lunes, septiembre 1

¿Pulsamos el botón de detonación?

Discutíamos el sábado pasado la gente de la quedada sediciana la credibilidad de la ya mítica escena de los transbordadores de Dark Knight y la verdadera posibilidad de que los pasajeros de uno y otro transporte presionaran el detonador que hiciera saltar por los aires el barco del vecino. Mientras que la inmensa mayoría afirmaba sin tapujos que el resultado de la película es incoherente y que, en la vida real, a los dos segundos del aviso del Joker, no quedarían de los barcos ni la cubierta de proa, yo abogaba por la salvación del género humano, por el instinto de preservación y, sobre todo, por la conciencia humana.

Creo en el valor de la vida. Y no sólo es que lo crea, es que lo defiendo sobre todas las cosas. Llámenme hipócrita, tramoyista o inocente, no me importa. Pero creo en el género humano y, sobre todo, creo que, igual que afirmaba Manuel Summers en aquella película de gags, todo el mundo es bueno.

¿O no?

El sábado pasado, uno de los muchos mendigos que habitan las calles de Valencia, acabó en el banco de enfrente de mi casa. El hombre, de unos cuarenta y muchos, ataviado con ropas pesadas, pelo largo, castaño, mirada ida y andar tambaleante, llegó de buena mañana, se tendió en el banco y allí se quedó. Somnoliento, enfermo, permaneció inmóvil y desnutrido, sábado mediodía, sábado tarde, sábado noche y domingo por la mañana, soportando hasta cuarenta grados de calor en las horas más intensas del día y a una exposición directa del sol. Debo decir en mi descarga, que no estuve en casa en todo el sábado y que, cuando llegué por la noche, ni siquiera lo vi. Fue el domingo por la mañana, antes de una celebración familiar privada, cuando mi madre me comentó todas las vicisitudes que había tenido que soportar el pobre infeliz.



Yolanda y yo nos aproximamos al banco y tratamos de razonar con él, desgraciadamente era uno de esos inmigrantes albanos que no entienden ni una sola palabra de español, así que, bajo una nube de moscas, se limitó a observarnos con gesto ido, la cara hinchada y una mirada mansa más propia de los cánidos que de un ser con conciencia.

Voy a decirles una cosa: puede que Valencia esté plagada de mendigos e indigentes, pero a mí no me sale de las santas pelotas que un hombre se quede tieso delante de mi casa mientras yo me limito a cruzarme de brazos. Que sí, que vale, que es uno entre un millón, pero si todo Dios actuásemos de la misma manera, otro gallo cantaría.

Así que cansado de la situación y temeroso del futuro del hombre, opté por llamar al 092. Quién suele dejarse caer por este blog, ya sabrá de hace tiempo que no siento excesiva empatía por la policía local. Pues bien, había llegado el momento de poner a prueba la teoría Dark Knight: ¿Todo el mundo es bueno, que decía Summers, o por contra, la condición humana está abocada a pulsar el botón del detonador que acaba con la vida de un semejante?



Tuve que esperar casi diez minutos a que alguien me atendiera —rezo porque el día en que a Jason Voorhees o a alguno de sus colegas le de por colarse en mi casa, los de centralita se den un poco más de aire—, acto seguido relaté la situación al telefonista, asegurándole que el hombre no nos molestaba, que llamaba para que alguien le suministrara atención médica y que andaran con mucho ojo porque era extranjero y tenía problemas de comunicación.

Respuesta del individuo que estaba al otro lado de la línea: ¿Pero es que está metido en un cajero automático?

No, oiga no, que está en un banco al aire libre, no en un cajero automático. Y son las doce de la mañana y está expuesto a un sol de justicia. Necesita asistencia sanitaria urgente.

En fín, que tras unos instantes de verborrea, el telefonista prometió enviar una patrulla para solucionar el incidente.

