Como una aldea surgida de un cuento de hadas, Sintra emerge de la niebla y exhibe la belleza incomparable de sus mansiones desperdigadas por la sierra, o como los antiguos Celtas la bautizaron: el Monte de la Luna. Pasear por sus calles, estrechas, empinadas, repletas de comercios y de casas engalanadas con azulejos y piedra, resulta inspirador, casi poético, y es muy fácil trasladarse a otras épocas en las que los navegantes del Rey Enrique o de Manuel I, remontaban las costas de la India y regresaban cargados de oro y especias. Esa historia de grandes descubrimientos está impresa en la ciudad en cada talla, en cada filigrana, en cada columna que soporta los pórticos del Palacio Real de Sintra.
Encaramado en la sierra, es fácil comprobar porque la realeza portuguesa, tras la retirada de las tropas de Napoleón, convirtieron a Sintra en su lugar de recreo. Su clima cálido en verano, lluvioso en otoño y primavera, y a menudo cuajado de densas nieblas, hace de esta villa una ciudad de ensueño, capaz de hacer perder la cabeza a escritores como Lord Byron o a músicos como Richard Strauss. El romanticismo portugués, llevado a su máximo exponente por Don Fernando de Sajonia y por la reina María II, hizo de Sintra una ciudad residencia de nobles, comerciantes y burgueses, y eso se percibe en las mansiones que se abren paso entre la exuberante vegetación que crece en el Monte de la Luna.
Pero si hay un símbolo que hace reconocible a esta ciudad, con permiso del Palacio Real, es el Palacio Nacional da Pena. Estamos, sin duda, ante un baluarte concebido en las fábulas más románticas de la nobleza lusitana. Sus cúpulas, torres y pasarelas, amarillas y granates, se recortan en la parte más alta del Parque de Pena. Fue el último remanso para la monarquía antes de la instauración de la República en 1910. Cuarenta y cinco años les costó a los arquitectos Ludwig von Eschwege y Possidónio da Silva erigir esta maravilla arquitectónica para los reyes Fernando y María II. En él confluyen una buena gama de estilos: bizantino, mudéjar, gótico, renacentista y manuelino –estilo que bebe de las alegorías de la época de los descubrimientos y, obviamente, del Rey Manuel I-; pero sobre todos ellos prevalece una imagen medieval que acaba seduciendo a todos los turistas que recorren sus patios.
Como la mayoría de los palacios en Sintra, el Palacio de Pena tiene su propio parque, en el que crece de manera exuberante la vegetación, los estanques proliferan en cada recodo y las cascadas bullen entre las piedras con un sonido tan alegre que invita al paseante a perderse entre las trochas laberínticas que salpican los bosques.
A lo largo del trayecto por la sierra, antes de abandonar el parque, podemos encontrar la Capilla de Santo Antonio, el Monumento al Guerrero y la Cruz Alta que señala el punto más elevado de la Sierra de Sintra y desde la que se divisa el siguiente punto de referencia en nuestra visita: el Castelo dos Mouros.
Y es que los vestigios musulmanes todavía perduran en la villa de Sintra, esculpidos en la piedra en forma de una serpiente amurallada que recorre de parte a parte la Sierra. Es el último vestigio musulmán antes de la llegada de Alfonso Henriques en 1147, pero el recinto amurallado y la capilla convierten las ruinas de la vieja fortaleza en un mirador excepcional desde el que otear los distintos distritos de Sintra.
El Señor de los Anillos MIENTEEEEEE. Ningún puto hobbit acomodado en la Comarca podría atravesar torres, fortalezas y escaleras sinuosas sin echar el higadillo por la boca.
Me dejo para el final el Palacio de Monserrate, edificado en 1540 por Fray Gaspar Preto, y que combina magistralmente los estilos góticos, orientales y árabes. Esta maravilla arquitectónica fue adquirida en 1850 por el comerciante inglés Francis Cook, que llevó a cabo las últimas reformas del Palacio y lo convirtió en uno de los lugares de referencia para artistas, músicos y escritores de la época.
Los jardines del Palacio de Monserrate son un auténtico vivero de especies autóctonas y de vegetación traída del otro extremo del mundo. Ficus gigantes, flores subtropicales, cascadas, lagos, caminos sinuosos y pasos empedrados convierten este jardín de algo más de 30 hectáreas en un paraíso que jamás quisieras abandonar.
Los viveros de Monserrate son tan bellos, que hasta las agencias de modelos los usan para sus trabajos. Por cierto, esta Barbie lusitana fue secuestrada por un servidor y posó así ante la cámara. Yummm... yummmm....
Como he dicho al principio, Sintra es un pueblo que parece emergido de un cuento de hadas. Cuentan que en sus sierras habitaron los celtas y que entre los árboles más antiguos se llevaron a cabo ceremonias druídicas que llenaron los parejes de magia y de supersticiones. Los montes de Sintra han sido descritos como fuentes de energías telúricas que te arrastran a los orígenes de la Madre Tierra. Es una villa plagada de misterios, de leyendas, de supersticiones y de historias relacionadas con la masonería, la alquimia y la Rosa Cruz. No en vano, sus Quintas son lugares recónditos donde la vegetación se extiende entre la niebla como una entidad vigilante que nunca te quita la vista de encima.
