Los editores de género cada vez tienen más dudas. Los tiempos cambian y el público también. Lo que antes eran ventas que superaban los dos mil, tres mil ejemplares, ahora se reducen a pequeñas tiradas de mil o mil quinientos. Salvo los autores consagrados que tienen tras de sí un movimiento mediático, el resto está condenado a salir al mercado en forma de tirada reducida. Cada vez son más las voces en el mundo de la literatura que hablan del libro disfrazado, es decir, el libro de ciencia ficción que llega al lector fuera de colección, bajo una vitola de libro generalista, pregonando valores que atañen a la propia sociedad y al cambio que conlleva la evolución. Ejemplos de estos libros los ha habido y siguen habiéndolos. Últimamente en boca de todos está «La carretera» de Cormac McCarthy, pero basta mirar a nuestro propio mercado para encontrar otros casos más próximos como los de Albert Sánchez Piñol o Jose Carlos Somoza.
El caso es que últimamente, allá donde mire, existe un debate que enfrenta al libro de colección con el libro individual o el libro que tiene entidad propia. Es más, parece bastante claro que, mientras la fantasía sobrevive (más mal que bien) integrada en colecciones enumeradas, la ciencia ficción está condenada a reinventarse y a buscar otro formato de venta. Los títulos integrados en colecciones están condenados a tiradas nimias a no ser que salgan bajo un sello de prestigio. ¿Quién compra hoy por hoy, sea aficionado o no, todos los números de una colección? Creo que el lector coleccionista está desapareciendo. Decía Miquel Barceló en una reunión reciente en Barcelona en la que tuve el gusto de participar que el clásico aficionado que compraba todos los Nova y que se rompía los cascos por encontrar el número perdido de la colección X está cediendo su lugar al lector tipo que se preocupa más por el fondo que por la forma. Yo, personalmente, me veo reflejado en este último grupo. Mis orígenes no son los de lector de fantasía obsesivo, sino los de lector «de autores», lector «de libros», y como tal ejerzo mi derecho a la hora de comprar un título. Es más, los grandes almacenes y las grandes librerías ya no separan los libros por colección. La directriz que existe entre los libreros es la de separar títulos por autor, no por colección. De esta manera, el libro acapara un protagonismo como entidad individual que condenado a navegar en un mar de libros iguales difícilmente podría tener.
El caso es que el libro de género disfrazado (aunque el término disfrazado cada vez me parece menos apropiado), el libro con entidad propia, está ganando terreno a la colección, algo que hace cinco años era impensable. Parece que marcar un título con un numerito en el lomo es, incluso, contraproducente. A mi me parece una soberana tontería, sigo comprando libros igual, sean o no sean de colección. Pero parece que una gran cota de mercado no opina lo mismo. Y tampoco opinan lo mismo los grandes editores. ¿Se imaginan el lanzamiento de «Un mundo sin fin» dentro de una colección de libros clónicos con las mismas tapas y los mismos colores? … Naaah… yo tampoco.
4 comentarios:
Está claro que el lector tipo pasa de colecciones y va al autor que le gusta. Sí es cierto que aún existen muchas, pero las más destacadas suelen ser de género. Muchos aún echamos de menos la Tapa Negra de Jucar, de novela criminal, y si volvieran a sacar algo parecido me la compraba con los ojos cerrados.
Pero esa no ha sido la dinámica del comprador de ciencia ficción o fantasía habitual. Tomando palabras de Miquel Barceló, que como editor de Ediciones B de esto sabe un huevo, el lector tipo de novela de género fantástico solía recurrir a las colecciones y era completista. Hoy ya no ocurre eso. El lector parece que se está fidelizando a títulos concretos o autores determinados.
Sí, es que las colecciones pasan bastante. Por ejemplo, en la colección Andanzas de Tusquets han publicado "Tokyo Blues" de Murakami e "Historia de una gaviota..." de Sepúlveda. La primera es una novela de sexo adolescente bastante dura (por describirla de alguna manera), mientras que el segundo es una narración infantil de apenas 140 páginas. Obviamente, el público a la que van dirigidos es diferente.
Otra cosa sería si una editorial se decidiera a rescatar cada dos meses clásicos descatalogados de Fantasía y Ciencia Ficción. En tal caso, yo sería el primero en comprarla entera. Aunque claro, esto es pura utopía, y tal colección iría destinada a los clasicistas, estudiosos y nostálgicos.
En la ciencia ficción se venden como churros los clásicos: Scott Car, Asimov, Simmnons... en cambio a las obras actuales, sin un premio que las avale, les cuesta despegar. Imagínate reeditar clásicos. Quizás estos sí que estarían destinados a formar una buena colección, pero tal como está el percal...
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