Llevo casi tres semanas sin escribir, buceando en una historia que poco a poco se apodera de mi mente y olvidando otra que durante un año ha formado parte de mi vida. El cambio no es fácil, pero creo que lo estoy consiguiendo. «Noches de sal» ya no ejerce tanto control sobre mí, sigo amando a los personajes, pero ya no los siento míos, sino que son parte de la novela y quizás algún día también lleguen a ser vuestros. Ahora, por fin, percibo más afinidad con los nuevos inquilinos que durante los próximos meses se atrincherarán en mi cocorota. Ayer estuve tentado de abrir un documento de word, escribir el título de la nueva novela e, incluso, poner el nombre de la primera parte del libro (a estas alturas ya sé que mi nueva novela se dividirá en tres partes como mínimo).
Sí, soy de los que lo tienen todo tan enfermizamente planificado que incluso llega a discernir el título antes de escribir el prólogo; aunque al final todo esto es provisional y puede que mi subconsciente acabe jugándome una mala pasada a mitad de la historia y otro título ocupe el lugar del primero.
El caso, como he dicho antes, es que ayer, a las nueve de la mañana, estaba a punto de abrir el documento maestro y esbozar las primeras frases; fue justo en ese momento cuando pasó mi amigo Joe a recogerme para hacer unas gestiones y evitó el desastre. Sé que en cuanto abra ese archivo de word, ponga el título y lo guarde en el disco duro, ya no habrá vuelta atrás, el ciclo habrá comenzado de nuevo. Y eso me pone muy ansioso, y me provoca un cosquilleo en el estómago ante un trabajo de desgaste muy heavylongo que me llevará un año… un largo año. ¡¡Que bien!!
Habría sido un gran error comenzar ya la nueva novela, lo sé. Falta un poco de planificación: soldar una pizca más las subtramas a la trama principal hasta que todo ruede engrasado. Y, por otro lado, a «Noches de sal» le queda una pequeña pulida que comenzaré a finales de la semana que viene. Eso me da el tiempo suficiente para engarzar todas las piezas sueltas para que la nueva historia suene como a mí me gusta. Es indescriptible la sensación de ir conectando los hilos y comprobar que todo encaja perfectamente, como si en realidad mi faena como escritor fuera muy simple y ese argumento final siempre hubiese estado ahí, esperando a que alguien lo suficientemente avispado lo encontrara. Un argumento que gritaba: ¡oye, tío, mírame, estoy aquí, a tu entera disposición… úsame! Pero claro, todos los que hayáis creado alguna vez un cuento o un libro estaréis conmigo que perfilar una trama no es nada fácil y, a veces, conseguir que algo complejo resulte obvio requiere muchas vueltas a la cabeza.
Acabo de soltaros otra paja mental de las mías, pero qué queréis que haga… ahora mismo me siento como un político honesto en época de elecciones, con muchos proyectos de futuro y con la certeza de que un simple empujoncito detonará una cadena de acontecimientos que acabarán detonando un nueva obra.
Queda poco, una semana de inquieta intranquilidad. En menos de diez días transitaré otros suburbios oscuros en compañía de unos nuevos compañeros de viaje que ahora mismo se agolpan contra mi espalda mientras me gritan que les meta caña. Cuesta mantenerlos a distancia. Ellos no entienden ni de planificaciones ni de documentación. Simplemente están vivos y ansían su cuota de protagonismo. No les haré esperar demasiado, pero que griten, que griten… cuanto más griten más claro se perfilará ante mí el camino que debo seguir.
El caso, como he dicho antes, es que ayer, a las nueve de la mañana, estaba a punto de abrir el documento maestro y esbozar las primeras frases; fue justo en ese momento cuando pasó mi amigo Joe a recogerme para hacer unas gestiones y evitó el desastre. Sé que en cuanto abra ese archivo de word, ponga el título y lo guarde en el disco duro, ya no habrá vuelta atrás, el ciclo habrá comenzado de nuevo. Y eso me pone muy ansioso, y me provoca un cosquilleo en el estómago ante un trabajo de desgaste muy heavylongo que me llevará un año… un largo año. ¡¡Que bien!!
Habría sido un gran error comenzar ya la nueva novela, lo sé. Falta un poco de planificación: soldar una pizca más las subtramas a la trama principal hasta que todo ruede engrasado. Y, por otro lado, a «Noches de sal» le queda una pequeña pulida que comenzaré a finales de la semana que viene. Eso me da el tiempo suficiente para engarzar todas las piezas sueltas para que la nueva historia suene como a mí me gusta. Es indescriptible la sensación de ir conectando los hilos y comprobar que todo encaja perfectamente, como si en realidad mi faena como escritor fuera muy simple y ese argumento final siempre hubiese estado ahí, esperando a que alguien lo suficientemente avispado lo encontrara. Un argumento que gritaba: ¡oye, tío, mírame, estoy aquí, a tu entera disposición… úsame! Pero claro, todos los que hayáis creado alguna vez un cuento o un libro estaréis conmigo que perfilar una trama no es nada fácil y, a veces, conseguir que algo complejo resulte obvio requiere muchas vueltas a la cabeza.
Acabo de soltaros otra paja mental de las mías, pero qué queréis que haga… ahora mismo me siento como un político honesto en época de elecciones, con muchos proyectos de futuro y con la certeza de que un simple empujoncito detonará una cadena de acontecimientos que acabarán detonando un nueva obra.
Queda poco, una semana de inquieta intranquilidad. En menos de diez días transitaré otros suburbios oscuros en compañía de unos nuevos compañeros de viaje que ahora mismo se agolpan contra mi espalda mientras me gritan que les meta caña. Cuesta mantenerlos a distancia. Ellos no entienden ni de planificaciones ni de documentación. Simplemente están vivos y ansían su cuota de protagonismo. No les haré esperar demasiado, pero que griten, que griten… cuanto más griten más claro se perfilará ante mí el camino que debo seguir.
6 comentarios:
Ánimo con tu nuevo trabajo.Siempre he escuchado de otros escritores que es dificil separarse de los personajes de la novela que has terminado, pero ya sabes que a partir de que publiques la novela, ya no te pertenece (es de los lectores), y tú como padre de la criatura debes estar contento de que viva sola y crezca (a ser posible ante muchos lectores).
Lo que me pregunto es dónde sacas tanto tiempo: talleres, escritura, familia, compromisos, lecturas....
Y lo peor es cuando te dejas algo a mitad. Yo estaba con una novela policiaca, y cuando terminé el laaaargo preludio (79 páginas para que empiece), me di cuenta que habia otra historia que me llamaba con más fuerza. Y en esa estoy ahora, claro. Eso sí, cuando la termine, le tocará el turno a la policiaca. Ánimo chaval.
Goethe decía que esos momentos de inacción eran semejantes a los de un leñador cortando y apilando la leña. Dejándola secar. ¡Y ya ardería!
La que más sufre mis múltiples facetas culturales es esa gran sufridora llamada novia. A su paciencia se lo debo todo. A la pobre tendrían que ponerla en un pedestal.
Yo, por contra, nunca dejo nada a mitad. O lo acabo, sufriendo como un perro (porque escribir conlleva su parte de sufrimiento) o desisto. Hoy por hoy, no me meto en una novela si no lo veo todo claro y soy consciente de que voy a llegar al final. Al fin y al cabo, empezar para quedarse a mitad del camino viene siendo un mal negocio.
Me encantan estas reflexiones literarias, aprendo mucho de ellas.
ch3p3
Me alegra :-)
Publicar un comentario