Ramón Palomar, en Las Provincias, nos habla de Apocalipsis Z: los días oscuros:
La evolución en la literatura de terror no ha cesado durante el último siglo, mostrando una energía envidiable para deslizarse hacia diversos terrenos de pantanos, sótanos, monstruos, demonios, psicópatas, tarados, mundos paralelos algo infantiloides al estilo 'El señor de los anillos', pero en más pedorro todavía, y zombis hambrientos que pululan en un planeta de humanidad colapsada.
Yo le sigo siendo fiel a Poe, por supuesto, y a Lovecraft (muy interesante el breve ensayo escrito por Houellebecq sobre su obra). De Stephen King confieso no haber leído nada, ignoro el motivo, salvo que tantas adaptaciones a la gran pantalla de su obra quizá me han despistado. Y en cuanto el género zombi, me resulta interesante porque se ha producido el fenómeno contrario: primero irrumpió en la gran pantalla con 'La legión de los hombres sin alma', dirigida allá a por los años treinta, pero no me hagan comprobar la fecha, por Victor Halpering, con un Bela Lugosi en su punto de malandrín; y con la preciosa poética y blanquinegra 'Yo anduve con un Zombie', del maestro de la sugerencia Tourneur; y luego ha saltado, en estos últimos tiempos, del cine al papel.
Me parece que, hasta el momento, la obra cumbre es 'Guerra mundial Zombi', de Max Brooks (el hijo de Mel Brooks). Yo disfruté ese libro como un enano. Y me acolloné por la noche leyendo en la cama. Pero ahora, en nuestro país, está logrando cierta repercusión 'Apocalipsis Z. Los días oscuros', del gallego Manel Loureiro. ¿Qué me gusta de esta obra? Pues que se trata de una novela que distrae dotada de una maravillosa falta de complejos. Los zombis dominan la tierra y sólo en Las Canarias estamos a salvo, claro que, los recursos se van acabando y la gente anda mosqueada, con lo cual conviene espabilar y marchar a la península en plan expedición suicida para buscar medicinas y tal. Y leer acerca de esos muertos vivientes paseando en nuestras ciudades, la verdad, tiene su gracia.
Estamos ante un libro sin pretensiones que destaca por su audacia, su originalidad y su desfachatez. ¿Acaso sólo pueden existir las plagas de zombis en los USA? Pues no, aquí también tenemos derecho a nuestra tanda de zombis asquerosos. Sin embargo, a lo largo de las páginas, uno percibe un toque apresurado y pelín amateur que impide que la novela quede redonda y con esa potencia deseada. Pero en fin, pasas un buen rato. Sólo para fans incondicionales del mundo Zombi. Se la leerán a bocado limpio. Y una observación final: Manel rehuye de la palabra Zombi, emplea sólo la fórmula "No Muertos". Yo prefiero Zombi. Uno es un clásico.
Y Arturo Pérez Reverte nos da su peculiar visión de una marcha zombi (gracias Rafa Marín por pasármela):
La verdad es que cada uno se lo pasa lo mejor que puede, y en eso no me meto. Faltaría más. Especialmente en lo de vivir emociones intensas. Hay quien disfruta como un gorrino en un charco atado a una cuerda elástica y tirándose de un puente, quien corre en Fórmula Uno, quien les empasta las caries a los tiburones en los cayos de Florida y quien se lo pasa bárbaro dándose, metódica y rítmicamente, martillazos en los huevos. Cada uno tiene su manera de segregar adrenalina, y me parece bien. Siempre y cuando, por supuesto, cuando luego se rompe la cuerda, derrapa el bólido, el tiburón te dice ojos negros tienes o el martillazo te deja mirando a Triana, no vayas reclamando daños y perjuicios, y con tu pan te lo comas. Las emociones, en principio, son libres.
Por eso, supongo, nada tengo que objetar a que trescientos jóvenes aficionados a las películas gore, muertos vivientes, cementerios y casquería con motosierra –afición tan legítima como otra cualquiera– organicen una Marcha del Orgullo Zombie rebozados de carne podrida, borbotones de sangre, ojos colgando, muñones sanguinolentos y cosas así. Al grito de «Sangre, sangre, dame más sangre», los de la Marcha Zombie –lo correcto, por cierto, sería zombi, sin esa innecesaria e gringa– se pasearon el otro día por Madrid, y así me los topé en el paseo del Prado: fulanos bailando con el pescuezo rebanado o con un destornillador incrustado en un parietal, pavas con media cara que parecía arrastrada por el asfalto, muñones sanguinolentos y demás parafernalia del escabeche. Todo divertido a más no poder, oigan. De troncharte y no echar gota. O como se diga.
