Me gusta escribir en el tren. Pero no crean que saco mi portátil y comienzo a aporrear teclas. Ni siquiera tengo portátil. No, que bah. Empleo mi pequeña agenda, mi bolígrafo de los viajes y, mientras observo por la ventanilla, dejo volar mi imaginación.
El tren tiene algo especial, algo diferente a los aviones, a los largos trayectos en carretera. Cuando vas en tren parece que flotes sobre otras vidas: te da tiempo a reflexionar mientras contemplas paisajes que, con las manos en el volante, no llegarías a ver. Es como si la vida cambiara de ritmo y todo se volviera más lento. Hay lugares en el que la vida, para bien o para mal, cambia su «velocidad». La sensación aislante, como si el mundo dejara de palpitar, se hace más poderosa. La naturaleza se adueña de ti. Ves montes, bosques, llanuras interminables a través de ese pequeño marco que es la ventanilla del tren. En ocasiones, incluso, pasas por algún pueblo perdido entre altozanos y distingues a una persona asomada a la ventana de su casa. Entonces te das cuenta de que hay vidas completamente distintas a la tuya; vidas que nada tienen que ver con tu entorno cotidiano. Gente que todavía disfruta del solaz retiro entre montañas. Entonces, cuando el tren pasa frente a su hogar, cuando dos personas diferentes, de mundos opuestos, que van a verse una vez en la vida y ya no van a coincidir más, conectan en un mismo instante, algo despierta en tu subconsciente y te llena de añoranza. Basta un cruce de miradas para que esa carga de nostalgia detone en tu pecho y te haga sentir cosas.
¿Y acaso el oficio del escritor no es plasmar esas mismas cosas en un papel? El tren tiene algo cálido en el ambiente. No llega a la frialdad que rezuman los aviones, en donde los gestos, las conversaciones, los murmullos suelen ser más nerviosos. En el tren hay una penetrante sensación de seguridad que te hace viajar más sereno. Puedes matar las horas viendo una película, leyendo, pero para qué voy a engañarles… a mí lo que me gusta es escribir. En ocasiones comienzo a rellenar hojas en blanco y me salen tres mil, cuatro mil palabras (debo admitir que son largos esquemas o inmundas peroratas carentes de sentido), una cantidad que frente a la frialdad del ordenador cuesta alcanzar. En el tren no existe esa ansiedad espartana que te aferra cuando estás delante del ordenador y te hace pensar: «ahora voy en serio». En el tren divagas, respiras, sonríes, piensas, miras por la ventana, ves otros mundos, y toda esa sensación de placidez acaba volcándose en el papel. Parece que la conexión con esos otros paisajes ignotos, esas miradas cruzadas con extraños que habitan lugares aun más extraños, despiertan vibraciones en tu pecho que te abocan, inexorablemente, a la reflexión.
En un viaje en tren a Barcelona vi a la más hermosa Neferet, alta, huesuda, parapetada tras su ordenador portátil, refugiada tras unas oscuras gafas de sol. Vestía de manera sobria y apretaba los labios al concentrarse. Era la viva imagen de la más exultante solemnidad. En mis frecuentes travesías a Moncofa, extiendo las líneas argumentales de mi próxima novela: juego a ser actor sobre un escenario, sueño con interpretar al Mío Cid a través de los ojos de Guillén de Castro, pongo música pegajosa a los labios de un demente que todavía llora por sus padres, trato de pensar como dos adolescentes que intentan entenderse mutuamente cuando hablan idiomas tan distintos como el día y la noche. En el asiento de un tren, he visto a Hansel traicionando a su hermana por la pasión de una bruja que rabia por vengarse del mundo. En el tren he visto la muerte merodear sobre la cama de un hospital y me ha hecho divagar sobre el sentido de la vida y lo vulnerables que somos ante el capricho de esa mano severa que sostiene las cuerdas de nuestro destino.
Vivimos inmersos en una larga autopista sin final. Nosotros elegimos el nivel de estrés que estamos dispuestos a asumir. Elegimos cómo nos movemos por esa autopista: más rápido, más lento, ordenadamente, de manera audaz, pero hay ocasiones en los que hay que abandonar la autopista por una salida y, como he dicho al principio, flotar sobre ella. Sólo entonces somos conscientes de quienes somos respecto al mundo. Abrimos un paréntesis para la reflexión, para la contemplación, para el pensamiento… y en ese paréntesis, en ese lapso de tiempo en el que todo se detiene y sólo se percibe un murmullo monótono, puedes llegar a encontrar imágenes y pensamientos que, en cualquier otra situación, jamás pasarían por tu cabeza.
Pequeño esquema manuscrito de los diferentes capis de mi próxima novela.
Monólogo de un personaje, en primera persona. Luego lo cambiaré en la novela.
Hago muchos tachones cuando escribo, ¿verdad?
Primeros esbozos de un cuento que estoy escribiendo para la antología NOCTE.
Los escribí ayer mismo en el viaje a Moncofa. De esto al resultado final media un abismo.
10 comentarios:
Bellisima reflexión David. Esos momentos de soledad son los mejores para meditar acerca de todo lo que nos rodea.
A propósito, tienes un caligrafía semejante a la mía.
Un abrazo.
Pues lo siento por ti, porque mi letra es de médico... o peor. Seguro que la tuya será mucho más chula.
Me temo que no. Me dicen lo mismo acerca de mi caligrafía. Bueno, gracias a dios inventaron el ordenador, de lo contrario, nuestros escritos nunca verían la luz.
Has estado muy fino en este artículo. Cualquier tejedor de historias encuentra en el tren un aliado. Yo, por ejemplo, relleno cantidades inmensas de papel con bocetillos que luego aplico a mis historietas.
Por cierto, y en plan cotilla: ¿Qué clase de libreta utilizas? ¿Moleskine?
Pues en realidad no es una libreta. Hace unos meses fui invitado por Roca Editorial a Barcelona y nos dieron una especie de agenda. Me gustó un montón y me dije: a ver en cuanto tiempo la lleno.
Esto me ha sorprendido. Y me gusta :)
Un abrazo,
Elena
Me ha encantado el último párrafo de tu reflexión David, muy evocador, dice mucho de tí...al igual que los manuscritos, una verdadera joya ¿sabes? te parecerá una gilipollez pero para mí la letra de una persona es algo muy íntimo, puedo ver a través de ella, me deja al descubierto mucho, es como si la persona se desnudara y más aún cuando la ofrece así sin más, como hiciste tú aquí.
muchos besotes y a seguir siendo como eres.
Ale, sonrojo al canto :)
Como puedes escribir cosas tan buenas con una letra tan fea? ;-)
Yo soy de los que toman notas y luego las organizan para montar el relato o la novela. Esas notas suelen ser a mano. Pero en los últimos días, con el nacimiento de mi hija, he escrito cuentos y artículos enteros en papel (hacía mucho que no lo hacía). Aunque luego tengas que pasarlo al ordenador, es un placer especial...
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