En la conferencia de Huesca sobre mecanismos del terror, David Jasso sembró el germen de una pequeña inquietud a la que llevo dándole vueltas desde entonces y que viene a colación de la entrada del vampiro del otro día. No sé si estaréis muy de acuerdo conmigo, pero es algo que creo percibir en las películas y en los libros de terror (sobre todo con un marcado toque comercial) que acaparan las grandes salas cinematrográficas y las estanterías de las principales librerías.
El señor Jasso expuso soberbiamente, al menos para mí, que el 11 de septiembre de 2001 cambió nuestra forma de percibir el miedo. Todos los terrores que antaño nos inquietaban pasaron a un segundo orden y prevaleció el terror a lo “real”. Un terror físico, palpable, que puede aguardarte a la vuelta de la esquina y no tiene nada que ver con lo sobrenatural.
Si echamos un rápido vistazo por las mesas de novedades, nos damos cuenta de que el terror sobrenatural se concentra en la familia King (Stephen, Joe y Tabita) y, de vez en cuando, en autores muy concretos que asoman un poco el morro para hacer un fugaz escarceo. Por otro lado, las películas como Saw se convierten en fenómenos de masas que superan a otros films como Reflejos o La Niebla. Vale, tampoco vamos a generalizar y quizás en el cine ese fenómeno de terror “real” no sea tan agudo como en la literatura. Sin embargo, sí que vemos un fenómeno curioso: que el monstruo tiende a humanizarse. Que el fenómeno sobrenatural debe esconder una moraleja en vez de un asesino en serie con pocos escrúpulos. Es decir, démosle una explicación a lo inexplicable. Ya es algo que he tratado en este blog: fantasmas buenos, espectros con mensaje (ejemplos claros son los de Góthika de Mathieu Kassovitz, el Sexto sentido de Shyamalan, El último escalón de David Koepp o la reciente El orfanato, de Antonio Bayona). Si a todo esto le sumamos la imparable ola de vampiros románticos, nos encontramos con una moda en la que el terror más extraño, incómodo o paranormal, llámenlo como quieran, se viste con trajecito rosa y se vuelve modosito.
Si volvemos al mensaje que lanzó mi querido David Jasso en Huesca, aquello de que el terror real se impone sobre el terror paranormal, y nos damos cuenta de que una parte de nuestra sociedad disfruta edulcorando a nuestros monstruos más legendarios (¿Qué será lo próximo? ¿Zombis podridos a los que todavía les queda una pizca de amor en el corazón? ¿Una saga de alienígenas xenoformes que han heredado las capulladas casposas de E.T.?), algunos convendrán conmigo que vivimos en una sociedad esquizofrénica, puede que, incluso, en una sociedad cínica en la que ya no podemos despegarnos de la realidad y que necesitamos de psicópatas, veteranos nazis y pederastas para sentir verdadero miedo. Suena escalofriante, ¿verdad? El grado de civilización que hemos alcanzado nos ha convertido en autómatas esquizofrénicos con carencias de diván.
Y si encima, para más inri, necesitamos burlarnos, desacreditar o rebajar aquello que antiguamente nos daba miedo (fantasmas, vampiros y monstruos), podríamos llegar a la conclusión de que estamos tan acomplejados que hemos preferido quedarnos con nuestros terrores mundanos a seguir desarrollando un género ancestral (tengamos siempre presente que sobrenatural casi podría ser un sinónimo del pasado) por temor a lo que pudiéramos desatar o a lo que pudiéramos ver en una gran pantalla.
Vivimos acomplejados. El terror cada vez es menos una válvula de escape para la tensión diaria y más un látigo con el que golpearnos como masocas. Deseamos explicar lo inexplicar, en vez de seguir ahondando hacia ese abismo insondable que hizo tan popular Lovecraft. El otro día, releyendo Las montañas de la locura, cuando los dos protagonistas llegan a la ciudad de los Antiguos y deciden seguir adentrándose en los laberintos y galerías de la urbe, no pude evitar preguntarme: ¿de verdad, nosotros, ahora mismo, obedeceríamos al instinto del explorador voraz que antepone la curiosidad al miedo? ¿O huiríamos con el rabo entre las piernas?
