Siempre me han gustado los grandes escenarios de batallas. Desde pequeño he consumido hasta el hartazgo esos peplums de romanos en los que los ejércitos acaban chocando y provocan el fragor de la tierra. Una de las primeras películas de las que me enamoré y, aún hoy, suelo revisar muy a menudo es «Helena de Troya». La contienda de Grecia y Troya por el corazón de una mujer me cautivó en su día y todavía hoy sigo disfrutándola. La grandeza de esta película es ese final apoteósico, del que carece la «Troya» de Wolfgang Petersen, en el que Menelao atraviesa con su acero al llorica de Príamo y se lleva en su barco a Helena para seguir fornicando en las tierras griegas.
Sea como sea, la magnificencia de una batalla es una de las cualidades más interesantes que siempre he encontrado en la literatura fantástica. Por supuesto, mi buen amigo Javier Negrete, uno de los alumnos tributarios y más destacados de Bernard Cornwell, ha conseguido que un servidor alcance el éxtasis con batallas memorables como las que se pueden leer en «Salamina», «Alejandro y las Águilas de Roma» o el irrepetible final del «Espíritu del mago».
Hace un par de años, andaba yo mascullando una historia en la que pudiera jugar con esos conceptos. Pero quería hacer algo diferente: una guerra entre magia y alquimia. Una guerra entre superstición y ciencia… o al menos todo lo científica que pueda considerarse la alquimia. Pensé que Argos, la tierra donde se focalizan las historias de «La tierra del dragón», podría ser el escenario adecuado. Ya os he dicho más de una vez que soy muy vago y crear un nuevo escenario sólo para contar una historia me parecía terriblemente tedioso. Así que opté por echar mano del calendario, subir las cifras unos cuantos siglos y especular cómo serían las cosas en Argos varios siglos después de las batallas que acontecen en «Nicho de reyes».
Pero lo cierto es que la decisión, al final, me resultó redundante y demasiado estereotipada, así que opté por desecharla y volver al plan original: un nuevo mundo, con nuevos conceptos, nuevas ideas y nuevos cimientos. Había que barrer la casa, abrir las ventanas y que la atmósfera oliera limpia. Además, no quería que los nuevos lectores se sintieran cohibidos a la hora de entrar en un libro cuya mitología ya derivaba de otra saga, ni quería que mis viejos lectores pensaran que estaba estirando demasiado el chicle.
Tenía los fundamentos de una nueva historia y eso merecía un nuevo mundo.
Pero mi mente todavía se negaba a asumir la colosal tarea de recrear un universo tan complejo como el de Argos. Andaba ya un poco desmoralizado cuando vi esta foto:
En ella vemos a Lot huyendo de la furia de Dios y al fondo un gran cráter del que exhala fuego a raudales e ilumina la cúpula celeste. Ahí debieron estar las dos ciudades más siniestras que construyó el ser humano: Sodoma y Gomorra. Antros de perversión donde los hombres y las mujeres daban gusto a sus cuerpos en una orgía desenfrenada. ¡Interesante! Comencé a investigar y rápidamente descubrí que las dos ciudades hermanas no eran más que las capitales de un país poderoso y cruel conocido como la Pentápolis. Y leyendo los textos sagrados, di con el nombre de las otras ciudades y de algunos de sus reyes. ¡Todo comenzaba a encajar! Grandes imperios surgidos del origen de los tiempos, ciudades imposibles que se arracimaban alrededor de un Mar Muerto, linajes que mi imaginación estiró hasta lo imposible y los convirtió en herederos de tradiciones mágicas que arrancan con el advenimiento de Dios… y lo más importante, un bien que convertía a la Pentápolis en la perla más codiciada de todas las ciudades situadas en Oriente: el asfalto.
Casi sin darme cuenta, me di de morros con el mundo que andaba buscando… y a su alrededor dos potencias tan poderosas que marcarían los primeros pasos de nuestro tiempo: al oeste Egipto y al este Sumeria. El tablero estaba colocado, las piezas desplegadas y justo en el centro el botín más anhelado: la Pentápolis. Había dado con mi universo de ensueño y ahora sólo faltaba comenzar a jugar con él.
Sea como sea, la magnificencia de una batalla es una de las cualidades más interesantes que siempre he encontrado en la literatura fantástica. Por supuesto, mi buen amigo Javier Negrete, uno de los alumnos tributarios y más destacados de Bernard Cornwell, ha conseguido que un servidor alcance el éxtasis con batallas memorables como las que se pueden leer en «Salamina», «Alejandro y las Águilas de Roma» o el irrepetible final del «Espíritu del mago».
