas frustraciones queden reflejadas en el papel y mueran allí para siempre. El papel debe de ser catártico y curativo.
Si consigues crear buen ambiente, la clase deja de ser un laberinto espinoso y puede convertirse, de repente, en una experiencia emocional en donde los niños buscan a la desesperada llamar tu atención y tratar de exponer lo mejor de ellos en el folio.
Como os he dicho al principio, la mañana de ayer fue complicada y el hecho de pasar por un colegio marginal conlleva una parte de frustración y otra parte de calidez muy muy profunda. Muchos sentimientos contrapuestos y extremos pasan por tu cabeza cuando abandonas el centro. Sentimientos que te hacen caminar aturdido durante un tiempo, observando los edificios y las gentes que te rodean.
Ayer, sin embargo, con el sentimiento a flor de piel, me llegó un mensaje del Bibliocafé: «Ya tienes tus diez libros aquí». «Heredero de la alquimia» había llegado. Cogí el coche y salí zumbando hacia Mestalla en busca de la novela. A mitad del camino, una llamada de emoción contenida a mi novia y la necesidad compulsiva de depositar la novela en manos de mi madre, que en los últimos tiempos lo ha pasado realmente mal.
Seguro que en más de una ocasión habréis leído en algún blog la vorágine de sentimientos que inundan al escritor al situarse frente a LA CAJA (y lo escribo así, con mayúsculas). Yo ya he abierto seis cajas y lo cierto es que mis piernas siguen temblando cada vez que llega una nueva. En el caso de Heredero, la sensación se multiplica pues ha sido un libro que el mundo editorial ha amado y ha castigado a partes iguales. Hoy, por fin, ese vaqueteado manuscrito que había quedado olvidado en el cajón de más de un editor, mutaba hasta transformarse en una novela. En una «NOVELA»… que bien suena, ¿verdad?
Y es que la primera impresión que te embarga al ver la edición que ha creado Ilarion es que estamos ante un tocho maravilloso que promete lo que tiene: multitud de aventuras, de misterios y de sensaciones maravillosas. Es un libro de enjundia. Un libro con una ilustración de portada poderosa y con una envoltura tan sugerente que te invita a hojearlo una y otra vez. Me van a permitir que no defienda hoy el argumento pues, a parte de que ya lo hecho unas cuantas veces, no es el motivo principal de esta entrada.
Lo cierto es que ayer las lágrimas se me escaparon dos veces mientras leía el recuerdo de mi padre a mi madre y a mi novia. Yo también soy de los que van directo a los agradecimientos. Y en mi caso, cuando escribo uno al final de mis libros, lo hago de corazón y trato de no olvidar a nadie que de alguna manera haya contribuido a la historia que se narra en él.
Por la tarde, regreso al trabajo y visita a un colegio en el que ya había estado. De vez en cuando, pisas por primera vez un centro y percibes un grado de desconfianza comprensible en la mirada del director o del jefe de estudios. Algo así como: «¿Y éste qué viene a hacer aquí?». Pero si la sesión transcurre por sus cauces y todo sale bien, ese grado de desconfianza acaba convirtiéndose en satisfacción y en agradecimiento. Ayer por la tarde sentí en mis propias carnes la calidez de ese centro que visitaba por segunda vez. Profesores encantadores, alumnos ilusionados por la actividad y, sobre todo, un ambiente de erudición por los libros que, en más de una ocasión, me ha puesto la piel de gallina. Me lo pasé pipa y me trataron como a un Rey, así que regresé a casa con la autoestima por las nubes.
Lo mejor de la jornada vino al final, por supuesto. Yolanda, mi chica, suele ser generosa en muchos aspectos y absorbe con empatía las emociones que envuelven a mis libros. Poner el trabajo de todo un año en sus manos suele ser un orgullo y un privilegio. Ella es consciente de lo mucho que he sufrido por levantar esta novela, así que poder depositarla en sus manos y dedicársela es algo más que un gesto, algo más que un mero simbolismo. Es una poderosa declaración de intenciones de que es la persona más importante de mi vida.
Hoy, esta mañana, transcurrido el día de ayer, siento como «Heredero de la alquimia» es menos mío y es más vuestro, aunque todavía sea pronto para encontrarlo en las librerías. A partir de mañana, muchos podréis comprarlo en la Hispacon y empezaréis a leerlo. Me sentiré afortunado por ello, sin duda. En realidad, echando la vista atrás y contemplando el día de ayer, me siento afortunado. Me siento afortunado por pisar un cole de niños marginales, me siento afortunado por abrir una caja, me siento afortunado por llorar mientras leo un obituario y me siento afortunado por volver a un colegio donde aprecian mi trabajo, que es, a fin de cuentas, mi forma de ver la literatura.