Querer explicar lo inexplicable no es bueno… no debe serlo. Lo oculto mola porque está oculto. Si derramamos una luz o queremos ridiculizarlo o menospreciarlo —a veces no de manera instintiva— estamos queriendo ridiculizar la raíz de nuestras propias obsesiones, de nuestros propios miedos. Sólo un incauto se bajaría de un jeep en pleno safari, rodeado de leones. Sólo un incauto ridiculizaría aquello que debería ser sagrado y que forma parte de nuestro subconsciente: el respeto a lo que no comprendemos. Quizás, algún día, nuestra sociedad se quite complejos de encima, o puede que seamos menos miedosos, y estemos preparados, otra vez, para caminar por la senda de lo paranormal, mientras tanto no nos quedará más remedio que seguir caminando con vampiros románticos y fantasmas con moraleja. En fin, así es la vida.
El señor Jasso expuso soberbiamente, al menos para mí, que el 11 de septiembre de 2001 cambió nuestra forma de percibir el miedo. Todos los terrores que antaño nos inquietaban pasaron a un segundo orden y prevaleció el terror a lo “real”. Un terror físico, palpable, que puede aguardarte a la vuelta de la esquina y no tiene nada que ver con lo sobrenatural.
Si echamos un rápido vistazo por las mesas de novedades, nos damos cuenta de que el terror sobrenatural se concentra en la familia King (Stephen, Joe y Tabita) y, de vez en cuando, en autores muy concretos que asoman un poco el morro para hacer un fugaz escarceo. Por otro lado, las películas como Saw se convierten en fenómenos de masas que superan a otros films como Reflejos o La Niebla. Vale, tampoco vamos a generalizar y quizás en el cine ese fenómeno de terror “real” no sea tan agudo como en la literatura. Sin embargo, sí que vemos un fenómeno curioso: que el monstruo tiende a humanizarse. Que el fenómeno sobrenatural debe esconder una moraleja en vez de un asesino en serie con pocos escrúpulos. Es decir, démosle una explicación a lo inexplicable. Ya es algo que he tratado en este blog: fantasmas buenos, espectros con mensaje (ejemplos claros son los de Góthika de Mathieu Kassovitz, el Sexto sentido de Shyamalan, El último escalón de David Koepp o la reciente El orfanato, de Antonio Bayona). Si a todo esto le sumamos la imparable ola de vampiros románticos, nos encontramos con una moda en la que el terror más extraño, incómodo o paranormal, llámenlo como quieran, se viste con trajecito rosa y se vuelve modosito.
Si volvemos al mensaje que lanzó mi querido David Jasso en Huesca, aquello de que el terror real se impone sobre el terror paranormal, y nos damos cuenta de que una parte de nuestra sociedad disfruta edulcorando a nuestros monstruos más legendarios (¿Qué será lo próximo? ¿Zombis podridos a los que todavía les queda una pizca de amor en el corazón? ¿Una saga de alienígenas xenoformes que han heredado las capulladas casposas de E.T.?), algunos convendrán conmigo que vivimos en una sociedad esquizofrénica, puede que, incluso, en una sociedad cínica en la que ya no podemos despegarnos de la realidad y que necesitamos de psicópatas, veteranos nazis y pederastas para sentir verdadero miedo. Suena escalofriante, ¿verdad? El grado de civilización que hemos alcanzado nos ha convertido en autómatas esquizofrénicos con carencias de diván.
