En el taller literario de Moncofa estamos preparando un guión de teatro para representar una obrilla en el pueblo… o al menos estamos intentándolo. Comenzamos a trabajar en el mes de diciembre y, de momento, hemos logrado rellenar algo más de seis minutos… todos hablados, eso sí. Teniendo en cuenta que nuestra intención inicial era llegar a la hora y media, creo que vamos para rato.
Estamos realizando la enésima versión de la Cenicienta, aunque adaptándola a los tiempos modernos. Es decir, un reputado jugador de póker que se queda viudo y acaba casándose en segundas nupcias con una abogada que tiene dos hijas. Nuestra cenicienta, Pili Póker, horrorizada ante la perspectiva de tener que rehacer su vida en el seno de una nueva familia a la que odia, hace las maletas y comienza a labrarse un futuro haciendo la única cosa que se la da bien: jugar a póker.
La vida de Pili Póker es un drama urbano localizado en la bonita población de Moncofa. Es una historia en la que hay muchas lecciones morales y una gran carga emocional que no dejará indiferente a nadie del público.
Hay muchos factores por los que la obra va tan retrasada. El más importante es que cada día se apunta un chaval, o varios chavales nuevos, y entonces hay que parar máquinas, reexplicar toda la obra (que cuesta un montón) y ser sumamente explícitos con los detalles. No sé si antes he dicho ya que la vida de Pili Póker es una historia con muchísimas lecciones morales y una gran carga emocional que no dejará a nadie indiferente, así que imaginad lo complicado que es relatar la obrita al nuevo y que sea capaz de asumir la cantidad de matices y situaciones que comporta un trabajo de semejante envergadura.
El caso es que ya tenemos diez chavales en el taller (o tendría que decir chavalas, porque son todo niñas y un pobre niño con pendiente), y un par que van y vienen cuando pueden. Yo llamo al grupo los ángeles de Charlie moncofitas, porque las chicas le ponen mucha ilusión y son bastante buenas (cuando se lo proponen y no piensan en música maquinera). Las mayores, preadolescentes en potencia, son terribles. Viven enganchadas a un móvil. Es más, pienso que la niña, en realidad, es la extensión del dichoso cacharro y es el móvil el que controla a la niña. Ahora les ha dado por amenizar las sesiones del taller con música maquinera (sí, sí, ese tipo de música que acaba una canción y comienza la otra y no sabes en qué momento ha sucedido), dicen que les ayuda a concentrarse y que les inspira. Ya, yo pienso lo mismo que vosotros, pero como los coloco en grupos, a las mayores las pongo un poco más apartadas y así mi cabeza no padece las inclemencias maquineras de los móviles.
Luego está el grupo de las chicas que cursan sexto de primaria. Las mayores del cole. La verdad es que es sorprendente la responsabilidad y la capacidad de sacrificio que llegan a asumir las medianas. A estas chicas las dejas solas y trabajan a destajo, además implicándose cien por cien en la obra. A veces me da pena porque la clase te obliga a poner la vista en las mayores o en las más pequeñas, pues les cuesta más (o tienes que estar peleándote con ellas para que dejen de hablar de amoríos), y las dejas un poco de lado. Pero creo que hay dos peque-escritoras en potencia: una con muchísimo talento y otra que a base de constancia puede conseguir cualquier cosa que se proponga.
Por cierto, ayer una de estas niñas, que andaba con la oreja puesta en la música maquinera de las mayores, me dijo que la canción que estaba sonando molaba mogollón y que ella también la tenía en su móvil (móvil, que gracias a Dios, estaba bien guardadito en casa). Yo puse cara de póker. Todas las canciones maquineras me suenan igual. Me es imposible distinguir una de otra pues los ruidos siempre son los mismos: repetitivos y machacones.
Y luego están las peques, que son las de cuarto. Son un poco más república independiente. El grupo de peque-angelitos de Charlie se formó ayer mismo, así que las estoy probando antes de meterlas en la dinámica de la obra. A ver qué tal funcionan entre ellas y cómo desarrollan los diálogos. Si logro que los otros dos grupos se independicen y comiencen a funcionar a pleno rendimiento, probablemente me incorpore a las pequeñas para echarles una mano y que su parte de obra no desentone de las otras.
Esta entrada probablemente continuará en próximas entregas, porque este taller tiene tela.
