El nerviosismo suele mascarse en el ambiente, durante el viaje, durante la comida previa. Uno que ya está acostumbrado a este vaqueteo, hay momentos en los que se fija especialmente en las reacciones y percibe el miedo. Lo huele. Es una sensación innata en todos los autores «no juveniles» que han pasado por el taller de Moncofa. Y siempre sale a relucir la misma pregunta en el viaje que nos aproxima a la pequeña localidad castellonense: ¿Puedo bajarme del coche?
No obstante, esta pregunta no es nada con la sensación de congoja que uno tiene cuando traspasa un aula y se encuentra, frente a frente, con más de treinta niños alborotando, gritando y proclamando (algunos con cierta mala leche) el mote que la clase le ha puesto al autor. No hay de qué preocuparse. Esto siempre es así. Los niños tienen la sana costumbre de rebautizar a los autores que pasan por el taller: David Jasso es David Jasán, José Miguel Cuesta y José Rubio son los Pepes, Clairac es Clayac, Jose Miguel Vilar ha quedado bautizado para toda la eternidad como «tu amigo el joven» o Francisco Illán ya no tiene ni nombre, es el poeta. Pues sí, lo cierto es que aterroriza ese primer encuentro con los niños, no en vano, recordemos que, para que los chavales del Abelí Corma aprovechen al máximo las clases magistrales, juntamos los dos grupos y las aulas pasan de tener quince niños a treinta. Por lo tanto entiendo perfectamente a los autores cuando atraviesan el pasillo que conduce al aula y escuchan de fondo ese borboteo creciente que producen decenas de críos hablando y gritando a la vez mientras esperan emocionados al gran escritor que va a dar la charla. Entiendo perfectamente el temblor de sus piernas, el nudo en la garganta que se les forma, la voz de falsete que les sale cuando me preguntan: ¿de verdad vamos a esa clase?
Pues sí, vamos a esa clase, piensa mi subconsciente, y ahora ya no hay vuelta atrás. ¡Estáis muertos!
Es divertido confrontar el miedo del escritor novatillo en estas lides con la rugiente marabunta del aula. Sé que alguno, después de esta experiencia quasi traumática, comenzará a apreciar más a su jefe (¿en quién estaré pensando). No obstante, lo que no entienden estos autores es que toda esa anarquía proviene de la emoción difícilmente contenida de los nanos ante la visita de alguien que les es ajeno y que para ellos es un personaje IMPORTANTE. Y obviamente, los gritos, las chanzas y las risitas son la válvula a presión por la que escapa todo ese nerviosismo.
Soy perfectamente consciente de que más de un escritor, al traspasar el umbral del aula habría salido corriendo despavorido. Incluso servidor se permite unos segundos de observación y disfrute, retirándose a un rinconcito de la clase, observando el tumulto de la marabunta y el terror indescriptible en los ojos de los escritores. Sí… ustedes han leído bien: terror. Todos esos autorcillos que van por la vida hablándoles de los mecanismos del miedo, de sus novelas terroríficas y de sus argumentos llenos de intriga, acaban amedrentados ante una caterva de niños gritones.
Pero qué se le va a hacer, la clase debe comenzar y no me queda más remedio que dejar de disfrutar con el terror de mis invitados, pegar cuatro gritos, soltar dos amenazas y hacer que la clase se calle. Claro, que luego hay algunos incautos que dan un paso al frente, se dirigen a los niños y no se les ocurre otra cosa que lanzar una pregunta al aire.
En ese justo momento, servidor baja los hombros, mira hacia el suelo y no puede dejar de preguntarse: ¿¿pero qué has hecho??
Pues sí, vamos a esa clase, piensa mi subconsciente, y ahora ya no hay vuelta atrás. ¡Estáis muertos!
Es divertido confrontar el miedo del escritor novatillo en estas lides con la rugiente marabunta del aula. Sé que alguno, después de esta experiencia quasi traumática, comenzará a apreciar más a su jefe (¿en quién estaré pensando). No obstante, lo que no entienden estos autores es que toda esa anarquía proviene de la emoción difícilmente contenida de los nanos ante la visita de alguien que les es ajeno y que para ellos es un personaje IMPORTANTE. Y obviamente, los gritos, las chanzas y las risitas son la válvula a presión por la que escapa todo ese nerviosismo.
