Para saber quiénes somos en lo literario basta echar un vistazo a nuestro alrededor y darnos cuenta de lo inconmensurablemente pequeños que llegamos a ser comparados con el vasto mundo que nos rodea. Una vez conscientes de nuestra situación respecto al gran panorama literario nacional, una vez que hemos comprendido que somos una millonésima fracción de la gran tarta literaria que se reparte en este país, surge la pregunta: ¿vale la pena sacar pecho? Si al fin y al cabo somos el último mono de la cola. El autor rarito que escribe sobre dragones y princesas, sobre naves espaciales y héroes indestructibles. En cualquier convención literaria, la gente te despacha con una sonrisa condescendiente, te mira por el rabillo del ojo y acaba asintiendo de mala gana. Aun así, el lector no habitual de este tipo de literatura, alucina cuando abre un libro de fantasía y le da una oportunidad. En lo que Perversa lleva de singladura en el mercado, he recibido más enhorabuenas por «El regalo de bodas» que por cualquier otro cuento de corte menos fantástico que aparece en la antología, y la mayoría de las veces esos parabienes proceden de gente no habituada a leer fantasía.
El otro día, comentaba con un amigo lo marisabidillos que llegamos a ser los frikis por Internet (y no me detengo en la literatura, sino abro la perspectiva a todo el espectro lúdico que puede encontrarse en este santo país: cine, cómic, manga…) Lo sabemos todo, somos especialistas en todo, y en alguna ocasión, cuando alguien no está de acuerdo con nuestra postura, iniciamos la última cruzada por llevar nuestras opiniones hasta lo más alto. Vivimos rodeados de vacas sagradas cuya obra más vendida no tiene comparación con el folletín más ridículo de cualquier novelucha de corte esotérico, de editores cuya barbilla vive señalando perpetuamente el Olimpo de los Dioses y a la hora de la verdad sobreviven como cualquier hijo de vecino. De administradores de páginas webs cuyo único interés es convertirse en el eje sobre el que se mueva la literatura fantástica nacional e internacional. Y, sobre todo, (y me incluyo en el saco) de lectores que tenemos más ego que paciencia y no estamos dispuesto a dar el brazo a torcer aunque estemos echando un pulso al mismísimo Yog-Sothoth. Hay momentos que me paro a pensar en la tarta del principio y yo mismo me respondo: «Menos mal que hemos encargado la mini, porque si traemos la familiar aquí corren ríos de sangre.»
La verdad es que luchar contra este tipo de cosas es algo irracional y banal, algo así como tratar de cambiar el sentido del viento con un abanico. El mundo friki ha forjado su propio carácter y a estas alturas nadie lo va a cambiar. Quizás, si actuásemos de otra manera a todos nos luciría mejor el pelo. Quizás no. ¿Quién sabe? Vale más la pena adaptarte a las circunstancias, levantar tu propia torre de cristal y sobrevivir como una buenamente pueda. Al fin y al cabo, el fandom cada vez es más pequeño, está más castigado por sus propias disputas internas y el autor debe preocuparse más por llegar al resto de la tarta y salvar el tipo que en tratar de estar a buenas con todo el mundo, algo que a la larga va a ser imposible.
4 comentarios:
He estado esta semana en una macroferia del libro inglesa. 600 escritores, 300 agentes literarios, 300 periodistas… y 180.000 tíos pagando por escuchar a sus escritores favoritos (y no tonterías, de 5 pouns a 50!!!). Alucinante. Comparar el sector cultural español (que posiblemente sea el segundo o el tercero del mundo, detrás o delante del alemán) con el anglosajón es como comparar el ejercito español con el americano. No hay en el panorama Anglosajón este prurito de “literatura de élite” (copiado de los franceses y de su dirigismo cultural) ni nada, no hay sonrisitas del señor que escribe sobre la inflouencia de Woodswoth en Joyce cuando pasa el autor de un libro de recetas de cocina. El libro es un producto más. La gente es libre de comprar lo que le da la gana. El crítico contextualiza el libro de recetas cotejándolo con los clásicos de libros de recetas, no con El Quijote. Y a nadie se le ocurre considerar a un escritor de princesas y dragones como de segunda clase, sólo porque escribe de princesas y dragones. Se le considerará mejor o peor en función de las ventas, fundamentalmente, y de su capacidad de aporte al corpus literario en general.
Yo, desde luego, he visto la luz. Creo que esto es el futuro, y no hay más que hablar.
PD. Por cierto, de libros electrónicos y tal,,,, nada de nada de nada… Todo papel¡y a qué precios!
Tienes toda la razón, compañero, en esta vida lo que cuenta son los números. Siempre lo he dicho, mis libros en las estanterías de las librerías, por donde pasan diariamente mil o mil quinientas personas y, después, que digan de ellos lo que quieran en los foros o en internet. Pero mis libros bien a la vista.
Por cierto, menudos viajecitos te gastas, colega. Una lástima que no nos veamos este finde en la feria.
Una puta pena, David. Tengo muchas ganas de conocerte, porque me siento identificado con lo que sostienes. A ver si hay ocasión.
El domigno aún me dio tiempo de pasarme por la feria un par de horas. Vendí un par de "metaversos", estuve durante un buen rato "empatado" con Hilario Gómez, de Conspiración en Bizanció, pero casi en la prórroga va y me desempata. Un tío muy majo. Por cierto, el Sr. Ruiz ha tenido el acierto de plantar la caseta frente por frente de una apañada terraza-bar. A mi no me dio tiempo, pero ¡Nos encontrarás en el bar! es siempre una publicidad muy efectiva. :)
Que se te de bien...
¡Cómprame un libro, paaaaayo!
Veo que Jorge va aprendiendo sobre la marcha. El primer año que fui estaba en frente de la caseta donde ponían a los teletubis, y la gente estaba más pendiente de los muñecajos que de los libros. El año siguiente tocó en la última esquina del retiro. Un poco más allá e Ismael Biurrun y servidor nos salimos del parque. Este año estamos al lado de un bar. Mola. Yo, como no tengo novedad, no creo que firme mucho, así que le he dicho a todo dios que se pase por la caseta para charrar, así que cada dos por tres me escaparé a tomar una cervecita :p (que normalmente suele hacer un calor de tres pares de cojones).
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