Estamos realizando la enésima versión de la Cenicienta, aunque adaptándola a los tiempos modernos. Es decir, un reputado jugador de póker que se queda viudo y acaba casándose en segundas nupcias con una abogada que tiene dos hijas. Nuestra cenicienta, Pili Póker, horrorizada ante la perspectiva de tener que rehacer su vida en el seno de una nueva familia a la que odia, hace las maletas y comienza a labrarse un futuro haciendo la única cosa que se la da bien: jugar a póker.
La vida de Pili Póker es un drama urbano localizado en la bonita población de Moncofa. Es una historia en la que hay muchas lecciones morales y una gran carga emocional que no dejará indiferente a nadie del público.
Hay muchos factores por los que la obra va tan retrasada. El más importante es que cada día se apunta un chaval, o varios chavales nuevos, y entonces hay que parar máquinas, reexplicar toda la obra (que cuesta un montón) y ser sumamente explícitos con los detalles. No sé si antes he dicho ya que la vida de Pili Póker es una historia con muchísimas lecciones morales y una gran carga emocional que no dejará a nadie indiferente, así que imaginad lo complicado que es relatar la obrita al nuevo y que sea capaz de asumir la cantidad de matices y situaciones que comporta un trabajo de semejante envergadura.
El caso es que ya tenemos diez chavales en el taller (o tendría que decir chavalas, porque son todo niñas y un pobre niño con pendiente), y un par que van y vienen cuando pueden. Yo llamo al grupo los ángeles de Charlie moncofitas, porque las chicas le ponen mucha ilusión y son bastante buenas (cuando se lo proponen y no piensan en música maquinera). Las mayores, preadolescentes en potencia, son terribles. Viven enganchadas a un móvil. Es más, pienso que la niña, en realidad, es la extensión del dichoso cacharro y es el móvil el que controla a la niña. Ahora les ha dado por amenizar las sesiones del taller con música maquinera (sí, sí, ese tipo de música que acaba una canción y comienza la otra y no sabes en qué momento ha sucedido), dicen que les ayuda a concentrarse y que les inspira. Ya, yo pienso lo mismo que vosotros, pero como los coloco en grupos, a las mayores las pongo un poco más apartadas y así mi cabeza no padece las inclemencias maquineras de los móviles.
Luego está el grupo de las chicas que cursan sexto de primaria. Las mayores del cole. La verdad es que es sorprendente la responsabilidad y la capacidad de sacrificio que llegan a asumir las medianas. A estas chicas las dejas solas y trabajan a destajo, además implicándose cien por cien en la obra. A veces me da pena porque la clase te obliga a poner la vista en las mayores o en las más pequeñas, pues les cuesta más (o tienes que estar peleándote con ellas para que dejen de hablar de amoríos), y las dejas un poco de lado. Pero creo que hay dos peque-escritoras en potencia: una con muchísimo talento y otra que a base de constancia puede conseguir cualquier cosa que se proponga.
Por cierto, ayer una de estas niñas, que andaba con la oreja puesta en la música maquinera de las mayores, me dijo que la canción que estaba sonando molaba mogollón y que ella también la tenía en su móvil (móvil, que gracias a Dios, estaba bien guardadito en casa). Yo puse cara de póker. Todas las canciones maquineras me suenan igual. Me es imposible distinguir una de otra pues los ruidos siempre son los mismos: repetitivos y machacones.
Y luego están las peques, que son las de cuarto. Son un poco más república independiente. El grupo de peque-angelitos de Charlie se formó ayer mismo, así que las estoy probando antes de meterlas en la dinámica de la obra. A ver qué tal funcionan entre ellas y cómo desarrollan los diálogos. Si logro que los otros dos grupos se independicen y comiencen a funcionar a pleno rendimiento, probablemente me incorpore a las pequeñas para echarles una mano y que su parte de obra no desentone de las otras.
Esta entrada probablemente continuará en próximas entregas, porque este taller tiene tela.
5 comentarios:
A este paso David, vas a terminar como guionista de cine.
Deja, deja, con seguir siendo escritor me conformo.
Ánimo con el taller, David.
En mi pueblo tratamos de llevar a buen puerto una obra de teatro leído y el único que se lo tomaba un poco en serio era yo. Y supuestamente eran adultos que lo hacían por gusto.
En fin, quizás sea el "meninfotisme" que todavía sigue vigente.
Un saludo y enhorabuena por el blog
Eso del meninfotisme es muy de Valencia.
Sí, hombre, que yo también soy "de la terreta" (aunque no se me haya visto el pelo en las quedadas valencianas).
Un saludo, David.
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