Y si encima, para más inri, necesitamos burlarnos, desacreditar o rebajar aquello que antiguamente nos daba miedo (fantasmas, vampiros y monstruos), podríamos llegar a la conclusión de que estamos tan acomplejados que hemos preferido quedarnos con nuestros terrores mundanos a seguir desarrollando un género ancestral (tengamos siempre presente que sobrenatural casi podría ser un sinónimo del pasado) por temor a lo que pudiéramos desatar o a lo que pudiéramos ver en una gran pantalla.
Vivimos acomplejados. El terror cada vez es menos una válvula de escape para la tensión diaria y más un látigo con el que golpearnos como masocas. Deseamos explicar lo inexplicar, en vez de seguir ahondando hacia ese abismo insondable que hizo tan popular Lovecraft. El otro día, releyendo Las montañas de la locura, cuando los dos protagonistas llegan a la ciudad de los Antiguos y deciden seguir adentrándose en los laberintos y galerías de la urbe, no pude evitar preguntarme: ¿de verdad, nosotros, ahora mismo, obedeceríamos al instinto del explorador voraz que antepone la curiosidad al miedo? ¿O huiríamos con el rabo entre las piernas?
Querer explicar lo inexplicable no es bueno… no debe serlo. Lo oculto mola porque está oculto. Si derramamos una luz o queremos ridiculizarlo o menospreciarlo —a veces no de manera instintiva— estamos queriendo ridiculizar la raíz de nuestras propias obsesiones, de nuestros propios miedos. Sólo un incauto se bajaría de un jeep en pleno safari, rodeado de leones. Sólo un incauto ridiculizaría aquello que debería ser sagrado y que forma parte de nuestro subconsciente: el respeto a lo que no comprendemos. Quizás, algún día, nuestra sociedad se quite complejos de encima, o puede que seamos menos miedosos, y estemos preparados, otra vez, para caminar por la senda de lo paranormal, mientras tanto no nos quedará más remedio que seguir caminando con vampiros románticos y fantasmas con moraleja. En fin, así es la vida.
8 comentarios:
Nunca ha existido un monstruo sin moraleja, empezando por el primero, el de Mary Shelley (un zombie podrido con amor en el corazón). Todas las historias nos dicen quién debe pagar y por qué, hasta los videojuegos tienen su ética, y eso no es malo (Lovecraft es un caso atípico e irrepetible).
Lo que pasa es que hay mensajes tontorrones y mensajes inteligentes, moralejas muy infantiles y reflexiones más complejas. No es lo mismo El sexto sentido que Crepúsculo.
Y la búsqueda de explicación y sentido en el horror ficticio tiene mucho que ver, seguramente, con la falta de sentido y lógica en el horror real que comenzó el 9/11, ya que lo menciona Jasso. La literatura está para hurgar en las heridas y para intentar curarlas, también; incluso la literatura de monstruos.
Lo otro es pura estética gótica.
No estoy de acuerdo, existen muchas historias (dentro y fuera de la literatura) en la que el monstruo es monstruo y no es moralizante, sin ir más lejos las criaturas de aliens, o los seres que creaban muchos de los autores de principio del siglo XX, como Lovecraft. No creo que el objetivo primario del monstruo sea el de dar una lección moral, sino el de causar miedo e inquietud.
Tú has puesto el ejemplo más visual de todos: Frankenstein, el moderno prometeo. Ese tipo de literatura existe y, desde luego, yo no la quiero obviar en absoluto.
Pero si nos vamos a la literatura comercial, la que se vende ahora mismo en España, el monstruo, como tal, ha desaparecido y queda relegado a pequeñas editoriales muy románticas y de pequeñas tiradas. Sólo perduran los clásicos y las reediciones. La novela de género de terror con monstruos está en vías de extinción o está completamente adulterada.
Para ser un malo malísimo, la condición de posibilidad (entre otras) es que tus valores éticos sean antitéticos a los normalmente establecidos.