Pasaron los diez o quince minutos de rigor antes de que los locales tuvieran los santos cojones de dejarse caer por la zona (sí, esos diez minutos en los que Voorhees te ata a la cama, te mete el cuchillo jamonero veinte centímetros en el intestino grueso y te saca las tripas como una tirereta de serpentinas), pero lo importante es que llegaron. Sí… llegaron y se fueron. No sin antes decirle al enfermo que se levantara del banco, le señalaran el sol y añadieran que se pusiera a la sombra. Después, los dos Chuck Norris de turno, sacaron pecho ante todos los vecinos del grupo, se metieron en su reluciente coche y pusieron pies en polvorosa.

Consecuencia: el mendigo cruzó la carretera, estuvo a punto de ser atropellado por un autobús, al llegar a la otra acera dio cuatro traspiés, volvió a cruzar la calle a paso de procesión de Semana Santa y acabó despatarrado sobre el capó de un vehículo que estaba aparcado junto al mío.

Increíble, alucinante, marciano, desgarrador, amoral, hiriente…



No tardé ni dos minutos en coger el inalámbrico, llamar al 092 y enumerar al de la centralita las cuatrocientas maneras en que la policía local podía irse a tomar por culo.

¡Oigan, que la semana pasada, con lo de la Fórmula 1, Valencia parecía un fortín! ¡Que en cada esquina había un local! ¡Que la situación era asfixiante! ¡Que no habías dicho «Do», cuando un policía ya se te había acercado y te había contestado: «re,mi,fa,sol»! ¡¡Y ahora que de verdad necesitabas a un policía, no había manera de dar con uno!!

En fín, que la actitud de las fuerzas del orden exaltó a las masas y el resto del vecindario acabó asomado en bloque a las ventanas, pendiente de lo que iba a suceder a continuación. Supongo que a partir de ese instante, la policía local y el centro de emergencias recibieron una buena oleada de llamadas de los vecinos de la calle Gran Canaria.

¿Pero creen ustedes que todos los buenos y preocupados conciudadanos de la Malvarrosa actuaron igual? A los dos minutos de que el mendigo se apoyara en el capó del vehículo, una de mis vecinas llama a casa y a voz en grito me dice que mueva el coche no vaya a ser que al hombre le de por levantarse y tumbarse en el mío. Yo le respondo que prefiero que se apoye en mi coche antes de que acabe descalabrado contra el suelo. La tía se calla indignada y, acto seguido, cuelga el teléfono. Lo cierto es que no me alienta nada la idea de que me abolle la chapa de mi Mondeo nuevo, pero bueno… lo tengo asegurado a todo riesgo y confío que la policía local no se vaya a demorar demasiado. Al fin y al cabo, estamos hablando de la vida de una persona (¡¡por Díos, voy a decirlo más claro: LA VIDA DE UNA PERSONA!!) y es de suponer que la función de las fuerzas del orden es la de velar por la seguridad y el bienestar de los ciudadanos, sean o no españoles.



Pues nada, más de media hora esperando y por ahí no aparecía ni Dios. Al final, se me hinchan los huevos y llamo al centro de emergencias. Les digo que hay un tío muriéndose encima del capó de mi coche, que la policía local ha pasado de él, que como en diez minutos no aparezca alguien a recogerlo y el desgraciado la palme iba a sacar un montón de fotos y las iba a enviar a todas las redacciones de los periódicos, que estaba hasta los huevos de pagar impuestos a una administración que sólo se preocupa de poner multas y retirar los vehículos cuando los dejas dos minutos en doble fila. El de emergencias me dice que no me altere, que pasa aviso y que inmediatamente acudirá alguien a hacerse cargo.

Pues bien, vuelve a transcurrir el tiempo y por ahí no aparece ni Dios, y el pobre indigente cada vez luce peor cara. Al final, bajo de casa y muevo el coche (que le vamos a hacer… para que abolle el mío que abolle el de la vecina del cuarto), entonces me encuentro con otra vecina que acaba de llegar con la bicicleta y observa al mendigo con cara muy preocupada. Sobre nosotros una muchedumbre de cabezas y rostros cariacontecidos salpican las fachadas circundantes.



