martes, septiembre 18

Jordan se fue

Ante todo debo admitir que nunca he seguido la saga de la Rueda del tiempo. Tengo varios de sus ejemplares en la estantería de casa, pero siempre me ha dado pereza abordar la obra completa. Siempre que he sostenido uno de los tomos de la Rueda en mi mano, me han asaltado muchas preguntas: ¿cómo será el universo ideado por Jordan? ¿Será rico en matices o su lectura se convertirá, a la larga, en una saga más de las muchas que llenan el mercado norteamericano? No me malinterpretéis, con esto no quiero despreciar el legado de este genial autor, simplemente hablo desde el desconocimiento. Tengo muy buenos amigos que veneran la Rueda del tiempo, igual que veneran la obra de Tolkien o la de Martin. Además, a Jordan le siguen legiones y eso lo convierte, indiscutiblemente, en uno de los grandes de la literatura fantástica contemporánea.

Dejando a un lado mis prejuicios —o mis no-prejuicios, llámenlos como quieran— debo decir que, lo que más me sorprende de este autor, es su tremenda capacidad inventiva. El último tomo que salió al mercado: Cuchillo de Sueños, es la novela número 17 —¡¡la número 17, señores!!— de su monumental saga La Rueda del tiempo. Y encima, si prueban a sostener un rato el volumen en la mano, comprobarán que su peso hace honor al aspecto del tocho. Setecientas ochenta y cuatro páginas. Multipliquemos esas 500 (por redondear) por diecisiete volúmenes: hacen un total de ocho mil quinientas páginas. Deténganse por un momento y piensen: una historia que se ha desarrollado durante ocho mil quinientas páginas y que ha sabido aglutinar en torno a ella a montones de fans. No sé cuantos autores de fantasía han logrado hacer eso en los últimos veinte años, pero supongo que muy pocos.

Un servidor, que modestamente lleva tres volúmenes de una saga que aspira a llegar a los ocho y que necesita levantar la cabeza un poco y respirar, alejarse de La tierra del dragón para crear otras historias, otros universos, no puede sentir mas que envida —y no envidia de la sana porque esa no existe, envidia de la que taladra las entrañas— ante la fastuosa creación de un autor que ha consagrado su vida a una historia, a un sueño, a una leyenda. Llámenlo como quiera.

Hace un año, más o menos, supe a través de alguien muy importante de Planeta que la vida de Robert Jordan corría grave peligro. Había sido ingresado en el hospital pero logró superar su enfermedad. Una enfermedad bastante grave ante la que muchos hubieran bajado los brazos. Supongo —o al menos me gustaría pensar— que Robert Jordan le pidió a uno de sus dioses tiempo. Tiempo para aclarar sus ideas, para anotar imágenes, pensamientos, para redondear una saga que sabía cómo iba a comenzar y acabar desde un principio, una Rueda del tiempo que le otorgó una oportunidad para legar la leyenda que soñó una vez.


Ha muerto uno de los grandes de la literatura fantástica, con muchos libros en su zurrón y una saga majestuosa a las espaldas. Es una auténtica pena que no rematara él mismo la faena, sobre todo ahora que todo parecía indicar que iba a abordar el último libro. Pero serán sus herederos los que concluyan la Rueda. El tiempo prestado de Jordan se ha acabado, pero al menos logró perpetuar su historia. Y eso, en cierta forma, es lo que lo hace grande como autor y depara la envidia de alguien que aspira a ser una cuarta parte de lo que él fue.

By David Mateo with 1 comment

1 comentarios:

Era cristiano convencido, asi que no fue a uno de sus dioses sino a Dios.

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