Tengo la firme intención de acabar esta semana «Noches de sal», siempre y cuando el trabajo me lo permita. Creo que es la semana idónea, sin obligaciones imperiosas que me alejen durante todo el día del ordenador, sin viajes o presentaciones inesperadas (o muy esperadas), con la sensación de que tras un par de semanas de curro desenfrenado, por fin podré tomarme un respiro, volver a esos almuerzos con amigos a los que tengo abandonados, retomar la lectura de manuscritos y libros de viejos colegas, coordinar la selección de cuentos para Historias Asombrosas y compaginar los talleres con la segunda etapa creativa del libro: el montaje definitivo y la corrección sobre el manuscrito bruto.
Sin embargo, este blog se ha convertido en mi diario privado, mi confesionario ante vosotros, la pantalla ambivalente en la que vuelco todas mis inquietudes, y si algo ha provocado «Noches de sal», son precisamente inquietudes, así que necesito definirlas de alguna manera y transmitirlas a todo aquel que quiera escucharlas.
Hoy, para empezar, voy a comentar una sensación que no había tenido nunca antes. En todo el tiempo que llevo escribiendo, y dejando siempre a un lado novelas cortas como «Giovannina esta contigo», «El enigma de Trujillo» o «El susurro del bosque», mi producción literaria se ha basado en sagas inconclusas, llámense «La tierra del dragón» o el inicio de una epopeya que, si Dios quiere, comenzará a publicarse a partir del año que viene. Con «Noches de sal» culmino mi primera novela larga autoconclusiva, que cierra todas las tramas y se despide definitivamente de los personajes. Es decir, casi doscientas veinte mil palabras (¡una novela con chicha!), alrededor de quinientas páginas, y una historia que profundiza más en el factor humano que en la estructura sobrenatural que la envuelve. No me malinterpretéis, es una novela de terror pura, pero en cierto modo bebe mucho de «It», de Stephen King, para mí la obra maestra que define la capacidad evolutiva de los personajes. «It» es un tratado narrativo en toda regla. Un reglamento que todo escritor cuanto menos debería leer alguna vez para entender cómo debe tratarse la psicología de un grupo social.
En «It», la historia sobrenatural existe (¡y vaya si existe!), pero es ambiental, poderosa y sobreviene en ráfagas intermitentes, todo lo contrario de «Cementerio de animales» o «El misterio de Salem’s Lot» en donde el terror se fusiona con la trama y, de alguna manera, supera a sus personajes.
En «Noches de sal» he intentado algo parecido. El terror existe en la trama y va increscendo conforme el libro avanza, pero en todo momento he tratado que el lector empatice con los personajes y éstos se encuentren por encima del factor sobrenatural. En cierto modo, creo que el público actual rechaza las novelas de terror cuando este factor agrede en vez de pasar desapercibido o convivir armónicamente con el resto de los elementos. A la larga, es imposible enterrar el elemento fantástico, sobre todo cuando es tan acusado como en «Noches de sal», y tiene que explotar en las narices del lector. Pero he tratado que esa implosión se demore lo máximo posible y florezca de manera lógica y afinada con el resto de la narración. ¿Dónde nos deja eso? En el elemento principal de la novela: los individuos que la pueblan.
Mientras escribía «Noches de sal» he sentido que los personajes crecían y crecían hasta convertirse en gigantes mastodónticos capaces de aplastarme de un solo pisotón. Creo que los he llegado a reverenciar hasta el punto de tenerles miedo. Los personajes han adquirido una psicología propia, se han hecho independientes del escritor, hasta el punto que me costaba entrar en sus vidas cada vez que me plantaba frente al ordenador y temía que mi intromisión les hiciera actuar de un modo distinto del que ellos hubieran actuado en la misma situación. Sé que suena disparatado, pero es así. He llegado a reverenciar «Noches de sal» y he amado a sus pobladores. Muchos de los momentos que he vivido a lo largo de este año (el fallecimiento de mi suegro por un carcinoma de pulmón, la degeneración natural que conlleva la vejez y que veo reflejada día a día en mis propios padres, la complicidad de un amigo al que aprecias como a tu propio hermano, las sensaciones de todo artista y, sobre todo, la psicología tan compleja y, a la vez, tan apabullante de la mujer) están en «Noches de sal». Y debo reivindicar, una vez más, que no soy un autor al que le guste ver su vida reflejada en los libros que escribe, pero creo que esta vez volcar mis inquietudes en el texto ha provocado que este crezca hasta el punto de convertirse en ese gigante inabordable del que he hablado antes y al que, en ciertos momentos, he llegado a temer.