Buena parte de los monstruos míticos se inspiran en el folclorismo, el lobis home, vampiros, el hombre del saco... muertos en vida, el dragón... el diablo... las brujas... criaturas surgidas en las noches a la vera del fuego y en las que el “malo” es la subversión de los valores éticos en buena medida cristianos de aquella sociedad. Es decir, eran malos porque participaban de una filosofía demoníaca.
Los valores éticos contemporáneos son algo diferentes así que la subversión tiene otras manifestaciones. Jaso lleva mucha razón cuando dice que en el 11S toman cuerpo los miedos contemporaneos de una forma arquetípica –el secuestro de aviones, el terrorista fanático religioso, el coloso en llamas, la megalopolis espléndida sumida en el caos, el arranque de una guerra mundial (bastante absurda)-
Hoy la filosofía demoniaca son, entre otras, el terrorista y sádico, su maldad es puramente terrenal, el terrorista obra por fanatismo y el sádico por darse el gusto, en coherencia con lo que la conciencia contemporánea considera sus antipodas éticas.
Perdonad la intervención de marcado tono gafapasta. De lo que si estoy seguro es que no hay un solo factor explicativo, sino una suma de varios.
Un tema realmente apasionante.
El monstruo no aporta la carga moralizante directamente (sólo busca comer cerebros, beber sangre, etc), su función es (además de dar miedo) ser el catalizador de dilemas (de supervivencia, pero también éticos) entre las personas a su alrededor, sus potenciales víctimas, como sucede en Alien, La cosa, La niebla, It...
La miga metafórica de estas historias está en cómo nos debemos relacionar con el Otro amenazante. Suena muy gafapastero, es verdad, y al final creo que todo es cuestión de gustos, pero yo sí creo que son superiores (más serias, más profundas, más adultas, cualquiera de estos antipáticos epítetos puede servir) las historias con más de una lectura que el puro entretenimiento. Y ojo, una cosa no quita la otra.
La cuestión es decidir si queremos hacer pirotecnia gore y eficaz como Rec o Cell, o preferimos tomarnos en serio a nuestros personajes y "aburrir" un poco al espectador/lector con algo más de profundidad, como en Los sin nombre o El resplandor (por citar a los mismos autores).
Muy chulo el debate que has propuesto, Ismael: “queremos hacer pirotecnia gore y eficaz […] o preferimos tomarnos en serio a nuestros personajes y "aburrir" un poco al espectador/lector con algo más de profundidad […].”
Yo creo que la base principal del autor, quiera o no construir una historia “sensata”, es la de tomarse en serio a sus personajes. Si no lo hace, fracasará la novela. La historia es importante, desde luego, pero el verdadero vínculo entre el autor y el lector es el personaje. Pero volviendo al género de terror, que es el tema que nos llevamos entre manos, creo que el escritor debe ser lo suficientemente discreto y perspicaz para dosificar la semilla de la moralina en la historia sin que sea perceptiva. Es decir, que el lector desinteresado no la capte y el lector sesudo, el lector gafa pasta, sí que de con ella. Es más, yo tengo la teoría (muy personal, eso sí) que muchas lecturas que se han sacado de las grandes obras de la literatura han sido a expensas del propio autor y promovidas e, incluso, alimentadas por los propios fans. Esta claro que hay libros que justifican esa leyenda, pero otros están sobrevalorados.
Sea como sea, si te fijas, Ismael, todas las historias que te apasionan o te hacen disfrutar durante su lectura, pueden transmitir una moraleja: desde la destrucción de los valores del ser humano, hasta los peligros que pueden traer consigo el progreso. Todo depende de la intensidad con la que has vivido el libro y los lazos emotivos que te unen a él. Como dice el refrán: Hay veces que no hay más ciego que el que no quiere ver o, en este caso, hay más visionario que el quiere ver.
En ocasiones, esa miga metafórica, ni siquiera se establece con el monstruo, cuyo único objetivo sigue siendo el de asustar, sino con el entorno (como en el caso de Esfera de Michael Crichton o Horizonte final de Paul Anderson) o con el ambiente real que envuelve al personaje, como los lazos de amistad que se establecen en It o en cualquiera de las novelas rurales de King.
