Este fin de semana, en el Cultural, han hecho un repaso somero a uno de los nichos de mercado más importante dentro de la literatura: el infantil/juvenil. Mientras que el género para adultos sigue navegando a la deriva y es incapaz de reinventarse como literatura de masas, el juvenil/infantil vive una edad dorada que depara un mercado ingente. Carmen Blázquez escribe un interesante artículo que paso a reproducir a continuación. ¡Que lo disfruten!
Las conclusiones del Anuario del libro infantil y juvenil 2009 del grupo SM eran optimistas al cierre del 2008. El negocio del sector editorial seguía en expansión y las ventas de libros infantiles y juveniles habían crecido en proporción prácticamente el doble, hasta constituir el once por ciento del mercado del libro.
Con respecto a los lectores, también movían las cifras al optimismo al constatar que niños y jóvenes constituyen el sector de población con hábitos de lectura más consolidados; concretamente, los lectores más entusiastas son los que se encuentran entre los 10 y los 13 años. Y contra el tópico de la amenaza que para la lectura supondría la tecnología informática, consta que donde ésta tiene mayor presencia es en los hogares de los más lectores precisamente. Sin embargo, tal como ha discurrido el año, cabe esperar que los números que resumirán la economía del sector en 2009 no sean tan positivos y que, cuando menos, se registre un estancamiento. Pero cada cosa a su tiempo.
Al tender la vista hacia atrás no se advierten grandes cambios en el panorama de la LIJ. Editoriales grandes y pequeñas han buscado en 2009 la obra capaz de atraer lectores como un imán decidiéndose a menudo por el atractivo de lo fantástico, corriente que contra todo pronóstico sigue alimentando la mayor parte de las novelas juveniles. Y aunque con demasiada frecuencia se recorren caminos más que hollados, aún se descubren enfoques y tratamientos que sorprenden.
Lo más significativo de este fenómeno es que la fantasía abandona los espacios abiertos y se vuelve tenebrosa; se explora el lado oscuro, desde lo inquietante a lo terrorífico, como reflejan El Libro del Cementerio (Roca), del conocido Neil Gaiman; Vialla y Romaro, de Lilli Thal (Anaya); El mago de los huesos (Puck), de F. E. Higgins, y Ciudad de ceniza de Cassandra Clare, segunda entrega de Cazadores de sombras (Destino). Páginas pobladas de criaturas insólitas que con frecuencia alcanzan una segunda vida en el cine, refuerzo y reclamo del best-seller -Crepúsculo de Stephenie Meyer (Alfaguara) es el ejemplo más llamativo y reciente-. El predominio de autores extranjeros (autoras la mayoría) es evidente, pero ahí está el Réquiem de David Lozano que cierra la exitosa trilogía La Puerta Oscura (SM), Maite Carranza con Magia de una noche de verano (Edebé) y nuevos nombres, como José Antonio Cotrina, que con La cosecha de Sanheim inició la trilogía El ciclo de la Luna Roja (Alfaguara).
No obstante, frente a la poderosa corriente fantástica parece que tiende a afirmarse una realista que equilibra la balanza y logra efectos saludables en libros que reflejan lo arduo de crecer -como el Diario completamente verídico de un indio a tiempo parcial de Sherman Alexie (Siruela)- y que con cierta frecuencia mira al pasado, como en OK, señor Foster de Eliacer Cansino (Edelvives), Lo que vi y por qué mentí de Judy Blundell (Molino) y en la impresionante novela de Antoni García Llorca El salvaje (SM).
Las publicaciones destinadas a los lectores fronterizos entre niñez y juventud ofrecen más diversidad y matices. La fantasía es la aliada natural de los cuentos tradicionales recopilados en cuidadas ediciones -Cuentos y leyendas de los masai (Kókinos), Cuentos y leyendas populares de Marruecos (Siruela)-y se tiñe de humor, misterio y aventura en las obras de autores modernos como Kirsten Boie -Los medlevingios (Siruela)- o Frank Cottrell -Cosmic (SM)-. Y no se puede dejar de mencionar a carismáticos personajes como la aventurera Rita (Macmillan), por el lado del realismo, y a Kika Superbruja (Bruño), Geronimo Stilton (Destino) y Bat Pat (Montena) por el de la fantasía.