Le comento la situación a esa vecina y vuelve a llamar a emergencias. Éstos, a su vez, le pasan con emergencias hospitalarias. ¿Saben ustedes cuántas veces mi vecina ciclista tuvo que decirles que el hombre no presentaba síntomas de estar bebido? Al final, la misma respuesta: no se preocupen, que enseguida irá alguien para allá.

En ese momento, la vecina chismosa que me había avisado para que retirara el coche, vuelve a llamar mi atención desde la ventana: Yo también he hablado con sanidad. Entonces comienzo a despotricar de los locales: que sólo sirven para poner multas, para hacer controles y para escoltar a los cuatro millonetis extranjeros que se reúnen en la ciudad por la celebración de la Copa América o de la Fórmula 1. Mi vecina me mira con cara de malas pulgas y me responde que no tenemos ni idea, que la policía local tiene sus competencias y hay cosas que escapan a sus posibilidades. Entonces recuerdo que el hijo de esta mujer pertenece al muy honorable cuerpo de la policía local.


Una pequeña reflexión: ¿de verdad debe de estar el honor de un cargo, no importa la afinidad que te una a él, por encima de LA VIDA de un semejante? Repito, por si alguien no lo ha captado todavía, que estamos hablando de la vida de un ser humano. Sinceramente creo que si la sociedad moderna y cosmopolita da la espalda a algo tan básico y, a la vez, tan importante, viviremos en un mundo ficticio, en una especie de Edad Media de argamasa y piedra disfrazada de asfalto y hormigón.

Debo decir que la respuesta de la vecina me toca los mismísimos más de la cuenta y le respondo con bastante mala hostia: —Oiga, mire, yo no tengo ni puta idea de las competencias de la policía local ni me importan en absoluto. Lo que sí sé es que los coches van equipados con emisoras conectadas a la central y que desde allí pueden dar aviso a quién tenga la competencia en este caso. Y lo único que he visto hasta ahora es a dos chulos uniformados que han llegado con su reluciente coche patrulla, han tirado a un hombre que se está muriendo de un banco y lo han dejado a su buena ventura.



En ese momento, el resto de los vecinos comenzaron a afirmar, a poner a parir a la policía local y a aplaudir mi respuesta.

La vecina me escupe que cuando la policía me quita las multas entonces sí que los alabo y se esconde en su casa. Yo me quedo de piedra, primero porque en toda mi vida de conductor me han puesto tres multas y sólo he conseguido que me quitara una mi hermano… las otras dos las pagué como todo Maríasantísima. Supongo que a estas alturas, mi vecina, la madre del policía local, considera que la honorabilidad del cuerpo para el que trabaja su hijo es más importante que el pobre desgraciado que se está cociendo al sol.

Regreso a casa, comienzo a vestirme para la reunión familiar que tenemos prevista en muy pocas horas, pero ya no me siento cómodo. ¿Es ético seguir con nuestra vida cotidiana mientras la vida de otro ser humano pende de un hilo?

Justo en ese momento vuelve a aparecer la policía (no recuerdo si son los mismos agentes de antes) y esta vez se preocupan un poco más del mendigo. Mi vecina la ciclista cruza la calle y les explica la situación. Ellos dicen que no pueden hacer nada porque el mendigo no acepta su ayuda (como si un hombre enfermo, con una insolación, incapaz de comunicarse —recordemos que es extranjero y no habla ni papa de español— estuviera en la plenitud de sus facultades), pero acaban pidiendo ayuda por la emisora (¡¡menos mal que los locales no tenían competencia!!). Justo en ese momento aparece una ambulancia y dos sanitarios acuden en auxilio del mendigo. Pero persiste el debate de que el indigente no quiere recibir ayuda de nadie.

La situación sufre un vuelco cuando todos los vecinos que estábamos en las ventanas comenzamos a gritar que dejen morir a ese pobre desgraciado, que lo dejen, que se pudra al sol, que se muera como un perro, que se laven las manos y que regresen a sus casas con la conciencia bien tranquila. La policía local y los enfermeros se lo piensan mejor y se llevan al mendigo a la ambulancia para prestarle primeros auxilios, aunque todavía existe el peligro de que cumplido el expediente, piquen espuelas y el pobre acabe otra vez en la calle.

