Si habéis entrado en el blog buscando un texto que vaya a cambiaros vuestra vida literaria o intelectual, ya podéis iros a Rescepto o al blog de los prospectivos que seguro que estarán hablando de cosas un millón de veces más sesudas de lo que voy a hablaros hoy yo. Es lunes, ¿qué queréis? Se me han pegado las sábanas y no me apetece ponerme a rebuscar entre los miles de periódicos de información cultural que hay por la web para encontrar una noticia que informe de lo mal que van las editoriales o lo cerca que está la pandemia electrónica. Así que hoy voy a hablaros del revueltito con solomillo y patatitassssh del Calabaza.
Pero antes permitidme una recomendación cinematográfica: «Una pareja de tres». La última de Owen Wilson, Jennifer Aniston y el médico capullo de «Anatomía de Grey» que se tira a todas las enfermeras. Esperad, esperad, no me digáis moña todavía. La película no es lo que parece. No estamos ante la comedieta ligera y estúpida a la que nos tiene acostumbrados Owen Wilson. Al contrario, es una historia real de los sueños y aspiraciones de una pareja joven y cómo las circunstancias les van cambiando conforme se van haciendo mayores y la vida los deja muy lejos de lo que habían ambicionado en un primer momento. Y encima, si tienes perro te sentirás aún más identificado con la peli, porque la influencia de Marley será decisiva en muchas de las decisiones que tome la parejita de marras.
Por cierto, al tío le pagan un salario monumental en un periódico por escribir una mierda de columnita al día y se siente insatisfecho. Manda cojones. El sueño dorado de miles de blogeros y al gachó se la trufa. En fins… vamos a la entrada de hoy.
¡¡El revueltito con solomillo y patatitasssh!! (Por cierto, en la película de ayer dijeron una frase muy curiosa: Mark Twain decía que los signos de exclamación en un texto venían a ser como las carcajadas del escritor a su propia broma, es decir, que acabo de realizar un ejercicio de narcisismo puro).
Hace tiempo ya, los cuatro colegas que nos reuníamos en las quedadas de los sábados, solíamos comer en un bar llamado la Calabaza. Lo cierto es que se trataba de un típico bar en donde la comida o la cena no costaba más de quince euros (y nos poníamos hasta el culo de orujo) y acababas satisfecho de lo que te echabas al coleto.
Tampoco es que tuviéramos fijación por ese bar. Era un bar cualquiera de la zona de la nueva ciudad de la justicia, muy próximo al Centro Comercial el Saler. Íbamos allí porque nos lo recomendó un amigacho y los dueños, a base de reincidir, acabaron cogiéndonos cariño. El caso es que un día, no hace mucho, fuimos a degustar el habitual revueltito de solomillo y patatitasssh y nos lo encontramos cerrado.
En fin, fue un duro golpe a las aspiraciones alimenticias de la quedada, así que desde entonces hemos sido nómadas sin un lugar de reunión fijo.
Hace unos meses, deambulando por las librerías del centro en nuestro periplo postcomida, nos encontramos con una mujer rara que nos paró con todo el descaro y comenzó a hablarnos con un extraño acento sudamericano que nos era familiar. Como no estaba buena, tampoco me esforcé demasiado en recordar (que uno ya se va haciendo mayor y debe reservar la memoria selectiva para casos puntuales), pero ese acento nos sonaba mucho… muchísimo. ¡¡El revueltito con solomillo y papatitasssh!! (Perdón, Mark Twain). Era la dueña del Calabaza.
La buena mujer, que espero no me lea porque acabo de escribir un poco más arriba que no es especialmente agraciada, nos dijo que se habían trasladado al centro de Valencia, justo detrás de la plaza de toros, y habían abierto otro restaurante. Disculpad que no ponga el nombre pero es que no lo recuerdo, si alguno de mis amiguetes de quedada lo sabe, que no se prive y que lo deje en los comentarios. El caso es que cuando entramos en el restaurante, comprendimos que el revueltito con solomillo y patatitasssh se había convertido en revuelto de solomillo y patatas y que del antiguo Calabaza lo único que quedaba era su buena mano para los fogones. Los dueños habían logrado que su cocina ganara cuatro o cinco tenedores más simplemente cambiando el emplazamiento del restaurante. Cuatro o cinco tenedores y unas cifras más opulentas en la última línea de la cuenta.
El caso es que ahora el Calabaza, el bar del revueltito con solomillo y patatitassssh, es el sitio que le recomiendan a Ramón Calderón, expresidente del Real Madrid, cuando viene a Valencia a ver las corridas de toros en la Feria de Fallas. Ya no es extraño entrar en el salón del nuevo restaurante y ver a todo tipo de autoridades y famosos. Es un bar de alto postín. Lo cual significa a su vez que los antiguos clientes del Calabaza difícilmente podremos acceder a su selecta cocina.