Soy perfectamente consciente de que más de un escritor, al traspasar el umbral del aula habría salido corriendo despavorido. Incluso servidor se permite unos segundos de observación y disfrute, retirándose a un rinconcito de la clase, observando el tumulto de la marabunta y el terror indescriptible en los ojos de los escritores. Sí… ustedes han leído bien: terror. Todos esos autorcillos que van por la vida hablándoles de los mecanismos del miedo, de sus novelas terroríficas y de sus argumentos llenos de intriga, acaban amedrentados ante una caterva de niños gritones.
Pero qué se le va a hacer, la clase debe comenzar y no me queda más remedio que dejar de disfrutar con el terror de mis invitados, pegar cuatro gritos, soltar dos amenazas y hacer que la clase se calle. Claro, que luego hay algunos incautos que dan un paso al frente, se dirigen a los niños y no se les ocurre otra cosa que lanzar una pregunta al aire.
En ese justo momento, servidor baja los hombros, mira hacia el suelo y no puede dejar de preguntarse: ¿¿pero qué has hecho??
14 comentarios:
¡Qué cabronazo! Dejar que alguien no acostumbrado al ambiente de un aula quede indefenso frente al caos precedente a la entrada del profesor es un acto perverso... y delicioso. ¿Pero cómo no sacas fotos y videos testimoniales para que podamos deleitarnos nosotros también? :P
Es que al principio, con la novedad, sí que sacaba muchas fotos y las colgaba en el blog; ahora me centro un poco más en el control de la clase. Sin embargo, ayer había un par de periodistas amiguetes que hicieron una entrevista a José Miguel Cuesta y José Rubio para la tele y sacaron muchas fotos. A ver si las consigo y las cuelgo. Eso sí, son fotos de pose con Marga, la concejal de juventud de Moncofa, así que el rictus de terror de los invitados no es tan acusado :D
Llévate la próxima vez la cámara, Peter Parker.
Carlos C.
Por cierto, Tobías, algo le pasa a tu blog, porque cuando vas a dejar un mensaje como Nombre/URL, no almacena el mensaje. La única manera es dejar el mensaje como anónimo.
Carlos C.
Pues no tengo ni idea. Yo es que no uso esa opción. ¿A alguien más le pasa?
David Mateo dixit:
"David Jasso es David Jasán, José Miguel Cuesta y José Rubio son los Pepes, Clairac es Clayac, Jose Miguel Vilar ha quedado bautizado para toda la eternidad como «tu amigo el joven» o Francisco Illán ya no tiene ni nombre, es el poeta"
¡Me ha encantado esta parte! :)
Los niños siempre serán niños y le pondrán mote a todo, estén o no estén los moteados de acuerdo.
Qué bueno. Te felicito por la batalla culturizante que libras con los peques.
Siento sana envidia.
Con mi apellido lo tendrán facil para sacarme un mote. En fin, no diré nada de los quienes arrojan a los autores a als fauces de los crios. Tiembla mundo!!
¿Por qué crees que no te he traído todavía a Valencia? Te quiero demasiado para no hacerte pasar por ese trance :))
A mi también me pasa lo del nombre/URL (pensaba que era yo)
Soy Sim
Pues no entiendo qué pasa. Hasta ahora funcionaba bien. Joder... a ver si se arregla solo, que es lo que suele pasar en estos casos :-s
Siempre nos queda el anónimo para responder y firmar al final.
je,je, qué malvado eres con tus comentarios, yo creo que los autores entran un poco reticentes pero salen bien contentos por haber superado la prueba...je,je...además ayer sorteasteis libros y todo, o sea que los chavales super contentos...por cierto, el libro está ya a la venta?....saludos desde Moncofa...
Toni tiene toda la razón, los autores son un encanto y ellos contribuyen a que el taller de Moncofa cada vez sea más chulo. El libro Sol de misterio ya se puede conseguir. Si quieres te lo pillo el miércoles que viene, en la presentación y te lo llevo firmado.
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