—¡Ostras, una Ds! —me dijo Nadia, como si en el bolsa de trabajo de su profesor fuera inconcebible que semejante elemento lúdico pudiera tener cabida.
Inmediatamente se produjo la inevitable reacción de abucheos y desaprobaciones por parte del resto de los ángeles de Charlie.
—¡Ya ves, una Ds de mierda! Es mejor la PSP.
—Y encima es roja, que horterada.
—Pues yo tengo la Wii.
—¡Anda ya! La mejor es la Playstation 3.
Yo miro mi Ds con ternura. No les hagas caso, le digo, lo que pasa es que te tienen envidia.
Lo que no entienden las chicas es que a su profe le gusta optimizar su tiempo, y dado que en casa para poco (y le es un incordio andar cambiando cables y enchufando y desenchufando euroconectores a la tele), prefiere una portátil para jugar un ratillo mientras espera que la novia salga del trabajo o, simplemente, tirarse en la cama y mover el palito sobre la pantalla.
Al final, Nadia estira sus manos hacia mi DS y me la pide.
—¡Yo también tengo una DS! ¡Déjamela!
Se la dejo un rato y sus deditos inocentes comienzan a toquetearla. Saca el cartucho especial para las roms de mis copias de seguridad (¡ojito!), se queda mirándolo como si fuera un artefacto alienígena, lo mete, lo vuelve a sacar, pone en marcha la consola y después acaba llamándome.
—¡Oye, que esto no es un juego! ¿Esto qué es?
Por primera vez la miro con cierto orgullo.
—Esto es una tarjeta de memoria.
—¡Ya lo sé, como en las cámaras de fotos!
—Pues dentro van los juegos que me descargo de Inter… (digo, las copias de seguridad).
Suelto todo eso con cierto aire de autosuficiencia. Dudo que a Moncofa hayan llegado los microprocesadores que permiten cargar roms. Así que, por primera vez, tecnológicamente hablando, voy por delante de esa panda de diminutas tecnoautómatas femeninas.
—¡David! Que dice Nadia que ha metido su tarjeta de memoria en su ordenador —me dice Marc, el chico del pendiente, al cabo de un rato.
Esta vez soy yo el que se queda mirándola como si fuera una extraterrestre.
—¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo?
—¿Se puede arreglar? —me pregunta Nadia—. Es que he metido la tarjeta de memoria en la disquetera y ahora no sale.
—Tú estás loca.
—Sí, pero puedo sacarla.
—¿Pero cómo vas a sacar la tarjeta de memoria de la disquetera? Te va a tocar tirarla y comprarte otra.
—No, que sí que sale. Es una de las disqueteras de las grandes.
Trato de hacer memoria de cuando me daban clases de informática en el instituto y recuerdo que sólo existen dos clases de disqueteras: las de 5 y un cuarto y las de 3 y medio. Y las de 5 y un cuarto pertenecen al paleolítico.
—No existen disqueteras de las grandes —replico tras esa pequeña reflexión.
—Sí, son esas disqueteras para discos negros.
Ya no digo nada más. Prefiero omitir cualquier tipo de comentario. Sin embargo, sigo observando como los deditos de Nadia continúan manipulando mi DS, dejando sus huellas dactilares en la superficie roja, dándole vueltas y más vueltas. Esos mismos deditos inocentes que han sido capaces de empotrar una tarjeta de memoria en una disquetera.
Un escalofrío recorre mi espalda.
—Devuélveme mi DS —le insto de forma tajante e inapelable.
Inmediatamente se produjo la inevitable reacción de abucheos y desaprobaciones por parte del resto de los ángeles de Charlie.
—¡Ya ves, una Ds de mierda! Es mejor la PSP.
—Y encima es roja, que horterada.
—Pues yo tengo la Wii.
—¡Anda ya! La mejor es la Playstation 3.
Yo miro mi Ds con ternura. No les hagas caso, le digo, lo que pasa es que te tienen envidia.