Sea como sea, me alegro por ellos. Tal vez mi buche ya no sea recompensado con esas patatitasssshh tan buenas, pero al menos a unos amigos les está yendo bien en esta época de crisis. Me alegro por ellos.
Pero antes permitidme una recomendación cinematográfica: «Una pareja de tres». La última de Owen Wilson, Jennifer Aniston y el médico capullo de «Anatomía de Grey» que se tira a todas las enfermeras. Esperad, esperad, no me digáis moña todavía. La película no es lo que parece. No estamos ante la comedieta ligera y estúpida a la que nos tiene acostumbrados Owen Wilson. Al contrario, es una historia real de los sueños y aspiraciones de una pareja joven y cómo las circunstancias les van cambiando conforme se van haciendo mayores y la vida los deja muy lejos de lo que habían ambicionado en un primer momento. Y encima, si tienes perro te sentirás aún más identificado con la peli, porque la influencia de Marley será decisiva en muchas de las decisiones que tome la parejita de marras.
Por cierto, al tío le pagan un salario monumental en un periódico por escribir una mierda de columnita al día y se siente insatisfecho. Manda cojones. El sueño dorado de miles de blogeros y al gachó se la trufa. En fins… vamos a la entrada de hoy.
¡¡El revueltito con solomillo y patatitasssh!! (Por cierto, en la película de ayer dijeron una frase muy curiosa: Mark Twain decía que los signos de exclamación en un texto venían a ser como las carcajadas del escritor a su propia broma, es decir, que acabo de realizar un ejercicio de narcisismo puro).
Hace tiempo ya, los cuatro colegas que nos reuníamos en las quedadas de los sábados, solíamos comer en un bar llamado la Calabaza. Lo cierto es que se trataba de un típico bar en donde la comida o la cena no costaba más de quince euros (y nos poníamos hasta el culo de orujo) y acababas satisfecho de lo que te echabas al coleto.
Tampoco es que tuviéramos fijación por ese bar. Era un bar cualquiera de la zona de la nueva ciudad de la justicia, muy próximo al Centro Comercial el Saler. Íbamos allí porque nos lo recomendó un amigacho y los dueños, a base de reincidir, acabaron cogiéndonos cariño. El caso es que un día, no hace mucho, fuimos a degustar el habitual revueltito de solomillo y patatitasssh y nos lo encontramos cerrado.
En fin, fue un duro golpe a las aspiraciones alimenticias de la quedada, así que desde entonces hemos sido nómadas sin un lugar de reunión fijo.
Hace unos meses, deambulando por las librerías del centro en nuestro periplo postcomida, nos encontramos con una mujer rara que nos paró con todo el descaro y comenzó a hablarnos con un extraño acento sudamericano que nos era familiar. Como no estaba buena, tampoco me esforcé demasiado en recordar (que uno ya se va haciendo mayor y debe reservar la memoria selectiva para casos puntuales), pero ese acento nos sonaba mucho… muchísimo. ¡¡El revueltito con solomillo y papatitasssh!! (Perdón, Mark Twain). Era la dueña del Calabaza.
La buena mujer, que espero no me lea porque acabo de escribir un poco más arriba que no es especialmente agraciada, nos dijo que se habían trasladado al centro de Valencia, justo detrás de la plaza de toros, y habían abierto otro restaurante. Disculpad que no ponga el nombre pero es que no lo recuerdo, si alguno de mis amiguetes de quedada lo sabe, que no se prive y que lo deje en los comentarios. El caso es que cuando entramos en el restaurante, comprendimos que el revueltito con solomillo y patatitasssh se había convertido en revuelto de solomillo y patatas y que del antiguo Calabaza lo único que quedaba era su buena mano para los fogones. Los dueños habían logrado que su cocina ganara cuatro o cinco tenedores más simplemente cambiando el emplazamiento del restaurante. Cuatro o cinco tenedores y unas cifras más opulentas en la última línea de la cuenta.
El caso es que ahora el Calabaza, el bar del revueltito con solomillo y patatitassssh, es el sitio que le recomiendan a Ramón Calderón, expresidente del Real Madrid, cuando viene a Valencia a ver las corridas de toros en la Feria de Fallas. Ya no es extraño entrar en el salón del nuevo restaurante y ver a todo tipo de autoridades y famosos. Es un bar de alto postín. Lo cual significa a su vez que los antiguos clientes del Calabaza difícilmente podremos acceder a su selecta cocina.
Sea como sea, me alegro por ellos. Tal vez mi buche ya no sea recompensado con esas patatitasssshh tan buenas, pero al menos a unos amigos les está yendo bien en esta época de crisis. Me alegro por ellos.
2 comentarios:
Hombre, no seais tímidos, seguid yendo, que seguro que la mujer se alegra. :-)
No, si tímidos no somos. Somos pobres.
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