Desde el realismo, ámbitos familiares y sociales relacionan a los lectores con el mundo, como en La canción de Shao Li, de Marisol Ortiz de Zárate (Bambú); Los O.T.R.O.S. (Sociedad Secreta), de Pedro Mañas Romero (Everest); En casa de Las Penderwick, de Jeanne Birdsall (Salamandra) y en Barro de Medellín, de Alfredo Gómez Cerdá, premio nacional 2009 (Edelvives).
Para los más pequeños abundan los títulos a la medida de su curiosidad, su capacidad de comprensión y manipulación. Las innovaciones provienen más bien de los ingeniosos desplegables, solapas, ventanas… resortes que divierten y estimulan la imaginación y alcanzan en la “ingeniería del papel” auténtica sofisticación. Por ejemplo. ¿Quién teme al cuento feroz? (Serres), de Lauren Child, y El arca de Noé (Combel).
Mención aparte merecen los álbumes, que rebasada la acotación de lo infantil ofrecen un festín visual a los amantes de los libros bien ilustrados. Un puñado de editoriales -Juventud (Tu cama grande), Corimbo (El oso y el gato salvaje), Kókinos (Popville), Barbara Fiore (El secreto de la garganta del ruiseñor), Libros del Zorro Rojo (Mis historias perdidas), Los cuatro azules (Rana, ¿dónde estás?)…- se esfuerzan por mantener publicaciones de calidad con una representación cada vez mayor de autores nacionales, como el siempre interesante Javier Sáez Castán (El Pequeño Rey, Ekaré).
En cuanto a los libros de conocimientos, junto a atractivos atlas, obras sobre el medio ambiente y biografías, este año han abundado las publicaciones en torno a la historia, como la Pequeña historia del mundo (Espasa-Calpe) del historiador García de Cortázar.
Todas las voces coinciden en la conveniencia de que niños y jóvenes lean, cuanto más mejor, y alienta comprobar que se avanza por ese camino. Pero desde todos los frentes habría que incidir mucho más en la calidad que en la cantidad de esos libros responsables de la formación literaria de los lectores. Si el mismo celo que se pone en la edición de libros que entran por los ojos se trasladara al contenido, qué distinto sería el panorama.
Con respecto a los lectores, también movían las cifras al optimismo al constatar que niños y jóvenes constituyen el sector de población con hábitos de lectura más consolidados; concretamente, los lectores más entusiastas son los que se encuentran entre los 10 y los 13 años. Y contra el tópico de la amenaza que para la lectura supondría la tecnología informática, consta que donde ésta tiene mayor presencia es en los hogares de los más lectores precisamente. Sin embargo, tal como ha discurrido el año, cabe esperar que los números que resumirán la economía del sector en 2009 no sean tan positivos y que, cuando menos, se registre un estancamiento. Pero cada cosa a su tiempo.
Al tender la vista hacia atrás no se advierten grandes cambios en el panorama de la LIJ. Editoriales grandes y pequeñas han buscado en 2009 la obra capaz de atraer lectores como un imán decidiéndose a menudo por el atractivo de lo fantástico, corriente que contra todo pronóstico sigue alimentando la mayor parte de las novelas juveniles. Y aunque con demasiada frecuencia se recorren caminos más que hollados, aún se descubren enfoques y tratamientos que sorprenden.
Lo más significativo de este fenómeno es que la fantasía abandona los espacios abiertos y se vuelve tenebrosa; se explora el lado oscuro, desde lo inquietante a lo terrorífico, como reflejan El Libro del Cementerio (Roca), del conocido Neil Gaiman; Vialla y Romaro, de Lilli Thal (Anaya); El mago de los huesos (Puck), de F. E. Higgins, y Ciudad de ceniza de Cassandra Clare, segunda entrega de Cazadores de sombras (Destino). Páginas pobladas de criaturas insólitas que con frecuencia alcanzan una segunda vida en el cine, refuerzo y reclamo del best-seller -Crepúsculo de Stephenie Meyer (Alfaguara) es el ejemplo más llamativo y reciente-. El predominio de autores extranjeros (autoras la mayoría) es evidente, pero ahí está el Réquiem de David Lozano que cierra la exitosa trilogía La Puerta Oscura (SM), Maite Carranza con Magia de una noche de verano (Edebé) y nuevos nombres, como José Antonio Cotrina, que con La cosecha de Sanheim inició la trilogía El ciclo de la Luna Roja (Alfaguara).