Ayer una niña me preguntó: ¿Si no fueras escritor, qué te gustaría ser? No supe qué responder. Si no fuera escritor sería muy desdichado.
Ayer por la mañana partía a uno de los últimos colegios que tenía pendiente en mi lista de obligaciones semanales. Un colegio situado en un barrio marginal, de esos a los que nunca llevaríamos a nuestros hijos. Un cole donde el profe se pone de verdad el mono de trabajo y donde el conflicto puede desatarse en cualquier momento. Sin embargo, las clases marginales guardan una esencia especial. Si logras conectar con esos chicos y llegar a sus corazoncitos, la jornada puede convertirse en una de esas sesiones bellísimas que calan en el alma. No es la primera vez que me meto en una clase multirracial de gitanillos, negritos, moritos y chinitos. Cuando uno decide trabajar con coles y bibliotecas, va donde le manda el destino y afronta cualquier peculiaridad que se ponga por delante. A fin de cuentas, la verdadera responsabilidad siempre recae en los sufridos maestros que tienen que poner orden en el contexto de esas vidas tan castigadas y yo me limito a realizar la sesión de turno y tratar de que salga lo mejor posible. No obstante, en la naturaleza de esos niños se percibe una necesidad alarmante de cariño que tratan de sepultar bajo capas y capas de rebeldía. Levantar todas esas capas puede ser harto complicado, sobre todo cuando esgrimes la espada de la literatura y de la escritura, pero como más de una vez he dicho: los buenos libros inducidos a través del juego pueden ser un arma efectiva contra cualquier sinrazón.
La actividad que tenía que desarrollar en el cole tiene una parte lúdica y otra parte más trabajosa. Como cualquier aula complicada, nada más entrar, percibes las pullas y la curiosidad de los chavales. Ese frenesí creciente puede convertirse en alguna arremetida un tanto malintencionada, pero al final son solo niños y uno tiene que armarse de mucha paciencia. Lo más importante es arrancar la carcajada de la clase cuanto antes y tratar de llevarte a tu terreno a los que llevan la voz cantante. Es esencial, que el líder de la manada se sienta arropado y, sobre todo, que vea que muestras especial interés por el trabajo que se lleva entre manos. En cuanto el resto de la clase comprueba que el gran capo doblega las garras ante el animador, la mayoría busca llamar tu atención tratando de hacer el trabajo lo mejor posible.
Además, ya sabréis a estas alturas, que los relatos de zombis, de fútbol, de casas encantadas y de asesinos en serie no me impresionan en absoluto. Tras recorres más de doscientos colegios, ya he visto todas las barbaridades habidas y por haber. Así que en el oficio de escribir, lo más importante es que las mentes se abran y ciertas frustraciones queden reflejadas en el papel y mueran allí para siempre. El papel debe de ser catártico y curativo.
Si consigues crear buen ambiente, la clase deja de ser un laberinto espinoso y puede convertirse, de repente, en una experiencia emocional en donde los niños buscan a la desesperada llamar tu atención y tratar de exponer lo mejor de ellos en el folio.
Como os he dicho al principio, la mañana de ayer fue complicada y el hecho de pasar por un colegio marginal conlleva una parte de frustración y otra parte de calidez muy muy profunda. Muchos sentimientos contrapuestos y extremos pasan por tu cabeza cuando abandonas el centro. Sentimientos que te hacen caminar aturdido durante un tiempo, observando los edificios y las gentes que te rodean.
Ayer, sin embargo, con el sentimiento a flor de piel, me llegó un mensaje del Bibliocafé: «Ya tienes tus diez libros aquí». «Heredero de la alquimia» había llegado. Cogí el coche y salí zumbando hacia Mestalla en busca de la novela. A mitad del camino, una llamada de emoción contenida a mi novia y la necesidad compulsiva de depositar la novela en manos de mi madre, que en los últimos tiempos lo ha pasado realmente mal.
Seguro que en más de una ocasión habréis leído en algún blog la vorágine de sentimientos que inundan al escritor al situarse frente a LA CAJA (y lo escribo así, con mayúsculas). Yo ya he abierto seis cajas y lo cierto es que mis piernas siguen temblando cada vez que llega una nueva. En el caso de Heredero, la sensación se multiplica pues ha sido un libro que el mundo editorial ha amado y ha castigado a partes iguales. Hoy, por fin, ese vaqueteado manuscrito que había quedado olvidado en el cajón de más de un editor, mutaba hasta transformarse en una novela. En una «NOVELA»… que bien suena, ¿verdad?