Lo que no entienden las chicas es que a su profe le gusta optimizar su tiempo, y dado que en casa para poco (y le es un incordio andar cambiando cables y enchufando y desenchufando euroconectores a la tele), prefiere una portátil para jugar un ratillo mientras espera que la novia salga del trabajo o, simplemente, tirarse en la cama y mover el palito sobre la pantalla.
Al final, Nadia estira sus manos hacia mi DS y me la pide.
—¡Yo también tengo una DS! ¡Déjamela!
Se la dejo un rato y sus deditos inocentes comienzan a toquetearla. Saca el cartucho especial para las roms de mis copias de seguridad (¡ojito!), se queda mirándolo como si fuera un artefacto alienígena, lo mete, lo vuelve a sacar, pone en marcha la consola y después acaba llamándome.
—¡Oye, que esto no es un juego! ¿Esto qué es?
Por primera vez la miro con cierto orgullo.
—Esto es una tarjeta de memoria.
—¡Ya lo sé, como en las cámaras de fotos!
—Pues dentro van los juegos que me descargo de Inter… (digo, las copias de seguridad).
Suelto todo eso con cierto aire de autosuficiencia. Dudo que a Moncofa hayan llegado los microprocesadores que permiten cargar roms. Así que, por primera vez, tecnológicamente hablando, voy por delante de esa panda de diminutas tecnoautómatas femeninas.
—¡David! Que dice Nadia que ha metido su tarjeta de memoria en su ordenador —me dice Marc, el chico del pendiente, al cabo de un rato.
Esta vez soy yo el que se queda mirándola como si fuera una extraterrestre.
—¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo?
—¿Se puede arreglar? —me pregunta Nadia—. Es que he metido la tarjeta de memoria en la disquetera y ahora no sale.
—Tú estás loca.
—Sí, pero puedo sacarla.
—¿Pero cómo vas a sacar la tarjeta de memoria de la disquetera? Te va a tocar tirarla y comprarte otra.
—No, que sí que sale. Es una de las disqueteras de las grandes.
Trato de hacer memoria de cuando me daban clases de informática en el instituto y recuerdo que sólo existen dos clases de disqueteras: las de 5 y un cuarto y las de 3 y medio. Y las de 5 y un cuarto pertenecen al paleolítico.
—No existen disqueteras de las grandes —replico tras esa pequeña reflexión.
—Sí, son esas disqueteras para discos negros.
Ya no digo nada más. Prefiero omitir cualquier tipo de comentario. Sin embargo, sigo observando como los deditos de Nadia continúan manipulando mi DS, dejando sus huellas dactilares en la superficie roja, dándole vueltas y más vueltas. Esos mismos deditos inocentes que han sido capaces de empotrar una tarjeta de memoria en una disquetera.
Un escalofrío recorre mi espalda.
—Devuélveme mi DS —le insto de forma tajante e inapelable.
7 comentarios:
jejeje... que graciosos son los puñeteros...
Demonios con cara de ángel.
Pues yo tengo encajado en el Radiocassete* del Punto un cassete de jotas... Desde 2004, aprox.
*Creo que fue el último Punto vendido con radiocassete... Cosas de la extremada rareza de mi discografía
hola David...siento contradecirte y afirmar que a Moncofa han llegado los cartuchitos de memoria en los que puedes hacer "copias de seguridad"...je,je....pues sin ir más lejos yo tengo uno....pero sí, tienes razón, los nanos flipan bastante...que si les regalan bulldogs franceses, que si psp's...saluditos
Sí, lo del bulldog francés también es fliplante, Toni jajajaja.
Joder, si llego a saber que en Moncofa vendían el cartuchito no me recorro toda Valencia buscándolo!!!
Sólo te diré una cosa, David: "Hotel Dusk". A ver cuánto tardas en querer "escribir" un juego en lugar de una novela, aunque sólo sea por probar...
Mmmmm... ya me has picado la curiosidad, Marc. Voy a buscarlo.
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