Me pasa informador colorado un par de enlaces de El cultural que nos muestran las grandes diferencias —o no tan grandes— entre la literatura nacional e internacional.
Tal como hemos destacado por aquí varias veces, vivimos una época importante en el signo de la literatura; el lector ha dejado de lado la estética y busca puro entretenimiento. Las diferencias entre best-seller y superventas se reducen y para desgracia de aquellos que escribimos entelequias, nos encontramos con que: vivimos el declive del postmodernismo, acelerado por una ficción de corte realista, que ofrece el contenido ausente del entorno de imágenes superficiales que nos rodean. Los experimentos narcisistas del postmodernismo son sustituidos por relatos llenos de mundo y personajes, de personas.
Aun así, creo que la sociedad todavía no está preparada para consumir sólo una literatura de corbata y café. Si le damos la vuelta a la tortilla y buscamos lo que más se vende, escrito por españoles, nos encontramos con una predilección por la novela histórica, aunque tal como apunta el artículo, muchos de los lectores, paradójicamente, buscan en esa vía de escape un posible reflejo de la actualidad y de los signos vitales que nos rodean.
La novela negra también tiene mucho de denuncia social y los exigentes lectores no sólo quieren una historia en la que el detective encuentre al asesino, sino que buscan un retrato que exhiba sin pudor las miserias y el oscurantismo de nuestra sociedad. Hemos pasado del punto de vista aséptico de una novela con fuertes matices negros, a una novela social en la que la corrupción y la visión de una cosgomonía que conocemos de inicio prima sobre todo lo demás.
Permítanme, además, resaltar la clasificación de literatura española contemporánea que señala Ricardo Sanabre en su artículo:
Creo que ambos artículos realizan una radiografía aproximada (no perfecta) de los textos que hoy en día preocupan más a los lectores españoles. Está claro que nos encontramos, una vez más, ante una visión generalista que no se detiene a contemplar la minuciosidad del mercado, pero tengamos claro que los pequeños detalles tienden a perderse y a desaparecer en una sociedad tan cambiante como la nuestra. La literatura de hoy ya no tiene nada que ver con la del pasado. Viene impuesta por un público exigente que busca espejos y reflejos del mundo cotidiano y aún en la aventura más exótica o en el paraje más apartado (geográfica o históricamente) busca señas de identidad de un mundo que ya conoce o de situaciones que pertenecen a su entorno social.
Es cierto que vivimos en una edad dorada literaria, pero es una edad dorada mediatizada y explotada hasta el infinito, definida por mesas de novedades saturadas de novelas destinadas a pasar desapercibidas y títulos con un semblante argumental en ocasiones idénticos.
Y los indicios es que todo esto va a cambiar aún más en los próximos años, que las exigencias van a ser mayores y el desgaste de autor se va a producir más rápido. La literatura que viene deber ser más potente que la que hay hoy. Las exigencias editoriales obligan al autor español a competir con el autor extranjero con menos medios, con menos armas y en una desigualdad de condiciones casi aberrante. Y aun así competimos y nos estrellamos, pero el mercado en épocas de crisis también nos hace ver que el autor español siempre es más rentable que el anglosajón o, cuanto menos, que el autor de origen patrio puede dar más dividendos que una firma extranjera anónima.
Novela extranjera. Cambio de signo. Artículo de Germán Gullón.
Novela española. Mirando hacia atrás. Artículo de Ricardo Senabre.
Tal como hemos destacado por aquí varias veces, vivimos una época importante en el signo de la literatura; el lector ha dejado de lado la estética y busca puro entretenimiento. Las diferencias entre best-seller y superventas se reducen y para desgracia de aquellos que escribimos entelequias, nos encontramos con que: vivimos el declive del postmodernismo, acelerado por una ficción de corte realista, que ofrece el contenido ausente del entorno de imágenes superficiales que nos rodean. Los experimentos narcisistas del postmodernismo son sustituidos por relatos llenos de mundo y personajes, de personas.
Aun así, creo que la sociedad todavía no está preparada para consumir sólo una literatura de corbata y café. Si le damos la vuelta a la tortilla y buscamos lo que más se vende, escrito por españoles, nos encontramos con una predilección por la novela histórica, aunque tal como apunta el artículo, muchos de los lectores, paradójicamente, buscan en esa vía de escape un posible reflejo de la actualidad y de los signos vitales que nos rodean.
La novela negra también tiene mucho de denuncia social y los exigentes lectores no sólo quieren una historia en la que el detective encuentre al asesino, sino que buscan un retrato que exhiba sin pudor las miserias y el oscurantismo de nuestra sociedad. Hemos pasado del punto de vista aséptico de una novela con fuertes matices negros, a una novela social en la que la corrupción y la visión de una cosgomonía que conocemos de inicio prima sobre todo lo demás.