Y es que la primera impresión que te embarga al ver la edición que ha creado Ilarion es que estamos ante un tocho maravilloso que promete lo que tiene: multitud de aventuras, de misterios y de sensaciones maravillosas. Es un libro de enjundia. Un libro con una ilustración de portada poderosa y con una envoltura tan sugerente que te invita a hojearlo una y otra vez. Me van a permitir que no defienda hoy el argumento pues, a parte de que ya lo hecho unas cuantas veces, no es el motivo principal de esta entrada.
Lo cierto es que ayer las lágrimas se me escaparon dos veces mientras leía el recuerdo de mi padre a mi madre y a mi novia. Yo también soy de los que van directo a los agradecimientos. Y en mi caso, cuando escribo uno al final de mis libros, lo hago de corazón y trato de no olvidar a nadie que de alguna manera haya contribuido a la historia que se narra en él.
Por la tarde, regreso al trabajo y visita a un colegio en el que ya había estado. De vez en cuando, pisas por primera vez un centro y percibes un grado de desconfianza comprensible en la mirada del director o del jefe de estudios. Algo así como: «¿Y éste qué viene a hacer aquí?». Pero si la sesión transcurre por sus cauces y todo sale bien, ese grado de desconfianza acaba convirtiéndose en satisfacción y en agradecimiento. Ayer por la tarde sentí en mis propias carnes la calidez de ese centro que visitaba por segunda vez. Profesores encantadores, alumnos ilusionados por la actividad y, sobre todo, un ambiente de erudición por los libros que, en más de una ocasión, me ha puesto la piel de gallina. Me lo pasé pipa y me trataron como a un Rey, así que regresé a casa con la autoestima por las nubes.
Lo mejor de la jornada vino al final, por supuesto. Yolanda, mi chica, suele ser generosa en muchos aspectos y absorbe con empatía las emociones que envuelven a mis libros. Poner el trabajo de todo un año en sus manos suele ser un orgullo y un privilegio. Ella es consciente de lo mucho que he sufrido por levantar esta novela, así que poder depositarla en sus manos y dedicársela es algo más que un gesto, algo más que un mero simbolismo. Es una poderosa declaración de intenciones de que es la persona más importante de mi vida.
Hoy, esta mañana, transcurrido el día de ayer, siento como «Heredero de la alquimia» es menos mío y es más vuestro, aunque todavía sea pronto para encontrarlo en las librerías. A partir de mañana, muchos podréis comprarlo en la Hispacon y empezaréis a leerlo. Me sentiré afortunado por ello, sin duda. En realidad, echando la vista atrás y contemplando el día de ayer, me siento afortunado. Me siento afortunado por pisar un cole de niños marginales, me siento afortunado por abrir una caja, me siento afortunado por llorar mientras leo un obituario y me siento afortunado por volver a un colegio donde aprecian mi trabajo, que es, a fin de cuentas, mi forma de ver la literatura.
Ayer una niña me preguntó: ¿Si no fueras escritor, qué te gustaría ser? No supe qué responder. Si no fuera escritor sería muy desdichado.
9 comentarios:
Se me ha puesto la piel de gallifante al leerte. Que entrada más bonita.
Entradas como esta deberían llevar alguna advertencia: los pelos como escarpias y el "sense of wonder" que procuro lograr en las clases, cuando se quedan embobados lo que explico (cosa que sucede muy de vez en cuando) o cuando leo algún buen libro (entre los que espero "Heredero de la Alquimia"), o viendo una película, o jugando a un videojuego, o escuchando una canción...
Lo importante es narrar, amigo David. Y no cabe duda de que si no fueras escritor igualmente te dedicarías a contar cosas.
Uf, acabo el post muy emocionado. Esa caja bien vale cualquier disgusto. Espero que los lectores estemos a la altura.
Mucha suerte y ánimo, ahora empieza el vértigo ¿no?
Un abrazote
Miguel Ángel
Vértigo nada, al contrario, más feliz que una perdiz. No todos los días publicas un libro :))
Fantástica entrada,David. Eres genial.
Espero poder leer tu nueva joya algún día.
Un abrazo y muchas felicitaciones.
La entrada en sí demuestra por qué eres escritor ;)
Felicidades por esa caja... :)
Muchas gracias a los dos. Sois lo mejor de lo mejor :))
Por cierto, primer balance de la prehispacon:
-Rompí una silla.
-Metí a mis amigos en el restaurante más caro de toda Burjassot, pero Juanmi estuvo machote...
(Continuará)
David, aparte de buen escritor eres mejor persona. Es por eso que creo que estas gratificaciones que alegran el alma por un trabajo bien hecho, tienen mucho que ver con la pasión, amabilidad y hacerte querer que tienes.
Eres escritor, pero aparte tienes un corazón mas que de oro... Y tengo pruebas de ello... Una de las miles que se las pregunten al señor Bueso ;)
Hombre, hice lo que cualquier colega haría. Sea como sea, leyéndote me han salido todos los colores.
Gracias, Luís.
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