Por tanto, he sufrido un síndrome de intoxicación de personalidades múltiples que me va a costar romper. Y eso resulta extraño pues, volviendo al principio de esta disertación, siempre he sido un autor de sagas y cada vez que concluía un libro estaba seguro de que, tarde o temprano, iba a volver a retomar a esos personajes (llámense Galen, Akbeth o Ikra). Pero esta vez no va a ser así. Ahora mismo, tengo la sensación de que voy a matar a todos esas sombras influyentes que a lo largo de los últimos meses han seguido mi camino. He levantado una Torre de Babel para volver a hundirla. Sé que es lo que debo hacer, que es lo que conlleva la redacción natural de un libro, pero cuesta muchísimo.
Supongo que el tiempo que transcurra a partir de ahora hasta la ejecución definitiva de la novela, ese periodo que podría determinarse como «el pulido», conlleva una parte de terapia emocional que me irá alejando de la vida de estos seres a los que ahora amo tanto. Pero, hoy por hoy, me siento marcado y creo que estoy muy triste por tener que decir adiós al plantel de «Noches de sal». Pronto comenzará esa terapia de desintoxicación, tanto emocional como racional, pero todavía queda un corto período para disfrutar de la compañía de esas hermosas criaturas que siembran la mente del escritor. Todavía me quedan unos días de «Noches de sal». Y los quiero disfrutar como he disfrutado el resto de la novela: con intensidad e, incluso, obsesión… ¿por qué no?
El final está próximo, pero déjenme respirar unas cuantas palabras más.
Sin embargo, este blog se ha convertido en mi diario privado, mi confesionario ante vosotros, la pantalla ambivalente en la que vuelco todas mis inquietudes, y si algo ha provocado «Noches de sal», son precisamente inquietudes, así que necesito definirlas de alguna manera y transmitirlas a todo aquel que quiera escucharlas.
Hoy, para empezar, voy a comentar una sensación que no había tenido nunca antes. En todo el tiempo que llevo escribiendo, y dejando siempre a un lado novelas cortas como «Giovannina esta contigo», «El enigma de Trujillo» o «El susurro del bosque», mi producción literaria se ha basado en sagas inconclusas, llámense «La tierra del dragón» o el inicio de una epopeya que, si Dios quiere, comenzará a publicarse a partir del año que viene. Con «Noches de sal» culmino mi primera novela larga autoconclusiva, que cierra todas las tramas y se despide definitivamente de los personajes. Es decir, casi doscientas veinte mil palabras (¡una novela con chicha!), alrededor de quinientas páginas, y una historia que profundiza más en el factor humano que en la estructura sobrenatural que la envuelve. No me malinterpretéis, es una novela de terror pura, pero en cierto modo bebe mucho de «It», de Stephen King, para mí la obra maestra que define la capacidad evolutiva de los personajes. «It» es un tratado narrativo en toda regla. Un reglamento que todo escritor cuanto menos debería leer alguna vez para entender cómo debe tratarse la psicología de un grupo social.
En «It», la historia sobrenatural existe (¡y vaya si existe!), pero es ambiental, poderosa y sobreviene en ráfagas intermitentes, todo lo contrario de «Cementerio de animales» o «El misterio de Salem’s Lot» en donde el terror se fusiona con la trama y, de alguna manera, supera a sus personajes.