Hace un par de años, andaba yo mascullando una historia en la que pudiera jugar con esos conceptos. Pero quería hacer algo diferente: una guerra entre magia y alquimia. Una guerra entre superstición y ciencia… o al menos todo lo científica que pueda considerarse la alquimia. Pensé que Argos, la tierra donde se focalizan las historias de «La tierra del dragón», podría ser el escenario adecuado. Ya os he dicho más de una vez que soy muy vago y crear un nuevo escenario sólo para contar una historia me parecía terriblemente tedioso. Así que opté por echar mano del calendario, subir las cifras unos cuantos siglos y especular cómo serían las cosas en Argos varios siglos después de las batallas que acontecen en «Nicho de reyes».
Pero lo cierto es que la decisión, al final, me resultó redundante y demasiado estereotipada, así que opté por desecharla y volver al plan original: un nuevo mundo, con nuevos conceptos, nuevas ideas y nuevos cimientos. Había que barrer la casa, abrir las ventanas y que la atmósfera oliera limpia. Además, no quería que los nuevos lectores se sintieran cohibidos a la hora de entrar en un libro cuya mitología ya derivaba de otra saga, ni quería que mis viejos lectores pensaran que estaba estirando demasiado el chicle.
Tenía los fundamentos de una nueva historia y eso merecía un nuevo mundo.
Pero mi mente todavía se negaba a asumir la colosal tarea de recrear un universo tan complejo como el de Argos. Andaba ya un poco desmoralizado cuando vi esta foto:
En ella vemos a Lot huyendo de la furia de Dios y al fondo un gran cráter del que exhala fuego a raudales e ilumina la cúpula celeste. Ahí debieron estar las dos ciudades más siniestras que construyó el ser humano: Sodoma y Gomorra. Antros de perversión donde los hombres y las mujeres daban gusto a sus cuerpos en una orgía desenfrenada. ¡Interesante! Comencé a investigar y rápidamente descubrí que las dos ciudades hermanas no eran más que las capitales de un país poderoso y cruel conocido como la Pentápolis. Y leyendo los textos sagrados, di con el nombre de las otras ciudades y de algunos de sus reyes. ¡Todo comenzaba a encajar! Grandes imperios surgidos del origen de los tiempos, ciudades imposibles que se arracimaban alrededor de un Mar Muerto, linajes que mi imaginación estiró hasta lo imposible y los convirtió en herederos de tradiciones mágicas que arrancan con el advenimiento de Dios… y lo más importante, un bien que convertía a la Pentápolis en la perla más codiciada de todas las ciudades situadas en Oriente: el asfalto.
Casi sin darme cuenta, me di de morros con el mundo que andaba buscando… y a su alrededor dos potencias tan poderosas que marcarían los primeros pasos de nuestro tiempo: al oeste Egipto y al este Sumeria. El tablero estaba colocado, las piezas desplegadas y justo en el centro el botín más anhelado: la Pentápolis. Había dado con mi universo de ensueño y ahora sólo faltaba comenzar a jugar con él.
8 comentarios:
¡Por una vez, soy el primero en comentar!
Estoy deseando tener el libro entre mis manos, para poder saborearlo página tras página: un escenario que aparece en el Libro de los libros, y que sin embargo nunca ha sido tratado de esa manera. Tiene muuuuy buena pinta.
Uno de los libros a los que más ganas le tengo para este 2010.
Pues el tablero que has desplegado, David, es de lo más interesante la verdad.
Espero que pronto esté al alcance de los ávidos lectores jaja.
Saludos
Bien jugado David. El mundo greco romano está muy y muy bien tocado, en cambio el Pentateuco, Sumer, Pentapolis (que ni noticia)... me da que es bastane virginal y sugestivo para género en general (VRedun) y fantasía en particular . Muy buena pinta.
Respecto a los peplums, yo dejé de verlos porque el Terenci Moix dijo que te volvías moña... ¿es verdad eso?
¡que bien ya tego ganas de tenerlo!
¡¡Gracias, chicos!! Espero que la novela esté a la altura de las espectativas. Tengo muchas ganas de que la leáis, aunque antes habrán muchas más perlitas como ésta sobre la novela.
Lo más curioso de la historia de Lot es que, convertida en estatua de sal su mujer, sus dos hijas, para que la saga familiar no pereciera, no se les ocurrió otra cosa que emborrachar a su padre y tirárselo por turnos, para quedarse embarazadas de él y así tener hijos de su sangre. Lo cual me hace preguntarme: si la familia de Lot era así, ¿cómo serían los demás ciudadanos de Sodoma y Gomorra para que Lot y sus muchachas fuersen considerados los únicos castos? XD
No dudes de que el libro acabará en mis vitrinas. Estoy deseando ver esos textos "bíblicos" a ver si distingo realidad de ficción.
Es un peazo de obra David, y no quiero perdérmela.
Un abrazo.
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