Desde la lejanía escucho frases como: «Si es un borracho…» «Es que huele a rosas.» «El Hospital no es una casa de caridad…» ¡¡Dios mío, y yo que creía que el Hospital era donde acudía la gente enferma a curarse!! ¿Y para qué sirven los albergues? ¿Y por qué pago yo mis impuestos? ¿Y por qué España es uno de los países en los que está reconocido el turismo sanitario?



Al final, al pobre diablo debieron detectarle algo y acabaron llevándoselo en la ambulancia. Mi vecina la ciclista me dice que van a tratarle, pero la local, que todavía no se ha retirado, replica que todo eso está muy bien, pero que en cuanto lo suelten del hospital, volverá a estar en la calle bebiendo y acabará en otro banco o en un cajero automático. Yo pienso que sí, que tiene razón, pero que si el resto de mis conciudadanos actuaran de la misma manera, situaciones semejantes no se verían en la ciudad. Obviamente, acallo ese pensamiento, al fin y al cabo hemos conseguido lo que queríamos y aquellos dos agentes no se han lavado las manos, sino que han actuado en consecuencia (aunque un tanto coaccionados por el vecindario).

Mientras el coche de la policía local arranca y se pierde por el mismo camino que ha tomado la ambulancia, pienso en todas esas noticias que aparecen a diario en los periódicos y que hablan de mendigos que mueren en la calle ante la mirada impertérrita de los vecinos. Entonces, consciente de cómo han pasado las cosas en mi barrio, me pregunto: ¿tiene razón la prensa o la noticia está equivocada? ¿De verdad somos los vecinos los que ostentamos esa mirada impertérrita o son las fuerzas del orden las que actúan de manera subversiva e indiferente?

Viendo el control y la seguridad que la semana pasada el Ayuntamiento de Valencia dispuso para todos los invitados de la Fórmula 1 y el modo de actuar ante la clase baja de nuestra sociedad… ¿de verdad estamos construyendo un mundo idealista y multicultural o, en cambio, seguimos imbuidos en una falsa comunidad de valores neandertales?

Como dije al principio de este texto, sigo teniendo esperanzas, a pesar de lo que vi el domingo, a pesar de la actitud insensible de las fuerzas del orden y de los auxiliares que el Estado pone a nuestra disposición para servirnos, a pesar de la intransigencia de algunos vecinos… porque ayer, después de todo, nadie se atrevió a pulsar el botón de detonación y el trasbordador que portaba una vida valiosa, otra vez, no volvió a estallar en nuestros morros.

By David Mateo with 15 comments

15 comentarios:

Debo decir que he dudado muchísimo entre poner las fotos o no. No las saqué para ilustrar la entrada, en absoluto. No me agrada nada el morbo y me ha costado mucho decidir si incluirlas o no. Pero dado que los locales y los sanitarios que acudieron en segunda estancia actuaron en función a los deberes básicos y lógicos de sus cargos, en cierto modo, las fotos no dejan de ser un vínculo ilustrativo.
Las saqué en un momento de impotencia, dispuesto a utilizarlas en caso de que nadie hiciera nada por aquel pobre desgraciado.
Son fotos anecdóticas ya que la situación transcurrió por cauces "normales", pero creo que algunas son lo suficientemente dramáticas e hirientes para ver el estado en el que viven muchos de los indigentes de nuestra sociedad.

Recorta algo el texto y mándalo a los periódicos locales, con foto y todo. Ahí es donde más repercusión tendrán tus palabras.

En el barco de Batman habían unos tipos que eran la autoridad y tenían sus competencias (como los locales, vaya) que evitaban que se amotinase la gente y presionase el botón (que por otro lado, fiate tú si de verdad hacía estallar el otro barco, el tuyo, o los dos...)

Por cierto, hazme una perdida del fijo y te llamo, que te tengo que comentar algo.