En «Noches de sal» he intentado algo parecido. El terror existe en la trama y va increscendo conforme el libro avanza, pero en todo momento he tratado que el lector empatice con los personajes y éstos se encuentren por encima del factor sobrenatural. En cierto modo, creo que el público actual rechaza las novelas de terror cuando este factor agrede en vez de pasar desapercibido o convivir armónicamente con el resto de los elementos. A la larga, es imposible enterrar el elemento fantástico, sobre todo cuando es tan acusado como en «Noches de sal», y tiene que explotar en las narices del lector. Pero he tratado que esa implosión se demore lo máximo posible y florezca de manera lógica y afinada con el resto de la narración. ¿Dónde nos deja eso? En el elemento principal de la novela: los individuos que la pueblan.
Mientras escribía «Noches de sal» he sentido que los personajes crecían y crecían hasta convertirse en gigantes mastodónticos capaces de aplastarme de un solo pisotón. Creo que los he llegado a reverenciar hasta el punto de tenerles miedo. Los personajes han adquirido una psicología propia, se han hecho independientes del escritor, hasta el punto que me costaba entrar en sus vidas cada vez que me plantaba frente al ordenador y temía que mi intromisión les hiciera actuar de un modo distinto del que ellos hubieran actuado en la misma situación. Sé que suena disparatado, pero es así. He llegado a reverenciar «Noches de sal» y he amado a sus pobladores. Muchos de los momentos que he vivido a lo largo de este año (el fallecimiento de mi suegro por un carcinoma de pulmón, la degeneración natural que conlleva la vejez y que veo reflejada día a día en mis propios padres, la complicidad de un amigo al que aprecias como a tu propio hermano, las sensaciones de todo artista y, sobre todo, la psicología tan compleja y, a la vez, tan apabullante de la mujer) están en «Noches de sal». Y debo reivindicar, una vez más, que no soy un autor al que le guste ver su vida reflejada en los libros que escribe, pero creo que esta vez volcar mis inquietudes en el texto ha provocado que este crezca hasta el punto de convertirse en ese gigante inabordable del que he hablado antes y al que, en ciertos momentos, he llegado a temer.
Por tanto, he sufrido un síndrome de intoxicación de personalidades múltiples que me va a costar romper. Y eso resulta extraño pues, volviendo al principio de esta disertación, siempre he sido un autor de sagas y cada vez que concluía un libro estaba seguro de que, tarde o temprano, iba a volver a retomar a esos personajes (llámense Galen, Akbeth o Ikra). Pero esta vez no va a ser así. Ahora mismo, tengo la sensación de que voy a matar a todos esas sombras influyentes que a lo largo de los últimos meses han seguido mi camino. He levantado una Torre de Babel para volver a hundirla. Sé que es lo que debo hacer, que es lo que conlleva la redacción natural de un libro, pero cuesta muchísimo.
Supongo que el tiempo que transcurra a partir de ahora hasta la ejecución definitiva de la novela, ese periodo que podría determinarse como «el pulido», conlleva una parte de terapia emocional que me irá alejando de la vida de estos seres a los que ahora amo tanto. Pero, hoy por hoy, me siento marcado y creo que estoy muy triste por tener que decir adiós al plantel de «Noches de sal». Pronto comenzará esa terapia de desintoxicación, tanto emocional como racional, pero todavía queda un corto período para disfrutar de la compañía de esas hermosas criaturas que siembran la mente del escritor. Todavía me quedan unos días de «Noches de sal». Y los quiero disfrutar como he disfrutado el resto de la novela: con intensidad e, incluso, obsesión… ¿por qué no?
El final está próximo, pero déjenme respirar unas cuantas palabras más.
13 comentarios:
Yo creo que doscientas veinte mil palabras son más de 600 páginas, colega.
Mis novelas son de 130.000 palabras y suelen tener 450 páginas.
Vaya, el cálculo lo he hecho por encima, encima. Basándome en los interlineados del procesador de texto y el tamaño de la fuente.
It, buen baremo amiguete. Esa intoxicación de la que hablas también la he sufrido o disfrutado, depende del momento. Y estoy contigo en que hay ocasiones en que temes "deformar" los personajes.
