«¿Qué demonios hace Ridley Scott dirigiendo la enésima versión de Robin Hood?», me pregunté la primera vez que los medios de comunicación anunciaron a bombo y platillo la nueva película del director inglés. ¿Es que no ha habido ya suficientes Robins con «Las aventuras de Robin de los bosques» de Errol Flynn, los animalitos de Wolfgang Reitherman para la Disney, el «Robin y Marian» de Richard Lester, «El príncipe de los ladrones» de Kevin Reynold, el «Robin Hood» de John Irwin o «Las locas locas locas aventuras de Robin Hood» de Mel Brooks? Siempre he pensado que este personaje está más quemado que Chiquito de la Calzada y que difícilmente nadie podría hacer algo bueno con él.
Pero claro, Ridley Scott es mucho Ridley Scott y su versión decadente, austera y sucia de la Edad Media nos traslada a un siglo XII en el que los ingleses de Ricardo Corazón de León están muy pasados de vueltas tras la Tercera Cruzada en Jerusalén (¡¡agüita con la primera toma del castillo francés… IM-PRE-SIO-NAN-TE!!), su hermano Juan es un burgués amanerado que se pasa el tiempo retozando entre las sábanas con Isabella de Angoulême (que guapa está Léa Seydoux) y el monarca francés Felipe ansía desembarcar con su ejército en las costas británicas para iniciar la conquista de la Madre Patria.
A partir de aquí, olvídense de todo lo que hemos visto hasta ahora y que atañe a este personaje de leyenda. La película de Ridley Scott bebe más de la propia historia que de las fuentes románticas que todos los directores nos han mostrado hasta ahora. Russell Crowe encarna un Robin Hood lacónico, inteligente y parco en palabras, siguiendo la línea del Máximo Meridio de Gladiador, que sólo alcanza el título de noble a causa de una sucesión de coincidencias que le llevan a heredar el apellido Loxley e integrarse en el seno de la familia de Sir Walter Loxley y entablar una interesante y divertida relación con una Marian muy real que interpreta con muchísimo tino Cate Blanchett.
Por supuesto, Nottingham pasa de ser una aldea de ensueño a transformarse en una encrucijada de caminos embarrados, con chozas que apenas se tienen de pie y campos de cultivo impracticables. El papel del sheriff (Matthew Macfadyen) es casi testimonial y acaba siendo el traidor sir Godfrey (¡sí, otra vez Mark Strong, que grande es este tío!) el que encarna la némesis de Robin Hood y, apoyado por los saqueadores franceses, se dedica a arrasar las tierras del indolente Rey Juan.
Mención aparte merecen Eileen Atkins en el pellejo de Eleanor de Aquitania y William Hurt como William Marshal, o la tropa de bandoleros que siguen a Robin desde las cruzadas y acaban convirtiéndose en compañeros inseparables. Eso sí, que nadie aguarde ver la tropa de Robin emboscando a los acaudalados siervos del Rey Juan en los senderos del bosque de Sherwood y repartiendo el botín entre los pobres, pues en esta película no hay nada de eso. Estamos ante una precuela del Robin que todos conocemos. Aquí los bandidos que más tarde acogerán al proscrito son los huérfanos de los caídos en la Cuarta Cruzada, una pandilla de niños sin identidad que atacan a aldeanos y soldados. Por tanto, el Robin Hood de Ridley Scott relata con soberbia fluidez el ‘antes’ de la leyenda y añade ingredientes interesantísimos como la igualdad entre clases sociales, la firma de la Carta Magna y la constante lucha por preservar la dignidad del ser humano.
Lo mejor que se puede decir de esta película es que dura dos horas y pasa en un periquete. Es un díptico interesantísimo que entronca con «El reino de los cielos» y lleva el sello de calidad de Ridley Scott en cada fotograma. Si, como a mí me sucedía, piensas que la figura de Robin Hood está muerta y enterrada, aguarda a ver el Robin de Ridley Scott y comprobarás que todavía queda mucho que contar.