Lo cierto es que fui a Sintra en busca de inspiración, en busca del último escenario que me permitiera redondear la novela que me llevo entre manos. Debía encontrar un lugar lúgubre, misterioso, aislado, tenebroso en el que el misticismo y la ciencia pudieran crear un ambiente sobrecogedor. Y lo hallé… vaya si lo hallé. Supe que estaba en el lugar idóneo en cuanto divisé la estructura que se superponía al muro de granito que delimitaba la calle. Más allá de ese muro comenzaba un universo de torreones destartalados, de alamedas circundadas por estatuas mitológicas, de pozos que se hunden en las entrañas del mundo y que llevan a grutas talladas en la propia roca. Un mundo de capillas, animales metamórficos, chimeneas e invernaderos que estimulan hasta lo imposible la mente. Y sobre todo ese paisaje, una Quinta que exhibe su inquietante fachada como un dantesco titán pétreo que aguarda para engullir a los visitantes. Pero esa es una historia que me guardo para otro día. La Quinta de la Regaleira merece su propia entrada.
Como dijo Lord Byron: Sintra edén glorioso.
18 comentarios:
CUÁNTA BELLEZA
Espectacular!!
Pues todo lo que he podido decir o enseñaros no hace mérito a la ciudad. Yo tuve la suerte de viajar en coche desde el Mediterráneo al Atlántico. El día que regresamos, salimos con niebla de Sintra, las calles y las carreteras se desdibujaban, Lisboa se mostraba pletórica sobre las colinas y cruzamos el 25 de Abril escuchando a Sabina. El santo nos dijo adiós con los brazos extendidos.
Fue maravilloso.
Pedazo viaje,que envidiaaaaaa
Me gustaría añadir una cosa más. Sintra está a media hora de Lisboa, perfectamente comunicada por tren. Mucha gente opta por hospedarse en Lisboa e ir a Sintra para verla en un par de días. Ni se os ocurra. Lisboa tiene cosas muy chulas: el castillo de San Jorge, Belém, el Vasco de Gama, el Monasterio de los Jerónimos, la Plaza del Comercio, etc etc... pero yo recomiendo, por la tranquilidad, por la oferta gastronómica a buen precio y por la oferta cultural, hospedarse en Sintra, disfrutar del pueblo, porque da para tres o cuatro días de estancia, y en caso de querer ver Lisboa, viajar de Sintra a Lisboa.
Joder cómo nos cuidamos.
Si no nos cuidamos nosotros, ¿quién nos va a cuidar? :d
Ese Palacio de Pena lleno de encanto, aunque parece sacado de la mente de un Disney desquiciado. Nosotros estuvimos en Portugal el año pasado, nos hospedamos en Lisboa, pero no pasamos por alto ni Sintra, ni Cascais, ni Belem ni Queluz. Preciosa la Regaleira, con esos jardines llenos de misterio y su torres de iniciación. ¿Probastes los inconmensurbales pasteles de Belem?
Es lo que se recuerda de las vacas: Cómo comimos en tal sitio...
Jo, qué envidia.
Saludos.
Vacaciones gastronómicas. Son las mejores del mundo.
>>¿Probastes los inconmensurbales pasteles de Belem?
No, tío, en Belem me comí un plato de bacalao con patatas -y eso que a mí lo que tiene raspa no me gusta-, pero los pasteles no. Ya tengo excusa para volver.
Y si tú no estuviste en Sintra, también tienes excusa para volver a cruzar el puente. Ale, a la siguiente nos vamos juntos. Así tu me enseñas los pasteles y yo Sintra.
Sí que estuvimos en Sintra, sí. Una panzada de andar monte abajo que no veas después de ver el castillo de los mouros y el palacio de Pena, porque el jodido autobús estaba encallado en mitad de la sierra por culpa de cuatro coches mal aparcados. Pero ya sabes que yo con vosotros voy donde sea y si hay que repetir se repite. :)
Es verdad!! Siempre que algun capullo aparcaba mal en la subida hacia el castillo de Pena se formaban colas larguísimas en el centro histórico de la ciudad y se colapsaba el tráfico.
Ale, pues apuntado queda la repetición :)
Quedada sedicera en Sintra!!!
Menudo paseo te has dado, David.
Te felicito, no hay nada mejor que una aventura lejos de casa.
Me alegro de que descansaras, comieras bien, vieras bellezas, etc, de eso tratan las vacaciones. ;)
Fer
Precioso... a ver cuando me toca pegarme unas vacaciones así. Lo de la Barbie Lusitana a ver si le cuesta el matrimonio, señor Grumm xD
Yo ya tengo a mi barbie valenciana!!
Ojalá algún día pueda conocer Portugal y llegar a Sintra, después de ver su espectacular arquitectura, sus recovecos antiguos, siento muchos deseos de perderme en ellos.
Me alegra haber encontrado tu blog, David,
Un cordial saludo,
Blanca Miosi
Hola Blanca!!!
Seguro que algún día pisarás tierras lusitanas. Fíjate que yo soy de Valencia y considero que está a un tiro de piedra. La cuestión es animarse, hacerse a la idea y viajar, que es lo más bonito del mundo. Espero sinceramente que hagas tu sueño realidad.
Un abrazo.
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