No obstante, frente a la poderosa corriente fantástica parece que tiende a afirmarse una realista que equilibra la balanza y logra efectos saludables en libros que reflejan lo arduo de crecer -como el Diario completamente verídico de un indio a tiempo parcial de Sherman Alexie (Siruela)- y que con cierta frecuencia mira al pasado, como en OK, señor Foster de Eliacer Cansino (Edelvives), Lo que vi y por qué mentí de Judy Blundell (Molino) y en la impresionante novela de Antoni García Llorca El salvaje (SM).
Las publicaciones destinadas a los lectores fronterizos entre niñez y juventud ofrecen más diversidad y matices. La fantasía es la aliada natural de los cuentos tradicionales recopilados en cuidadas ediciones -Cuentos y leyendas de los masai (Kókinos), Cuentos y leyendas populares de Marruecos (Siruela)-y se tiñe de humor, misterio y aventura en las obras de autores modernos como Kirsten Boie -Los medlevingios (Siruela)- o Frank Cottrell -Cosmic (SM)-. Y no se puede dejar de mencionar a carismáticos personajes como la aventurera Rita (Macmillan), por el lado del realismo, y a Kika Superbruja (Bruño), Geronimo Stilton (Destino) y Bat Pat (Montena) por el de la fantasía.
Desde el realismo, ámbitos familiares y sociales relacionan a los lectores con el mundo, como en La canción de Shao Li, de Marisol Ortiz de Zárate (Bambú); Los O.T.R.O.S. (Sociedad Secreta), de Pedro Mañas Romero (Everest); En casa de Las Penderwick, de Jeanne Birdsall (Salamandra) y en Barro de Medellín, de Alfredo Gómez Cerdá, premio nacional 2009 (Edelvives).
Para los más pequeños abundan los títulos a la medida de su curiosidad, su capacidad de comprensión y manipulación. Las innovaciones provienen más bien de los ingeniosos desplegables, solapas, ventanas… resortes que divierten y estimulan la imaginación y alcanzan en la “ingeniería del papel” auténtica sofisticación. Por ejemplo. ¿Quién teme al cuento feroz? (Serres), de Lauren Child, y El arca de Noé (Combel).
Mención aparte merecen los álbumes, que rebasada la acotación de lo infantil ofrecen un festín visual a los amantes de los libros bien ilustrados. Un puñado de editoriales -Juventud (Tu cama grande), Corimbo (El oso y el gato salvaje), Kókinos (Popville), Barbara Fiore (El secreto de la garganta del ruiseñor), Libros del Zorro Rojo (Mis historias perdidas), Los cuatro azules (Rana, ¿dónde estás?)…- se esfuerzan por mantener publicaciones de calidad con una representación cada vez mayor de autores nacionales, como el siempre interesante Javier Sáez Castán (El Pequeño Rey, Ekaré).
En cuanto a los libros de conocimientos, junto a atractivos atlas, obras sobre el medio ambiente y biografías, este año han abundado las publicaciones en torno a la historia, como la Pequeña historia del mundo (Espasa-Calpe) del historiador García de Cortázar.
Todas las voces coinciden en la conveniencia de que niños y jóvenes lean, cuanto más mejor, y alienta comprobar que se avanza por ese camino. Pero desde todos los frentes habría que incidir mucho más en la calidad que en la cantidad de esos libros responsables de la formación literaria de los lectores. Si el mismo celo que se pone en la edición de libros que entran por los ojos se trasladara al contenido, qué distinto sería el panorama.
2 comentarios:
¡Qué interesante! ¿A qué se habrá referido con lo de "calidad de contenido" que la tiene tan preocupada?...
Supongo que vendrá a decir: ¡Cuidado, estos libros son para chavales, su contenido y el mensaje que transmiten deben de estar especialmente cuidados!
Publicar un comentario