El ser humano viene supeditado a un proyecto. No puede dar un paso adelante sin que en una esquina de su escritorio haya un fajo de folios, cosido con gusanillo y encuadernado con tapas, que le diga cómo hacerlo, hacia dónde, calculando todas las variantes, probabilidades y posibilidades, calibrando la rotación de las piernas y las características del firme sobre el que va a tener que desplazarse. Y lo más importante, los 180 imprevistos a tener en cuenta en caso de que el paso se efectúe en un día impar.
Pero lo más gracioso de todo esto es que el proyecto, informe o macrofichero siempre se quedará precisamente ahí, en la esquina del escritorio, porque siempre vendrá alguien que dirá: «¡Ché, Pepe, tú lo que tienes que hacer es tirar pa’lante y dejarte de tonterías!». Entonces Pepe mirará hacia el frente, respirará hondo y dará el paso sin calcular ninguna variante, ninguna probabilidad y ninguna posibilidad. Y lo mismo le dará que justo enfrente tenga un avispero lleno de avispas asesinas o la plaza de toros de la Monumental. Él dará el paso y se olvidará del resto del mundo, sólo porque alguien ha llegado por la espalda y le ha dicho que puede hacerse.
Más o menos esa es la historia de mi vida y de mi trabajo. Últimamente cualquier cosa que me propongo hacer, no debe de ir avalada por el banco, ni por un profesional que ponga su firma en el proyecto. No, en absoluto. Con que haya un taco de folios que pueda estar cosido con gusanillo sobra. Lo importante es que el informe tenga, como mínimo, más de diez folios e incluya fotos (si ya entra algún cuadro de estadísticas ni te cuento). De ese modo, la persona que pide el informe puede ir a su superior e indicarle que el proyecto es viable porque lo avala un informe de diez, o doce, o quince folios. Luego ya llega la parte de leer ese informe, que eso viene siendo más costoso y es más fácil llamar a la persona que lo ha redactado y que lo explique de viva voz (todos los que visitan habitualmente este blog conocen perfectamente los peligros que conlleva la lectura, entre ellos la posibilidad de quedarse tonto). Así que al final, da lo mismo lo mucho que te esfuerces en hacer un proyecto, la cantidad de páginas que encuadernes o la cantidad de neuronas que quemes para cuadrar números y pintarlo bonito al concejal de turno. Cuando se pone la carne en el asador, el informe siempre se queda en la esquina del escritorio y lo único que cuenta es que el creador del informe vaya al despacho de la persona interesada y, con aplomo y sagacidad, diga: «¡Ché, Pepe, tú lo que tienes que hacer es tirar pa’lante y dejarte de tonterías!»
En fins… que me voy a hacer un proyecto :-(
Pero lo más gracioso de todo esto es que el proyecto, informe o macrofichero siempre se quedará precisamente ahí, en la esquina del escritorio, porque siempre vendrá alguien que dirá: «¡Ché, Pepe, tú lo que tienes que hacer es tirar pa’lante y dejarte de tonterías!». Entonces Pepe mirará hacia el frente, respirará hondo y dará el paso sin calcular ninguna variante, ninguna probabilidad y ninguna posibilidad. Y lo mismo le dará que justo enfrente tenga un avispero lleno de avispas asesinas o la plaza de toros de la Monumental. Él dará el paso y se olvidará del resto del mundo, sólo porque alguien ha llegado por la espalda y le ha dicho que puede hacerse.
Más o menos esa es la historia de mi vida y de mi trabajo. Últimamente cualquier cosa que me propongo hacer, no debe de ir avalada por el banco, ni por un profesional que ponga su firma en el proyecto. No, en absoluto. Con que haya un taco de folios que pueda estar cosido con gusanillo sobra. Lo importante es que el informe tenga, como mínimo, más de diez folios e incluya fotos (si ya entra algún cuadro de estadísticas ni te cuento). De ese modo, la persona que pide el informe puede ir a su superior e indicarle que el proyecto es viable porque lo avala un informe de diez, o doce, o quince folios. Luego ya llega la parte de leer ese informe, que eso viene siendo más costoso y es más fácil llamar a la persona que lo ha redactado y que lo explique de viva voz (todos los que visitan habitualmente este blog conocen perfectamente los peligros que conlleva la lectura, entre ellos la posibilidad de quedarse tonto). Así que al final, da lo mismo lo mucho que te esfuerces en hacer un proyecto, la cantidad de páginas que encuadernes o la cantidad de neuronas que quemes para cuadrar números y pintarlo bonito al concejal de turno. Cuando se pone la carne en el asador, el informe siempre se queda en la esquina del escritorio y lo único que cuenta es que el creador del informe vaya al despacho de la persona interesada y, con aplomo y sagacidad, diga: «¡Ché, Pepe, tú lo que tienes que hacer es tirar pa’lante y dejarte de tonterías!»
En fins… que me voy a hacer un proyecto :-(
2 comentarios:
La papelitis es definitoria de España. Parece que la importancia de una cosa se mide, no en la posiblidad de sintetizarla, sino en la de recargarla y meterle revoco.
Por otro lado, qué interés habrá en tanto papel pudiendo pasar un archivo en pdf????
El otro día voy a por un proyecto de Fomento (y cuidado que no era cualquier documento, había cientos de particulares implicados por expropiaciones y tqal), los mapas estaban en una caja tipo cofre del tesoro, cuatro tomos encuadernados y tal. El caso es que lo tenía que consultar y pedí un pdf... ¿pdqué?
Como sea que precisaba el documento, tuve que mover Roma con Santiago para que, al final, me fotocopiaran uno de los tomos -en A3 y blanco y negro, que jódete para leer un mapa original en color en blanco y negro- Esto era Fomento y en relación a un proyecto de 64 millones de euros.
Estas paridas me matan... No es que sea del XiX, es que parece del XVII, que dan ganas de aparecer por ahí disfrazo de Alatriste y jurando "vota a bríos" y tal...
Tú lo has dicho. Y, además, siempre hay un Malatesta aguardándote tras el escritorio.
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