Una entrada bastante interesante. Es increible imaginar como pueden llegar a afectarnos nuestros propios personajes. En ocasiones pienso que después de algunos capítulos cobran vida propia, y nosotros tan sólo nos limitamos a trazar el camino que ellos nos indican.
ch3p3
No, no estoy de acuerdo, Jose Luís. En mi caso, el camino jamás lo indicará un personaje. El camino lo creo yo, el escritor. Nuestra obligación es que los personajes actúen con sentido y se muevan con coherencia en el marco estructural que nosotros hemos creado. Para mí un personaje jamás se puede apartar del sendero. Y si lo hace tiene que retornar varios metros más adelante.
Eso sí, el escritor está al servicio de los personajes, igual que éstos están al servicio de la trama.
Pero ojo, es mi manera de escribir.
Bueno, tampoco es que nos dicten los pasos a seguir, de todos modos nosotros los hemos creado. Lo que si creo es que al darle al personaje cierto tipo de personalidad, debemos seguir respetando esas pautas de respuesta emocional ante las distintas situaciones que se presenten en el desarrollo de la trama. No sé que opines al respecto, David.
ch3p3
Eso sí. El perfil de los personajes debe prevalecer. Es decir, si un personaje es un miedoso no debe convertirse en el paradigma de la valentía por voluntad del azar. Debe existir una explicación lógica para esos cambios.
Una entrada con chicha David ^^
La verdad es que no soy un fan de la narrativa de terror, y de este género lo poco que he tocado por algún motivo siempre acababa leyendo novelas de Dean Knootz en lugar de las de Stephen King.. Sin embargo, leyendo tus comentarios creo que tendré que darle una oportunidad a estas "Noches de Sal"... y pese a que puedan ser mas de 600 páginas (que por el número de palabras tiene mucha pinta ^^), sólo por la experiencia del "alma" que suelen tener tus personajes merecerá la pena.
Un saludo
De todas formas, Noches de sal es un libro que ni siquiera he vendido. Lo he acabado hoy mismo. He comenzado a escribir a las siete de la mañana y lo he rematado hace un rato. Un año de curro. Un año de trabajo que culmina hoy. Es como montar un coche y tener ya lista la carrocería, el motor y los elementos decorativos del vehículo. Ahora hace falta limpiarlo.
Mañana ahondaré un poco en todo este proceso porque Noches de sal tiene mucha chicha. Eso sí, a partir de mañana, subiré las entradas más tarde.
Ahora toca abordar un laaaargo proceso de pulido y encontrar a un editor que le de una oportunidad al libro. A ver si hay suerte.
Si bebes en las fuentes del genial escritor de Maine y si es sobre su obra maestra que es IT, estaré deseando leerla cuando la publiques. IT me marcó y a partir de esa novela me leí casi todas de Stephen King.
Esperaremos que la acabes y tengas suerte en la publicación.
¿La has acabado hoy? Y desde las 7 de la mañana...una buena jornada de trabajando (espero que tus dedos no hayan sufrido mucho ^^) Bueno, ahora la parte de revisión si pero también ahora sabes que la historia ha llegado a su fin y sólo queda pulir los detalles.
Y en cuanto a no tener editor aún, descuida que seguro que lo encuentras pronto :D
Bueno, hay que salvar las distancias. King es un gran escritor y yo soy un advenedizo. It, como decía, propone un tipo de terror ambiental que es el que he tratado de aplicar en Noches de sal. Pero el argumento y los personajes no se parecen demasiado. Incluso la trama en dos tiempos es diferente, aunque comparte puntos en común con Noches de sal.
Respecto al editor, hoy por hoy, no es algo que me preocupe demasiado. Primero quiero que la novela cierre bien, y si me he tirado un año para escribirla, vale la pena aguantar unos pocos meses más para empezar a moverla. Lo importante es que el libro sea redondo :D
Desde hoy te deseo mucha suerte con la siguiente fase del proceso.
Espero verla publicada en un año, o menos, si tienes suerte con los editores.
CH3p3
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