Puestos a debatir, quizás y solo quizás, deberíamos enfocar el debate desde un punto de vista distinto. ¿Por qué, a raíz del 11-S, ha cambiado nuestra forma de percibir el miedo hacia una perspectiva más “real”? ¿Realmente el mundo es ahora un lugar más violento o peligroso que hace cincuenta años? Lamentablemente no. En los países occidentales vivimos en un mundo mucho menos violento que el que vivieron nuestros abuelos. Básicamente, en las últimas cuatro o cinco décadas, las sociedades occidentales han alejado el fantasma de la muerte de sus vidas. Hemos creado sociedades donde la muerte o la vejez quedan en segundo plano. Antes la gente moría en sus casas, se velaban los cadáveres en familia. Éramos más conscientes de que la muerte en todas sus facetas (ya fuera esta natural o violenta). Aceptábamos que la violencia y el dolor y la muerte que esta conlleva, eran algo real con lo que se convivía. En ese panorama el miedo a lo “irreal” o lo “intangible”, a las figuras nacidas de leyendas o pesadillas, era mucho más natural. Al igual que las fronteras entre los conceptos de bien y mal eran mucho más precisas que en la actualidad.
Sin embargo, en nuestras sociedad, mucho más “blanda” que las de antaño, el golpe psicológico del 11-S ha sido un brusco despertar de un largo sueño. Y ese despertar ha despertado este miedo a lo real, dejando en segundo plano esas figuras míticas que en su día nos inspiraron terror. En un mundo donde el “buenismo” barato se ha impuesto sobre cualquier otro valor, la simple idea de que un individuo sea capaz arrancarnos de un zarpazo de nuestras seguras y confortables vidas, incluso a cambio de sacrificar la propia, en pos de cualquier ideal o cualquier credo, nos produce tal pavor que esas figuras legendarias o bien nos producen risa, o bien necesitamos dotarlas de unos parámetros humanos que nos las hagan más soportables. Demasiado tenemos ya con los monstruos reales como para encima añadirles los irreales.
Los mecanismos psicológicos del miedo siguen siendo los mismos, pero las figuras que los inspiran han cambiado en un largo proceso de varias décadas de molicie.
En fin, con toda humildad, creo que este es un punto de vista que se debería tener en cuenta.
Y ten en cuenta que los medios de comunicación han alimentado esas fobias que constriñen a las sociedades occidentales. Todavía recuerdo con una sonrisa el documental “Bowling for Columbine” en el que salía el señor Moore en la frontera entre EEUU y Canadá y mostraba las costumbres nocturnas de ambos países separados tan sólo por unos cuantos kilómentros. Mientras que los yanquis eran incapaces de irse al catre sin echar cuarenta pestillos y cuarenta cerrojos, los canadienses ni se molestaban en cerrar las puertas pues entre ellos existía un halo de confianza y seguridad. Mientras que las televisiones norteamericanas escupían noticias ininterrumpidas de muertes, asesinatos y guerras, las canadienses hacían documentales de naturaleza y culebrones. Y la amenaza era exactamente la misma.
Nuestra sociedad vive un poco trastornada. Sí, la amenaza existe, pero… ¿quién no se ha subido alguna vez a casa sin echar el seguro al coche o dejándose la ventanilla bajada y al día siguiente se lo ha encontrado igual? El peligro existe, desde luego, pero algunas veces vivimos demasiado pendientes de él y nos acompleja la vida demasiado :-s
Tú lo has dicho, David: lo que importa es crear lazos intensos entre los personajes y el lector. Ahí está todo: la emoción, el entretenimiento y los significados que cada uno saque de la historia.
Por eso es tan difícil escribir bien. Porque emocionar es lo más jodido de todo.
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