Pero claro, Ridley Scott es mucho Ridley Scott y su versión decadente, austera y sucia de la Edad Media nos traslada a un siglo XII en el que los ingleses de Ricardo Corazón de León están muy pasados de vueltas tras la Tercera Cruzada en Jerusalén (¡¡agüita con la primera toma del castillo francés… IM-PRE-SIO-NAN-TE!!), su hermano Juan es un burgués amanerado que se pasa el tiempo retozando entre las sábanas con Isabella de Angoulême (que guapa está Léa Seydoux) y el monarca francés Felipe ansía desembarcar con su ejército en las costas británicas para iniciar la conquista de la Madre Patria.
A partir de aquí, olvídense de todo lo que hemos visto hasta ahora y que atañe a este personaje de leyenda. La película de Ridley Scott bebe más de la propia historia que de las fuentes románticas que todos los directores nos han mostrado hasta ahora. Russell Crowe encarna un Robin Hood lacónico, inteligente y parco en palabras, siguiendo la línea del Máximo Meridio de Gladiador, que sólo alcanza el título de noble a causa de una sucesión de coincidencias que le llevan a heredar el apellido Loxley e integrarse en el seno de la familia de Sir Walter Loxley y entablar una interesante y divertida relación con una Marian muy real que interpreta con muchísimo tino Cate Blanchett.
Por supuesto, Nottingham pasa de ser una aldea de ensueño a transformarse en una encrucijada de caminos embarrados, con chozas que apenas se tienen de pie y campos de cultivo impracticables. El papel del sheriff (Matthew Macfadyen) es casi testimonial y acaba siendo el traidor sir Godfrey (¡sí, otra vez Mark Strong, que grande es este tío!) el que encarna la némesis de Robin Hood y, apoyado por los saqueadores franceses, se dedica a arrasar las tierras del indolente Rey Juan.
Mención aparte merecen Eileen Atkins en el pellejo de Eleanor de Aquitania y William Hurt como William Marshal, o la tropa de bandoleros que siguen a Robin desde las cruzadas y acaban convirtiéndose en compañeros inseparables. Eso sí, que nadie aguarde ver la tropa de Robin emboscando a los acaudalados siervos del Rey Juan en los senderos del bosque de Sherwood y repartiendo el botín entre los pobres, pues en esta película no hay nada de eso. Estamos ante una precuela del Robin que todos conocemos. Aquí los bandidos que más tarde acogerán al proscrito son los huérfanos de los caídos en la Cuarta Cruzada, una pandilla de niños sin identidad que atacan a aldeanos y soldados. Por tanto, el Robin Hood de Ridley Scott relata con soberbia fluidez el ‘antes’ de la leyenda y añade ingredientes interesantísimos como la igualdad entre clases sociales, la firma de la Carta Magna y la constante lucha por preservar la dignidad del ser humano.
Lo mejor que se puede decir de esta película es que dura dos horas y pasa en un periquete. Es un díptico interesantísimo que entronca con «El reino de los cielos» y lleva el sello de calidad de Ridley Scott en cada fotograma. Si, como a mí me sucedía, piensas que la figura de Robin Hood está muerta y enterrada, aguarda a ver el Robin de Ridley Scott y comprobarás que todavía queda mucho que contar.
5 comentarios:
Gracias por la reseña :) En realidad, me tienta mucho la idea de ver esta película, más que nada porque me gustan Russell Crowe y Cate Blanchet, pero si además resulta original, mejor que mejor.
Sólo una pregunta: ¿estás seguro que la acción transcurre en el siglo XVI? ¿No es en el XI o por ahí?...
Concretamente transcurre en el XII, que es cuando acontece la Tercera Cruzada.
Oki doki. Veo que lo corregiste. Gracias por la aclaración :)
Es que lo escribí demasiado rápido sin comprobar casi los datos. Gracias por tu rectificación, así ya nadie se lleva a engaños.
La ví anoche. Debo decir que me sorprendió bastante esta nueva versión. Una historia del viejo Robin que rompe todos los esquemas.
Una buena movida del señor Ridley Scott.
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