Sí, pero fíjate que al final es la propia ciudadanía la que se salva a si misma y concede valor a la vida del prójimo, que es la esencia con la que nos tenemos que quedar.
Cuando todo falla y parece más adverso, la rebelión ordenada e indulgente del hombre se superpone al caos, incluso en los estratos más bajos.
Es primero el prisionero el que no pulsa el detonador y después es el mezquino de la sociedad el que salva el barco de los prisioneros. La sociedad se salva a sí misma. Creo que es un buen mensaje.

Ciudadano Grumm...
Hiciste bien en dar guerra estos de la Urbana... Ya dice el refrán:
Más vago que la chaqueta de un guardia.

Vergonzoso. Y ole tus huevos.
En relación a la película la escena no cuela ni bajo los efectos del alcohol.

Tobías, tal y como dices, si cada uno de nosotros fuera un poco menos egoísta, las cosas cambiarían, y mucho.

Lamentablemente, la sociedad está tan acostumbrada a esto, que simplemente le resbala...

Como dijo enric un poco más arriba: Olé tus huevos!

Saludos desde las Hespérides

Spartan

Al menos me queda la sensación de que no sería (o no soy) el único que actuaría de ese modo.

La humanidad anda perdida y, sin embargo, el remedio a la enfermedad que sufre está bien a la vista.
En fin, que como no queremos ir al médico, pues que nos dejen pudrirnos...
Gracias por el artículo,David, espero que lo lea mucha gente y nos sirva para algo.

Olé tus huevos... aunque sea pan para hoy y hambre para mañana, ya que el tío volverá a las andadas, lo que le pase ya será cosa suya. No creo que la humanidad esté perdida, pero sí estamos demasiado acostumbrados a que el mundo nos dé por saco y a actuar como si sólo nosotros viviéramos en él, como si fuésemos animales. Comprendo en parte porque la gente actúa de esa forma, pero leches... en algo se tiene que notar que comos seres humanos. Bien por ti.

También comprendo a la Policía, hay demasiado trabajo para los que son, sobre todo en una ciudad grande, pero el ciudadano tiene la sensación de que los servicios de seguridad sólo sirven para recaudar, y no para prevenir ni actuar, lo mismo que ciertas normas pensadas con el bolsillo. En fin, ¡qué país!

Por desgracia en esta sociedad de consumo desmedido el bienestar de las personas esta supeditado al tamaño de su billetera. Es una situación terrible, pero tenemos que reconocerla para poder hacer algo al respecto.
ch3p3

>inserte aquí todos los insultos existentes o que conozca contra la policia local<

la de veces que he visto pasar cosas así en valencia =_=

Por desgracia mucha gente se comporta igual que algunas personas que comentas y hace poco en las cercanías de la estación de Renfe de Getafe Centro ocurrió algo parecido con una pobre persona, indigente y en estado ebrio, que se cayó de las escaleras que hay para subir desde la plaza donde está la estación a otra calle de al lado, abriéndose una buena brecha en la cabeza y sin poder levantarse.

Mi hermana y yo llamamos de inmediato a la policía local de Getafe para que acudieran a socorrer a esta persona (en Getafe llega antes la policía local que una ambulancia).

Es de agradecer que los policías locales no sean como los que comentas de Valencia y son gente que, por lo general, acuden rápido cuando los llamas y siempre se ponen a atender cualquier incidencia médica, sea la persona como sea, siempre amablemente...

Lo malo es que siempre hay el exaltado de turno que empezó a decir lo de siempre "¿Que para qué habéis llamado a los locales y a una ambulancia, si ese tipo no es más que un borracho?", "Lástima de que hayan venido para atender eso"... Vamos, esperemos que esa persona (a quien los locales tuvieron que apartar del lugar) no se encuentre nunca en esa situación, porque entonces sí agradecería toda la ayuda que pudiera necesitar.

Por cierto, enhorabuena por tu aptitud. Pocas personas hubieran hecho lo mismo.

Bueno, no niego mis aptitudes (aunque no creo que sea muy apto para este trabajo). Dejémoslo en actitud ante una situación inusual :-)

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