Tanto me divertí con el espectáculo, que todavía me estoy riendo. Se me parten los higadillos acordándome. Un chute, lo juro. Divino de la muerte. Me desternillo acordándome de mis zombis particulares, que no necesitan que los maquillen con sangre chunga porque el producto natural lo ponen ellos, por la patilla. Me lo paso de miedo cuando estoy un rato pensando, o me despierto de noche, y vienen a hacerme compañía en su Marcha del Orgullo Zombi particular. No pueden imaginar ustedes lo que disfruto yo, y lo que disfrutan ellos. Ahí querría ver a los aficionadillos del paseo del Prado. A ver quién es capaz de competir con una bomba en un cine de Bagdad o un morterazo en el mercado de Sarajevo. Los desafío a todos a competir con mi amigo el comandante Kibreab y sus sesos desparramados sobre un hombro, tirado en el suelo de la plaza de Tessenei, en abril de 1977. O con el fastuoso maquillaje natural de la guerrillera desnuda por la onda expansiva de una granada y con las tetas hechas filetes por la metralla, en el Paso de la Yegua, Nicaragua, 1979. También sería difícil imitar la gracia del negro macheteado en junio de 1988 en Moamba, Mozambique. O la del fulano de Hezbollah hecho un amasijo de carne y tripas en su coche alcanzado por un misil israelí cerca de Tiro, en 1990. O, para terminar y no extenderme mucho, el salero zombi de los treinta y ocho croatas que en septiembre de 1991 vimos Hermann Tersch, Márquez y yo mismo degollados en los maizales de Okuçani, Croacia: cadáveres muy canónicamente gore todos ellos –habrían hecho un brillante papel en la Marcha del Orgullo Zombi–, a los que no imaginan ustedes con cuánta gracia les colgaba la cabeza con la garganta abierta cuando los levantaban del suelo para enterrarlos. Es que me acuerdo, oigan, y me parto. Tan simpático todo, fíjense. Tan divertido.
Estoy lejos de ser el único que puede aportar carnaza fresca a la fiesta, no se crean. Vayan y pregúntenle a Gerva Sánchez, por ejemplo, cuántos muñones sangrantes y sin sangrar, con minas y sin minas, ha fotografiado a lo largo de su vida profesional. O a Alfonso Rojo, Miguel de la Fuente, Paco Custodio, Fernando Múgica y Ramón Lobo, veteranos miembros de la vieja y extinta tribu, que todavía se despiertan a veces preguntándose en dónde diablos están. Lo del Orgullo Zombi tiene que traerles bonitos recuerdos, supongo. Muchas imágenes divertidas y simpáticas. Seguro que les pasa como a mí: les preguntas por el hospital de Sarajevo –chof, chof, hacía el suelo encharcado de rojo cuando lo pisabas– después de un día de buena cosecha de francotiradores y artilleros serbios, y seguro que se rulan de risa. Como habrían hecho, sin duda, Julio Fuentes, Miguel Gil Moreno, Anguita Parrado, el cámara Couso, Juantxu y los demás que ya no están aquí para rularse. A cinco litros de sangre por cabeza, calculen el flash. Los imagino a todos bailando por el paseo del Prado, a los compases de No es serio este cementerio. Qué guay, tíos. De verdad. Menudo subidón.
Como le dije a Rafa cuando leí este artículo, hay veces que no hace falta irse a mundos muy lejanos ni a guerras para hallar la parte más dolorosa de nuestra sociedad. Un paseíto por cualquier sala de oncología de nuestro maravilloso país y seguro que sales con el cuerpo arreglado. Aunque, desgraciadamente -o afortunadamente- esas cosas no las ves hasta que no te tocan.
Por cierto, no hay que perderse la última entrada de Crisei: Un café con Ángel, me parece un ejercicio de añoranza y de nostalgia digno de tener en cuenta. ¡¡Grande Rafa!!
11 comentarios:
je, me quedo con la de Pérez Reverte.
como me gustan las frases tipo "a mi me parece muy bien, peeeero..."
A mí la moda zombi también me deprime, pero por otras razones.
Lo malo de Reverte es que siempre parece que siente nostalgia de sus tiempos en la trinchera y parece estar deseando que nos sacuda una buena guerra a todos para que nos espabilemos. Qué previsible y qué obvio resulta su artículo.
(Por cierto, ¿seguro que el comandante Kibreab no era un personaje de Alarido de Dios?)
Quizás por los sesos. Puede ser.
Puf! El Reverte, cómo siempre, tirando a matar el tío. Una actitud bastante tóxica y agotadora, diría yo.
Supongo que Reverte será uno de esos tipos que ha tragado muchísimo en la vida y ahora que está en la cumbre de la pirámide, dispara contra todo lo que se menea.
Que no David, que no todo el que llega alto lo hace "tragando mucho". Aunque algunos si, eso es verdad...
Hombre... hasta donde sé, Reverte es de los que ha sentido las balas a varios centímetros de su oreja. Algo de experiencia y bilis debe de haber tragado.
Ah vaale! creia que te referias a otra cosa...
En qué estarías tú pensando :D:D
Jodo. Pues esto de la marcha zombi se esta poniendo de moda, Hasta en mi pueblo las hacen!!!
http://www.eladelantado.com/noticia/local/97563/El-IV-Festival-de-Cortos-‘Contraplano’-saldrá-a-la-calle-con-una-marcha-zombie
Me creo que voy a escribir algun trhilerrnomico de trasunto zombi... No se, algo del Banco Central del Zombi o as´´i...
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