Permítanme, además, resaltar la clasificación de literatura española contemporánea que señala Ricardo Sanabre en su artículo:
Porque hay dos historias posibles, o, si se prefiere, dos panoramas, resultantes de enfoques diferentes. Si se atiende a la lista de los libros más vendidos –esos top ten de la letra impresa–, a las apariciones televisivas o radiofónicas de ciertos autores, al número ingente y a todas luces excesivo de premios literarios dotados con cantidades planetarias que recaen siempre, indefectiblemente, en obras extraordinarias, imprescindibles, seleccionadas por jurados solventes entre centenares de originales meritorios (y esto incluye a los desorientadores premios concedidos a obras ya publicadas); si se acogen, en suma, todas las sutiles formas de publicidad que actúan sobre el desprevenido lector, nos hallamos en una especie de Siglo de Oro de la novela. Con esta historia, con este panorama optimista y triunfal, se podría hacer lo mismo que hizo el gran Luciano de Samosata al publicar en el siglo II su Historia verdadera: anteponerle un prólogo para confesar paladinamente que, a pesar del título dado a su obra, nada de lo que ella se contaba era cierto. Ésta era la única verdad del libro.
La otra perspectiva, muy diferente, surge de la lectura directa de las obras, hecha sin lentes de aumento, sin dejarse impresionar por las reseñas –a menudo complacientes en exceso–, por los premios o por cualquier forma de publicidad. En este caso, el paisaje es menos brillante y luminoso, pero más cercano a la realidad, y no necesita de prólogo admonitorio alguno. Frente a un panorama embellecido, los hechos erigen ante nosotros otro más modesto –pero en absoluto desdeñable– que se impone. Es un paisaje en el que predomina una planicie seca y monótona, donde surgen de vez en cuando, sin demasiada continuidad, inesperadas elevaciones del terreno. […] Y, entre esas elevaciones súbitas que rompen la monotonía de una llanura austera y sin relieves, cabe citar algunas obras aisladas de autores que se han prodigado poco y cuya trayectoria es aún imposible adivinar, al menos en el terreno de la narrativa.
Creo que ambos artículos realizan una radiografía aproximada (no perfecta) de los textos que hoy en día preocupan más a los lectores españoles. Está claro que nos encontramos, una vez más, ante una visión generalista que no se detiene a contemplar la minuciosidad del mercado, pero tengamos claro que los pequeños detalles tienden a perderse y a desaparecer en una sociedad tan cambiante como la nuestra. La literatura de hoy ya no tiene nada que ver con la del pasado. Viene impuesta por un público exigente que busca espejos y reflejos del mundo cotidiano y aún en la aventura más exótica o en el paraje más apartado (geográfica o históricamente) busca señas de identidad de un mundo que ya conoce o de situaciones que pertenecen a su entorno social.
Es cierto que vivimos en una edad dorada literaria, pero es una edad dorada mediatizada y explotada hasta el infinito, definida por mesas de novedades saturadas de novelas destinadas a pasar desapercibidas y títulos con un semblante argumental en ocasiones idénticos.
Y los indicios es que todo esto va a cambiar aún más en los próximos años, que las exigencias van a ser mayores y el desgaste de autor se va a producir más rápido. La literatura que viene deber ser más potente que la que hay hoy. Las exigencias editoriales obligan al autor español a competir con el autor extranjero con menos medios, con menos armas y en una desigualdad de condiciones casi aberrante. Y aun así competimos y nos estrellamos, pero el mercado en épocas de crisis también nos hace ver que el autor español siempre es más rentable que el anglosajón o, cuanto menos, que el autor de origen patrio puede dar más dividendos que una firma extranjera anónima.
Novela extranjera. Cambio de signo. Artículo de Germán Gullón.
Novela española. Mirando hacia atrás. Artículo de Ricardo Senabre.
4 comentarios:
Eso es verdad: la gente va a una literatura de corte best seller. Pero a la vez gente como Javier Marías, Ray Loriga, Montero Glez, Agustín Ferdández Mallo, Juan José Millás son mayoritarios y tienen gran éxito. ¿Una conclusión? Que por suerte sigue habiendo espacio para todo, pese a que el rollo best seller mande.
JM
Es que la línea entre el best-seller y la novela superventas cada vez es más estrecha. Más que nada, porque el best-seller se está convirtiendo en una referencia para muchos autores.
El best-seller es fácil de leer, divertido y comercial. Si tú le pones una nota de calidad, puedes darle incluso un halo de literatura cuidada que puede derivar en la novela del nuevo siglo.
Hay un problema muy gordo de divorcio entre crítica y best seller.
Los generadores de tendencia crítica (babelias, etc...) van por un lado, el mercado (y las editoriales) por otro. Ambos espectros deberían buscar puntos en común. El problema es (amen de mamoneos) que para unos, la calidad literaria es un factor per se apuntalado en la perfección formal, la profundidad de códigos culturales y la innovación. Esto es así porque durante muchos años no hubo literatura popular, sólo leían los exquisitos, y en una pequeña parte sigue siendo así.
Para el editor (amen de mamoneos), la calidad literaria es cumplir las expectativas del señor que paga por el libro, sea de fantasía o de divulgación lógica-matemática.
Sí, pero luego hay una diferencia abismal entre los que crean tendencia (gafapasterismo recalcitrante) o tratan de crearla y los que realmente dinamizan el mercado (compradores de libros) y no todo lo mediático vende o lo que es lo mismo: hay muchos autores que pasan desapercibidos para los grandes medios de comunicación y luego son auténticas máquinas de vender libros. Y a la hora de la verdad, por mucha babelia o crítica exquisita que se quiera hacer, lo que prima son las ventas porque estamos ante un negocio.
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